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La única respuesta posible fue la represión del régimen a cientos de personas que en las últimas horas intentaron saquear supermercados y bodegas de alimentos en cuatro estados de Venezuela. Así crece la bomba social que hace cinco años se viene formando con los yerros y desastres económicos del gobierno de Nicolás Maduro, y ahora más inflamada que nunca debido a los efectos devastadores de la pandemia de la covid-19. Un país en el límite del desespero y la depresión humana y política.
Una violencia oficial que desplegó operativos brutales, según agencias y medios internacionales, con un muerto y una veintena de heridos. Los manifestantes escribieron con dolor, y con tizas, al lado del cuerpo de la víctima mortal de los disturbios: “murió por hambre”. Un retrato del profundo inconformismo que sigue contando los días de una dictadura aferrada al poder mediante la corrupción y el unanimismo chavista, que se mantiene mediante mecanismos de dádivas y lisonjas.
Para el continente sigue siendo la principal amenaza a la estabilidad regional, en todas las perspectivas: humanitarias, económicas, sociales, políticas y de seguridad.
Pese a las recientes y duras advertencias del gobierno de Donald Trump, las agencias de inteligencia y antidrogas de Estados Unidos acaban de incautar un cargamento de tres toneladas de cocaína en dos aviones que salieron de territorio venezolano. Una muestra más de la complicidad, por acción u omisión, de la cúpula de Maduro con las redes del narcotráfico internacional.
Washington insiste con razón en que se constituya una junta de gobierno de transición que abra vía a elecciones libres y transparentes, después de que dé un paso al costado la cúpula madurista, e incluso con un gesto de respaldo por parte del mismo presidente interino Juan Guaidó, quien se ha declarado dispuesto a facilitar la reconstrucción institucional, económica y política de Venezuela.
La crisis del coronavirus está acabando de desnudar el lado más oscuro e inhumano del régimen que, según organismos de monitoreo de dentro de Venezuela, está manipulando las cifras de infectados y hablando de “eficacia y gran capacidad de respuesta” por parte de un sistema público de salud postrado, sin recursos ni medicamentos.
Esta semana funcionarios chavistas culparon a EE.UU. de extender el embargo a las compañías y envíos de medicamentos, situación desmentida por el equipo de la Casa Blanca y por la oposición, quienes corroboraron que se mantiene el apoyo a misiones humanitarias que intentan paliar la crisis venezolana.
Allí el distanciamiento social es una quimera. No se puede confinar a una nación sin alimentos, sin agua, sin gas, sin electricidad, sin trabajo ni gasolina, dijo Susana Raffalli, experta en seguridad alimentaria y activista de derechos humanos, citada por el diario El Mundo, de España.
Es el espejismo, pero a la vez la inhumanidad con que el régimen encubre los daños históricos producidos a la sociedad venezolana, los mismos que ahora brotan en el desespero de los ciudadanos que intentan tomar alimentos y otros artículos indispensables en un país desabastecido.
Una nación que no solo despierta la solidaridad del resto de América y el mundo, sino que produce fenómenos graves de criminalidad, inseguridad e inestabilidad política y social que golpean a los vecinos, y amenazan sus democracias.