Mochila al hombro, con sus cubiertos tipo campamento chocándose entre sí, van dejando una estela musical, de orquesta improvisada, a su paso. Los ruteros de 21 países de la Ruta Bbva continúan su travesía por España.
De Madrid a Toledo, de Toledo a Ávila y, de ahí, la peregrinación continúa por pequeños pueblos. Después de recorrer la muralla que rodea el centro histórico de Ávila, dejan a los ruteros en algún punto de Peñalba de Ávila, para que caminen con dirección a Gotarrendura, otra pequeña provincia de la zona de Castilla-León, habitada por apenas unos 70 habitantes.
Ocho kilómetros, a un ritmo que no puede bajarse. Hay que andar rápido, a la voz de los monitores, para no quedarse atrás. A ese paso, la distancia se recorre en dos horas, con un paisaje llano y reseco. No hay mucho verde. Algunas cruces indican que por este lugar van algunos peregrinos rumbo a Santiago de Compostela, que se salen de las rutas populares.
Los 177 jóvenes andan compactos y, al arribar al lugar, son recibidos por los habitantes que salen de sus casas para aplaudirlos y darles la bienvenida.
Una charanga, grupo local, anima con música a los muchachos que bailan. La comida la hicieron las señoras, con recetas tradicionales: patatas revoltosas y pollo al estilo de la abuela de Santa Teresa.
En Santervás de Campos, provincia de Valladolid, donde una iglesia de 800 años sobresale, pintan algunas flechas, una tradición que los pobladores quieren establecer para que los peregrinos se sientan acogidos. José María Murillo, de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Madrid, lidera la actividad y cuenta que ellos van repintando las que se van borrando porque consideran que “un camino no lo es hasta que no tiene señalización”. Las flechas amarillas tienen un sentido espiritual y de demarcación.
No pueden irse de allí sin un paseo en tractor, sentados en las pacas de heno, para observar los campos, sembrados con girasoles, y las aves más típicas.
En León es más común observar a los peregrinos que van a pie o en bicicleta. 130 mil habitantes y una catedral gótica que, majestuosa, sirve para admirar rosetones y vitrales, y para pedir suerte en el camino, dejan una pequeña idea de una ciudad que vibra por los peregrinos.
El domingo, ya en O Cebreiro, territorio gallego, marcharon 21 kilómetros hasta Triacastela, por fin ya, sobre el camino francés que los llevará a Santiago de Compostela, donde permanecerán cuatro días, y luego a Madrid, de nuevo. Lo han anhelado porque es un reto a la resistencia. Para algunos tiene un sentido más religioso, para otros es una vivencia que los hará madurar. Estos jóvenes, ya con los cabellos enmarañados después de ocho días de Ruta, avanzan al ritmo decidido que marcan con sus botas.