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Después de cerca de un año del gobierno provisional de Jeanine Áñez, finalmente los bolivianos acudieron a las urnas para elegir un nuevo presidente. Aunque todavía no hay resultados oficiales, los sondeos “a boca de urna” dan como ganador en primera vuelta al candidato del Movimiento Amplio por el Socialismo (MAS), Luis Arce. Una victoria reconocida la misma noche del domingo por la presidente saliente y, posteriormente, por el candidato Carlos Mesa.
Con estas elecciones se pone fin a una larga crisis política que se inició con las elecciones presidenciales de 2019, que terminaron con acusaciones de fraude y enfrentamientos entre opositores y seguidores de Evo Morales, que se había presentado como candidato para un cuarto mandato. Con la dimisión de Morales, después de la constatación del fraude por la OEA, se inició la interinidad que debía durar tres meses hasta las nuevas elecciones presidenciales, pero estas debieran aplazarse en un par de ocasiones.
El virtual presidente electo que gobernará a Bolivia por cinco años tiene una amplia experiencia administrativa y junto con su compañero de fórmula, David Choquehuanca, ocuparon cargos ministeriales en los gobiernos de Morales. Es un experto en economía y muchos lo consideran, como exministro del tema, uno de los artífices del llamado milagro económico boliviano basado en los productos minero-energéticos, en los cuales es rico el país del altiplano.
Arce es firme defensor de una mayor presencia del Estado en la economía. De hecho, en 2006 lideró un proceso de recuperación de empresas estratégicas, muchas de ellas minero-energéticas que apuntalaron posteriormente el crecimiento de la economía boliviana al producirse el boom de esos bienes después de 2009. Además, alentó la redistribución de recursos económicos con el pago de bonos a sectores vulnerables como los niños y jóvenes en edad escolar.
La experiencia y formación del nuevo presidente le permitieron manejar en su momento las finanzas de una economía relativamente próspera. El desafío actual es enderezar el rumbo, ya que la economía boliviana fue golpeada, como toda la región, por la pandemia. Ahora, con una caída del PIB de 11,1 % al final del primer semestre y sin los recursos que tuvo cuando fue ministro de Hacienda de Evo, Arce la tendrá más difícil. De hecho, con bajas reservas internacionales y un déficit fiscal del 7 % del PIB en 2019, una situación que explotará en 2021.
No será el único reto. Bolivia está muy polarizada, hay mucha crispación e incertidumbre desde la renuncia forzada de Morales. En esas condiciones la gobernabilidad del nuevo presidente puede estar limitada si no logra superar el conflicto político. Aunque la victoria en las elecciones parece ser amplia, y eso garantiza legitimidad, puede no ser suficiente si continua la confrontación, con un futuro muy sombrío para la democracia boliviana.
Hay que tener en cuenta, por último, que el nuevo presidente fue elegido representando un proyecto político muy definido y con amplio respaldo popular, en cuya construcción la figura de Evo Morales fue fundamental. Muy seguramente en el caudal electoral que eligió a Arce contó mucho la figura y apoyo del exmandatario. Será determinante para el gobierno entrante la forma como se maneje esa relación y, sobre todo, esa influencia. Como ya lo demostró Evo en el pasado, ama el poder y quiso perpetuarse en él. Ahora lo puede tener de forma indirecta y la pregunta que surge es si sus anhelos de caudillo se limitarán a eso.