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El desfile silencioso que se hizo por todo el centro de Bogotá, en protesta por su muerte, permitió conversar con los colegas sobre el sentimiento que había: el de una profunda admiración por él. Al mismo tiempo, nos sentíamos tocados en nuestra identidad profesional. Él sabía que lo iban a matar. Se lo habían dicho más de una vez. Y nunca dio un paso atrás. Una de las preguntas que más me hacen en el consultorio de ética es qué hacer cuando se está amenazado. Parece absurda la respuesta: seguir adelante.
Nunca permitió dar un paso atrás, a pesar de que estaba constantemente amenazado por los bandidos.
En ello hay una gran lección: el periodismo adquiere credibilidad en la medida en que se mantiene firme en su avance hacia el servicio de la sociedad, a través de una verdad completa. Ese fue el ejemplo de Guillermo Cano.
Mi admiración siempre fue grande: ese hombre duro en su ejercicio profesional era a la vez un hombre tierno. Para él los días de Navidad eran los mejores del año. Por el sentido de ternura de esta época y por su profundo amor a la familia. Era posible pensar que un hombre que amaba tan profundamente a su familia, cedería fácilmente ante la posibilidad de dejarlos solos. Ese no fue argumento para disuadirlo de cumplir su deber hasta las últimas consecuencias.