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Hay un deterioro muy notable de las instituciones, que se refleja no solo en las encuestas. Hay por lo menos dos ejemplos alarmantes: que haya un paro de más de 90 días en la administración de justicia (un hecho descomunalmente grave) pero con una reacción desconcertante: a nadie le importa. El hecho se volvió rutina.
El segundo: la reforma constitucional de “equilibrio de poderes”. A nadie le interesa. Nadie sabe ni cuántos artículos tiene ni qué dicen. Ahí ponen, quitan, sacan, y eso no da lugar ni a debates ni a mesas redondas, ¡nada!
Y la falta de la credibilidad en las instituciones se debe a que el comportamiento de las autoridades deja mucho que desear. Miren Bogotá. Y lo que predomina es la jartera: la gente no quiere oír hablar de problemas, prima el “deje así”.
En cuanto a la tal reforma a la Presidencia, ahí no hubo nada. Simples cambios de nombre a lo que ya existía. Sorprende que después de cuatro años no supieran qué había qué hacer. El gobierno tiene el norte de la paz, el de luchar contra la pobreza, poner algunas cosas a funcionar, pero cada cierto tiempo cambian la forma de presentar las ejecutorias. A mí me preocupa el Gobierno, pero sobre todo la sociedad: no está funcionando porque no exige, no está atenta, se desenchufó.