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Colombia no fue el único país que vivió un sacudón político el fin de semana pasado. Mientras aquí se elegía por primera vez un gobierno de izquierda, Francia y España observaban cómo los resultados de sus respectivas elecciones cambiarían el panorama en los años por venir. Una prueba más de los ciclos vitales que se dan en las democracias occidentales.
Por el lado francés, los ciudadanos acudieron a las urnas para votar en las legislativas que debían o bien entregar su apoyo a Emanuel Macron, reelegido para un segundo periodo el pasado abril, o darle poder a los partidos de derecha e izquierda que han ido creciendo en los últimos años. El resultado fue totalmente debilitante para Macron. Durante los próximos cinco años tendrá que enfrentar a una Asamblea Nacional que no le garantiza, para nada, que sus reformas vayan a ser aprobadas.
Sin mayoría absoluta, Macron se verá obligado a negociar principalmente con el partido conservador Los Republicanos (LR), y aunque se prevé que habrá cooperación en algunos temas, como aumentar la edad de jubilación a los 65, el gobierno tendrá que pagar un precio muy alto por ese apoyo.
Pero, según los analistas, el reto más difícil al que tendrá que enfrentarse Macron es el de la oposición de una rejuvenecida izquierda francesa, representada por su líder Jean-Luc Mélenchon, y el de una crecida extrema derecha, dirigida por Marine Le Pen. Estas dos corrientes extremas harán todo lo posible por torpedear el paso de las reformas o llamar a las calles a los ciudadanos cuando lo consideren necesario. Gobernar Francia en estas condiciones va a ser algo realmente complicado que requerirá mucha imaginación. Y confirma la idea de que las segundas partes en el país galo nunca han sido un jardín de rosas. Queda pues, Francia fragmentada y la coalición de centro liderada por Macron, con las manos amarradas.
El mismo día que Colombia y Francia tomaban importantes decisiones, los españoles tenían unas votaciones fundamentales e históricamente significativas. El país, que se divide en 17 comunidades autónomas, debía elegir el destino del bastión socialista por excelencia: la región de Andalucía. Y la sorpresa fue mayúscula. Después de 37 años de dominio absoluto del Partido Socialista Obrero Español (Psoe), por primera vez en su historia el Partido Popular (PP) arrasó en las elecciones con una cómoda mayoría absoluta al obtener casi el 42 por ciento de los votos. Es decir que la izquierda tuvo que ceder ante el poderío de la derecha española.
Este batacazo histórico del Psoe compromete por completo el futuro del presidente Pedro Sánchez ya que se queda sin el oxígeno que le insuflaba su principal pulmón electoral. En estos resultados ha tenido mucho que ver el cansancio de los ciudadanos con los escándalos de corrupción, las pugnas internas y la gestión socialista. De manera que el modelo de sociedad que la izquierda sanchista intentaba defender en estas elecciones, el de lo público frente a lo privado según repetían una y otra vez, ha quedado hecho trizas.
Así las cosas, queda claro que las democracias se nutren de ciclos ideológicos que en principio benefician a la sociedad. No hay líderes eternos y el balance de fuerzas es una necesidad de los pueblos para que el poder no quede concentrado en una sola figura. Lo que pasa es que para poder gobernar como se aspira, el apoyo es necesario. Llámese Congreso, Asamblea Nacional o Comunidad Autónoma, los presidentes necesitan contar con los votos suficientes para poder sacar adelante sus proyectos, su visión de país. Y aunque existen tiempos tranquilos en los que la mayoría apoya a un determinado partido, ya vendrán otros difíciles en los que, gracias a la libertad que da el voto en democracia, los pueblos manifiestan su inconformidad y vuelve la sana rotación en el poder. De ahí la importancia de proteger hasta las últimas consecuencias el respeto a las leyes y a la Constitución de cada país