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La visita a Cuba del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, es importante como símbolo del acercamiento y la flexibilización de las relaciones bilaterales entre los gobiernos de los dos países. Pero más allá de la atención mediática que el encuentro pueda recibir, o de la retórica que tanto Obama como Raúl Castro emplearon en sus discursos, lo que debe analizarse es el alcance y las probabilidades de éxito del intercambio, sobre todo comercial, que desde ya está ocurriendo. Durante los últimos 60 años, el gobierno estadounidense presionó a la dictadura castrista con distintas medidas, esperando la apertura del sistema político y el reconocimiento de las libertades políticas y civiles de los cubanos. Sin embargo, esto nunca pasó.
Ahora, por la vía de reformas económicas que promuevan la apertura a la inversión extranjera, la iniciativa privada, una actividad comercial sin tantas restricciones y, en definitiva, mayor libertad económica para los cubanos, es más probable que la represión política vaya cediendo con el tiempo, en la medida en que una sociedad más próspera y en donde se reduce el peso del Estado en la vida social, conduce de manera inevitable a la modernización política. Se trata de un juego en el que, en el largo plazo, todos encontrarán satisfechos sus intereses. Ha pasado con China, Vietnam, Singapur y otros países, y ahora llega el turno para Cuba.