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La asamblea constituyente se reunió bajo el impulso de un movimiento de grupos de opinión, sectores estudiantiles y de los partidos políticos, que entendieron que se necesitaba una reforma constitucional. El país venía fracasando en repetidos intentos de reformar las instituciones. Y a ello se sumó la oleada terrorista del narcotráfico y las turbulencias de la campaña presidencial de los años 1989-1990. Se concluyó, además, que esas reformas no era posible hacerlas por la vía del Congreso.
Una asamblea constituyente contrapone dos valores: la realidad sociopolítica del momento, y la calidad técnico-jurídica de las normas que tratan de recoger esa realidad social. Una experiencia como la de 1991 tuvo el gran mérito de haber sido la oportunidad de que toda la sociedad colombiana, con sus distintos componentes, algunos de ellos inéditos en el escenario político, acuden como partícipes activos de esta sociedad para definir el sistema político y constitucional. El país debe estar reflejado siempre, con la mayor fidelidad posible, en una estructura que tenga la misión de establecer las normas supremas de las instituciones fundamentales. Eso no excluye la operación dentro de la asamblea, de un cuerpo de especialistas que tenga capacidad de darle forma a esa manifestación espontánea de la voluntad popular.