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Más que lo escrito en el texto del acuerdo, lo importante es su significado político: se trata de un triunfo de la diplomacia internacional, por un lado, y de una derrota para Israel, por el otro, porque se suspende cualquier presión militar.
Y a Arabia Saudita le molesta que su gran aliado, Estados Unidos, se acerque a Irán. Entonces, esos son los dos grandes perdedores.
Entre tanto, el principal freno al Estado Islámico se llama Irán. En esa medida se envía un mensaje implícito, que no dará oficialmente ningún diplomático en TV, pero en adelante el tema del EI queda en la agenda. Es clave porque la comunidad internacional no sabe qué hacer con el Estado Islámico, pero Irán sí.
Hay un último elemento destacable: el ambiente de estabilidad que se empieza a estimular en Oriente Medio. En especial porque se reconoce así que, contra todo pronóstico y realidad, Irán no ha atacado a ningún país en décadas. Si se revisa, casi que uno termina devolviéndose a la época de Alejandro Magno.
Podría entenderse esto como un acto de justicia diplomática con una nación a la que incluso se le ha señalado de fabricar armamento nuclear, pero sobre lo que no hay pruebas contundentes, lo que no pasa con Israel del que se sabe que sí lo tiene.