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Un vistazo a las ciudades del futuro

Metodologías con ciudades compactas, transporte activo y diversificación serán la clave para un mañana sustentable.

  • Un vistazo a las ciudades del futuro
31 de enero de 2022
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¿Cuánto tiempo pierde usted, cada día, en movilizarse por la ciudad? En Medellín, una persona puede gastar más de dos horas al día en trayectos: yendo a la casa, a la universidad, al trabajo, a una fiesta con los amigos.

El transporte se muy contaminante: representa una quinta parte de la demanda mundial de energía y un cuarto de las emisiones de CO2. La Tierra sufre las consecuencias de años y años de mala planificación y malas prácticas.

Las ciudades, cada día más llenas y densas —albergan a la mitad de la población mundial, según la Organización de las Naciones Unidas— representan alrededor del 70 % de las emisiones de carbono mundiales y más del 60 % del uso de recursos.

Por esto, si queremos tener un futuro habitable, hay que prestarle atención a las ciudades del mañana. No serán con carros voladores y autopistas amplias, ni esas de casas grandes y alejadas unas de otras, porque la peor forma de sostenibilidad es una ciudad grande. La ciudad sostenible será pequeña, bien planificada, con transporte activo. Será así o no será, porque ya no hay tiempo. El planeta no aguanta más.

El transporte del futuro

Ni carros que cambian de color y vuelan ni patinetas que surcan los aires ni aviones más rápidos. Esos no serán los transportes del futuro. En realidad, es más simple: bicicletas, patinetas y volver a caminar. Como dice Florentino Márquez —director de la oficina de movilidad sostenible en Hill, empresa de consultoría ambiental— el transporte es el eje estructural de la sociedad y de la economía, es un reflejo del estado de salud de una ciudad y de sus otros sistemas, y puede ser una presión sobre el medio ambiente. Es la evidencia de la fragilidad, una evidencia del daño humano. Pero el transporte también puede dejar de ser el problema y convertirse en la solución. Diana Catalina Álvarez Muñoz, docente de Arquitectura y de la maestría en Urbanismo de la Universidad Pontificia Bolivariana, piensa que, aunque no sin detractores, la ciudad compacta se considera la más sostenible porque ofrece mayor complejidad, variedad y cantidad de personas jurídicas que generan mayor conocimiento y cultura, pero también porque prioriza espacios para caminar, para ir en bici o en medios interactivos; porque la gente tiene todo cerca y encuentra equipamientos de salud, educación, entretenimiento y demás a menos de 400 metros. El transporte, junto con los usos de suelo, son los que al final del día definen la forma en las que las personas interactúan con su ciudad y con el medio ambiente. Le explicamos, de la mano de expertos, cómo se deberán construir las ciudades del futuro, sostenibles y amigables con el ambiente.

¿Cómo planear el transporte?

La configuración de las ciudades es lo que al final impacta los patrones de consumo de transporte: tener ciudades densas, compactas, de uso mixto, debería ser una prioridad en el diseño. El error de los gobernantes consiste en creer que lo primero es hacer un cambio tecnológico: reemplazar los tanques de gasolina y diesel por baterías de litio. Según Juan Carlos Duque, profesor del Departamento de Ingeniería Matemática de la Universidad Eafit y director y fundador del grupo RiSE (Research in Spatial Economics), el futuro dependerá de dos factores clave: que el transporte no sea planificado como un sistema aislado, y que vaya de la mano con las políticas de uso de suelo. Para lograrlo hay metodologías. De los más conocidas se destacan tres: la Land Use and Transport Interaction (Luti), que planifica conjuntamente el uso del suelo con el transporte; La Ciudad de los 15 minutos, que logra estructurar una ciudad en la que todo esté cerca; y el Desarrollo Orientado al Transporte (DOT), que promueve que en una zona cercana, compacta, haya usos mixtos del suelo, con proyectos que articulen los componentes urbanos y la concentración de actividades. La DOT se compone de ocho verbos: caminar, desarrollando espacios que lo fomentan; pedalear, priorizando redes de micromovilidad; conectar, con calles con accesibilidad; transportar,énfasis en el transporte público; mezclar, con suelos mixtos; densificar, optimizando la densidad y la capacidad del transporte; compactar, generando zonas cercanas con acceso a bienes y servicios; y cambiar, mejorando la movilidad y regulando los parqueaderos.

