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Editorial

Un millón de pesos y las elecciones

Los seres humanos funcionamos con estímulos: si se pierde el incentivo de progresar a partir del esfuerzo personal y del trabajo, el ADN de la sociedad cambia.
Publicado

Resulta de verdad sorprendente o si se quiere también preocupante que ante cada problema la solución más recurrente que parece tener el gobierno de Gustavo Petro a la mano es la de sacar la chequera y prometer que va a regalar plata.

Esta semana el presidente volvió a hablar de la oferta de 1 millón de pesos mensuales para 100.000 jóvenes. El mismo Petro hizo la cuenta mientras daba su discurso y se mostró un tanto sorprendido por lo que consideró era bastante dinero: 1 billón 200 mil pesos al año.

El argumento del presidente es que así como las organizaciones criminales les ofrecen a los jóvenes ‘un salario’ de 1 millón de pesos o más, el Estado debía entrar a “competirles” dándoles a los jóvenes una suma similar para zafarlos de las garras de las que él llama “organizaciones multicrimen”.

Hay que decir que Petro no es el primero. Ya se han creado subsidios en ese mismo sentido, como los de familias en acción y jóvenes en acción en el gobierno Pastrana, ser pilo paga en el gobierno Santos, e ingreso solidario en el gobierno Duque, por mencionar apenas unos cuantos y no meternos en las profundidades de los pagos mensuales a los guerrilleros tras el acuerdo de paz.

Se han arraigado de tal manera los subsidios en nuestra cultura política que hoy suman 90 billones de pesos al año —sin contar los que incorporaría Gustavo Petro—. Poco más de una cuarta parte del total del presupuesto del 2022.

En defensa de los subsidios se podrían dar varios argumentos. Que sin duda son útiles y necesarios para poblaciones en condiciones extremas como una especie de salvavidas en momentos críticos. O que bien utilizados, son una buena estrategia para intentar cerrar brechas sociales y para poner en práctica el principio de solidaridad de acuerdo con el cual el que más tiene apoya al que más necesita. Se puede, incluso, bien pensar que Gustavo Petro genuinamente quiere ayudar a los más necesitados.

Todo eso lo respaldamos. Con lo que discrepamos es con la manera como se está popularizando la puesta en práctica de la solidaridad: la única gran filosofía que parece estar detrás es la de dar plata. Una especie de paternalismo del Estado al extremo.

La única contrapartida que se le escuchó a Petro fue pedir que la plata sea para que estudien o que implique el compromiso de que estudien. Pero no se le oyó ningún plan estructurado, por el contrario parecía estar improvisando mientras hablaba.

El Estado puede darles 1 millón o 5 millones a los jóvenes, pero si no hay comunidades sólidas detrás, con instituciones básicas como la educación, la salud, la justicia y la seguridad en pleno funcionamiento, puede que de poco a nada sirva la plata. El Estado se puede gastar 1 o 2 billones de pesos al años pero si no se plantea un propósito distinto al de recibir la plata, un proyecto de vida, puede producir efectos contrarios a los que busca.

Llama la atención que un político como Petro que lleva 50 años de su vida defendiendo el socialismo y a veces hasta el comunismo tenga como gran solución para la transformación social el dinero y no plantee nada relativo a la pedagogía ciudadana o al fortalecimiento de las instituciones.

Una cosa es que los de recursos públicos aporten para financiar el sistema de educación, el sistema de salud y la construcción de infraestructuras básicas, proyectos que cobijan a toda la sociedad, y otra muy distinta es convertir al presidente en una especie de papá Noel que va entregando de a 1 millón de pesos cada mes en el bolsillo de miles de individuos.

Dar plata o hacer énfasis en que el programa es dar plata puede producir, en el mediano y largo plazo, cambios profundos y contraproducentes en el espíritu de una sociedad. Los seres humanos funcionamos con estímulos: si se pierde el incentivo de progresar a partir del esfuerzo personal y del trabajo, el ADN de la sociedad cambia.

Ojalá Petro retome soluciones de transformación social, que han implicado una fuerte inversión de recursos, pero que no han pasado por este formato de un caudillo repartiendo cheques a diestra y siniestra. El caso de los proyectos semilla en la Consejería Presidencial para Medellín, que luego han sido replicados por varias alcaldías, con los cuales se les entregaban unos recursos a los jóvenes para que sacaran adelante proyectos de interés para su comunidad: allí se les daba trabajo, adquirían experiencia y mejoraban su entorno.

O el trabajo de reincorporación del Gobierno anterior liderado por Emilio Archila, en el que pactaron una hoja de ruta con ocho frentes y solo uno de ellos era la sostenibilidad económica, con lo cual cerca del 75 % de los exguerrilleros lograron ser independientes al finalizar el Gobierno.

Tal vez, Petro simplemente está replicando la idea que aplicó en la Alcaldía de Bogotá con los jóvenes más vulnerables del Idiprón, el instituto para la protección de la juventud. En ese entonces, en octubre de 2014, la alcaldía de Gustavo Petro “firmó un convenio que ofrece a jóvenes pandilleros, o vulnerables a serlo, un ingreso para volver al estudio”, decían los periódicos. Un año después, en 2015, los indicadores de robos y atracos antes que bajar aumentaron, y los jóvenes de Idiprón se convirtieron en una suerte de ejércitos barras bravas en las calles de Bogotá haciendo campaña por el candidato de Gustavo Petro a la alcaldía. No parece ser coincidencia que Petro haya anunciado que quiere iniciar su programa ‘Jóvenes en paz’ desde enero del 2023, un nuevo año electoral .

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