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No hay actividad humana que sea inocua. Toda tiene un impacto sobre la tierra. Lo que se trata es de mitigarlo y contrarrestarlo hasta donde sea posible. La transición energética, en la que ya estamos inmersos, debe ser gradual y progresiva. No podemos pensar en dar un salto de garrocha.
De todas formas, este proceso de transición exige inversiones para ejecutarlo. Cuál es la fuente de finaciamiento del mismo: tenemos que partir de los recursos que se generan de fuentes fósiles.
El ejemplo nos lo da Arabia Saudita con su plan Visión 2030. Hace ya diez años arrancaron el proceso, primero diversificando su economía para depender cada vez menos del petróleo y luego, para hacer la transición hacia las fuentes no convencionales de energías renovables.
Sorprende ver cómo, después de China, las mayores inversiones en fuentes no convencionales de energías renovables las hacen los emiratos árabes, que nadan en petróleo. Ellos son conscientes de que esta transición ya está en un punto de no retorno.
Seguramente se cumplirá la frase del jeque petrolero saudí Ahmed Zaki Yamani, quien sentenció que “la edad de piedra terminó sin que se terminaran las piedras y la del petróleo llegará a su fin sin que el petróleo se agote”.