Las imágenes fueron deplorables y le dieron la vuelta al país: el senador del Pacto Histórico Álex Flórez –visiblemente alicorado– increpó a unos policías en Cartagena.
Después de otras salidas en falso –decir que a él lo eligieron para hacer leyes y no para ser un ejemplo social–, el político reconoció tener un problema con el alcohol. Y, la verdad, no es el único: una de las consecuencias más alarmantes de los confinamientos de la covid-19 fue el incremento sustancial del consumo de licor. A finales de 2021 el Dane informó que dentro de las siete prácticas más usuales de los colombianos está la de beber una copa –o varias–, la de destapar cervezas o botellas de alcohol.
El exceso de consumo de alcohol es una de las causas del repunte de las enfermedades psiquiátricas en el mundo, en particular los brotes de depresión. Por supuesto, las industrias de cerveza y otros licores han registrado un flujo creciente de capital hacia sus arcas y una demanda de sus productos. Los números de la productora belga AB-InBev, por ejemplo, fueron los mejores de 25 años. En solo el primer semestre de 2021 superaron los 1.000 millones de dólares de ventas.