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La formación ciudadana tiene mucha dependencia de la valoración que los ciudadanos hacen del Estado, de lo público y del valor de los gobernantes, de su comportamiento, así como de la actuación de las autoridades de vigilancia y control. Si no hay un buen concepto sobre todo ello, la gente tiende a no acatar las normas formales sino a cumplir solo sus propias concepciones sobre lo que debe ser cumplido y acatado. Y eso de instaurar sus propias normas conduce a una anarquía donde cada uno considera que puede hacer lo que quiere.
Adicional a eso, hay que mirar que la función que cumplen las autoridades policivas o de control, no son bien valoradas por buena parte de la sociedad. La gente considera que las multas de tránsito son injustas, o le parece que la Policía no busca el cumplimiento de la ley sino cómo perjudicar a los ciudadanos, muchas veces por la vía de la corrupción.
A riesgo de resultar repetitivo, hay que insistir en la formación ciudadana, que incluye la de las autoridades. A través del sistema educativo, que es la herramienta esencial para reproducir o modificar la cultura, hay que replantear la formación cívico-política, con una mejor fundamentación no solo legal sino ética.