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Colombia es un país de humedales, un tesoro de la biodiversidad mundial. Conservar y multiplicar estas riquezas naturales es estratégico para la salud ambiental planetaria y un escudo de protección frente a los efectos devastadores, regionales y globales, del cambio climático.
Más que regocijo, la conmemoración este mes del Día Mundial de los Humedales trajo para el país frustraciones y desazón por el deterioro ambiental de algunos de estos territorios maravillosos. La ilegalidad, la falta de conciencia ciudadana y la negligencia oficial comprometen su futuro.
Campanazos de alerta sobre la crisis de los humedales son los reportajes de la semana pasada en EL COLOMBIANO: Ciénaga de Ayapel, una declaratoria que sigue en el papel; e Hipopótamos le bajan oxígeno al agua.
En el caso de Ayapel, tesoro de la naturaleza en Córdoba y Sucre, extendiéndose por toda la depresión Momposina, es grave que a los dos años de haberse declarado (2017) “sitio Ramsar”, es decir, de protección e importancia natural global, su plan de manejo ambiental, que garantizaría su sostenibilidad, la inversión de recursos nacionales e internacionales, públicos y privados, siga en el papel en despachos oficiales.
La crisis del humedal está sustentada con voces y estudios gubernamentales, de ambientalistas, biólogos, registros científicos, universidades y fundaciones de la sociedad civil creadas para su protección.
De otro lado, los efectos nefastos por el crecimiento ascendente de los hipopótamos, introducidos por la mafia (años 80), sobre los humedales, otras fuentes naturales y ecosistemas del Magdalena Medio no son menores. Dos estudios publicados por las revistas científicas Ecology y Oryz, en los últimos dos meses, coinciden en que, de no controlarse, estos enormes animales serían una amenaza para las aguas de la mitad del país. En 2060, dice una de las publicaciones, habría 7.089 hipopótamos en la región, toda una máquina de destrucción ambiental.
Es urgente pasar de las palabras a los hechos, llevar la ley a la práctica, declarar una zona protegida ambientalmente no puede ser sinónimo de abandono oficial.
El sistema cenagoso de Ayapel es santuario de la biodiversidad y así debe conservarse. Tiene 148 especies de mamíferos, 194 de aves, de ellas, 64 migratorias, que por siglos han viajado desde Canadá y EE. UU. para pasar el invierno natal en este laberinto de aguas, islotes, árboles milenarios, palafíticos, canales prehispánicos de la cultura Zenú y otras muchas maravillas.
No pueden ser el clan del Golfo, la minería ilegal, los deforestadores, la potrerización para ganadería extensiva y la falta de conciencia ambiental de muchos de sus vecinos, quienes dominen el humedal y sus entornos, como lo denuncia el reportaje.
Toda obra de infraestructura, expansión urbana, desarrollos agroindustriales, industriales, hidroeléctricos, turísticos debe tener altos componentes de protección y promoción del medio ambiente.
De nada les servirá a las futuras generaciones enterarse de que su territorio albergó la segunda mayor megadiversidad del planeta, que contó con 51.330 especies naturales, la mayor cantidad de aves y orquídeas del mundo, que fue segundo en plantas, anfibios, mariposas y peces dulceacuícolas, tercero en palmas y reptiles y cuarto en mamíferos, si todo esto desaparece.
Colombia toda, un tesoro natural por conservar.