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Ante la amenaza de un virus merodeando, el miedo se apodera de las personas con facilidad. En medio de una pandemia parece no haber otra salida que confiar en la ciencia. Aunque en esta también hay sesgos de los científicos y los políticos, y a veces los investigadores deben asumir que se equivocaron.
Un ejemplo son las discusiones científicas alrededor de la hidroxicloroquina como tratamiento para la covid-19, que han dejado lecciones estos días (Ver recuadros para más detalles de la historia).
Hasta ahora, sugiere el ensayo clínico Recovery, en un examen intermedio de los resultados, con más de 1.500 pacientes asignados a la hidroxicloroquina y 3.000 a placebo, no se observa reducción de la mortalidad ni acortamiento de la internación, y tampoco hay evidencia de que afecte el corazón de quienes la usan, como aseguró la retractación el 4 de junio de los estudios científicos publicados en mayo.
A medida que el coronavirus continúa causando estragos en el mundo, parece haber un creciente interés por los estudios médicos que ofrecen alguna claridad sobre el nuevo virus, pero los defectuosos o con errores, que los hay (ver recuadro), han llevado a la confusión e incluso a teorías de conspiración.
Un buen estudio, explica Luis Fernando García, profesor emérito de la U. de A. y reconocido nacional e internacionalmente por su labor desde el Grupo de inmunología celular e inmunogenética de esta universidad, se construye y se prueba usando el método científico: se encuentra un problema, se recogen datos y se plantea una hipótesis.
Luego esta es probada bajo estrictos controles por otros investigadores expertos en determinadas áreas y los resultados, ya sea que confirme o no la hipótesis, se registran y se desarrolla una conclusión.
La barrera de entrada para las publicaciones de investigaciones en revistas médicas de renombre es bastante alta: la de la Asociación Médica Americana (JAMA) acepta solo el 4 por ciento de los más de 5.300 trabajos de investigación que recibe anualmente.
Según la sabiduría convencional, expresan William Broad y Nicholas Wade, autores de Los enemigos de la verdad (1982), “la ciencia es un proceso estrictamente lógico, la objetividad es la esencia de la actitud del científico hacia su trabajo, y las afirmaciones científicas son rigurosamente controladas por el escrutinio entre pares y la replica de experimentos. A partir de este sistema de autoverificación, el error de todo tipo se descarta rápida e inexorablemente”.
Excepto que ejemplos recientes e históricos (ver recuadros) permiten plantear excepciones a este punto de vista al informar algunos de los casos recientes en los que se descubrió a científicos que publicaban resultados que eran ficticios o simplemente sesgados. “La investigación científica es imperfecta, pero nadie puede negar el avance que ha sido sustentado en esta forma de trabajo, hoy vivimos más y mejor por lo que hemos construido históricamente”.
Alejandro Hincapié, profesor de la Facultad de ciencias farmacéuticas y alimentarias de la U. de A., está convencido de que la ciencia debe acercar a otros, “ser más abierta al escrutinio de otros, más allá de los pares”, pues todas las metodologías, incluidas las más destacadas, tienen sus límites. Por supuesto, pasa en la ciencia, ese sistema de conocimiento que se considera en las sociedades occidentales como el último árbitro de la verdad, agrega Hincapié.
Por su parte, García reconoce que “está hecha por seres humanos que tienen defectos y cometen errores algunas veces voluntariamente, pero otras no”. Y no deja de lado las presiones institucionales al abordar las equivocaciones, que no son de ahora, hay ejemplos en los 500 años en que la historia de la ciencia se ha construido.
Hincapié tampoco desestima los riesgos que implica la institucionalidad para su desarrollo (con las presiones a los investigadores por publicar constantemente). Su conclusión es que la ciencia es la forma más aceptada de generación de conocimiento y de su uso para el bienestar de la humanidad por lo que resulta adecuado tomar decisiones con ella, “pero deberíamos, al menos, llegar a acuerdos sobre no rechazar otros saberes culturales, ancestrales o sociales e inclusive tratar de acercarlos”.
Los procesos erráticos que ha suscitado ayudan a recordar que ella tampoco es un dogma o un cúmulo de reglas que no se puedan cuestiona.r. Aquí unos ejemplos