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Lo que más me ha llamado la atención en este primer aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez, además de manera muy grata, es la forma en que la gente lo recuerda: no parece que se refiriera a un aniversario de muerte sino a uno de vida.
Llama la atención poderosamente que la gente lo recuerda con una sonrisa, con unas palabras amables, con un gesto cariñoso.
Creo que se está cumpliendo, en él mismo, lo que dijo alguna vez: la muerte verdadera comienza cuando empieza el olvido. Con él no, parece que no se hubiera muerto. Son tantos y tan multiplicados los homenajes, tan generosos y bellos, que la sensación que se produce es que vive.
La Real Academia Española, RAE, acaba de publicar una edición infantil de Don Quijote de la Mancha. Creo, y se lo dije a nuestra ministra de Educación, que se debe hacer lo mismo con Gabo, en su honor, como complemento de las jornadas de lectura instituidas para iniciar a los niños en la lectura.
Hoy lo evoqué seis meses antes de su muerte: hablé con él en Cartagena. En esa reunión tocaba un grupo de porros y lo vi “tamboriliando” en la mesa y llevando el compás con las palmas. Y me dijo que la próxima vez que viniera quería ir a Córdoba a ver un fandango, un baile popular. Recordé que hubiera sido muy bello, pero no pudo.