¿Una ciudad abierta y alejada?

Una ciudad dispersa, con viviendas de un solo piso y automóviles en cada garaje, es la que más consumo energético realiza. Además, genera emisiones, porque obliga a las personas a usar el transporte individual.Disminuye el encuentro entre ciudadanos, hace que haya menos diversidad y menos complejidad y, por lo tanto, menos conocimiento. Y depende de la movilidad motorizada. “No debería ser un dilema que para movernos debamos envenenar el aire que respiramos y matarnos poco a poco, tanto los que tienen carro como los que no”, puntualiza Álvarez. Contaminación, accidentalidad, ocupación de suelo común, mayor ruido, entre otros, son las consideraciones. Esto se traduce en pérdida de la calidad de vida. Una ciudad dispersa refleja unos patrones de consumo basados en la extracción, en el desgaste de los recursos naturales. Por eso, la única forma de crecer en el futuro será decreciendo. Hoy siete de cada diez personas habitan las ciudades, que representan 3 % de la tierra, y se estima que para 2050 ese número aumentará a nueve de cada diez. Las ciudades consumen el 78 % de la energía y producen el 70 % de las emisiones de CO2. Este “crecimiento” rápido solo generará pobreza: hoy 883 millones de personas viven en barrios marginales. Además, genera fallas de infraestructura y de sistemas y servicios, con agua dulce y residual, saneamiento, salud y carreteras colapsadas, sobrecargadas o insuficientes; mayor contaminación de agua y aire. Desde 2016 el 90% de los habitantes de las ciudades respiraban aire que no cumplía las normas de seguridad establecidas por la Organización Mundial de la Salud. Todo esto debe decrecer.

No bastan las bicicletas

Por años los tomadores de decisiones han creído que caminar hacia una ciudad más verde es trazar vías para las bicicletas o el transporte alternativo como patinetas; que electrificar los carros y las motos es la mejor opción y que invertir en el transporte público es un gran paso. Todo esto es importante, pero no es lo primero. Según Duque, si estas alternativas están mal diseñadas o no se planifican en conjunto con planes más grandes “no haces nada, solo tendrás rutas desordenadas y mal diseñadas, como lo que pasa en Medellín”. Para diseñar un sistema de bicicletas se debe tener en cuenta otros factores como la usabilidad, que las personas sí se apropien de él, que haya continuidad (que se pueda ir desde el sitio de origen hasta su destino sin alejarse de la ciclorruta), que ofrezca espacios seguros. La apuesta por la electrificación del transporte es también una respuesta incompleta y apresurada. De acuerdo con Carolina Alzate Gouzy, directora de LowCarbonCity, el problema de esta estrategia es que aún no se sabe qué pasará con las baterías de litio que alimentan ese transporte eléctrico, sobre todo cuando este sigue siendo individual. Una buena opción sería comenzar por electrificar los vehículos pequeños, menos pesados, como las motos. Finalmente, una ciudad compacta le permitirá a la gente caminar por las calles sin los riesgos del tráfico denso y las distancias insalvables.

Beneficios de la ciudad compacta

Una ciudad planeada con DOT, por ejemplo, reduce hasta en un 60 % la necesidad de conducir cualquier vehículo, por lo que tiene beneficios ambientales. Pero, además de estos, una ciudad bien planificada y compacta también ofrece productividad y crecimiento económico porque puede movilizar a más personas y bienes de forma eficiente, con menor costo y con mejor acceso a las oportunidades. Si a una persona le queda el trabajo más cerca del lugar donde vive, tendrá más opciones y un mercado laboral más saludable, lo que implica calidad de vida, agrega Duque. Además, si son más los que caminan, se beneficia también la economía local porque la gente compra cerca, de paso, lo que, al final del día, reduce la huella de carbono: se consume lo que se produce y no se necesita transportar alimentos o productos desde lugares lejanos. En temas de salud física y mental, se promueve la actividad, el caminar o montar en bicicleta, pero también se promueve la interacción entre personas, la dispersión de ideas dentro de una misma ciudad, se reducen los niveles de estrés ocasionados por la congestión y hay menos polución. Será una ciudad más compleja, con mayor variedad y cantidad de personas jurídicas produciendo conocimiento, lo que potencia el bagaje cultural acumulado; así, desde la conversación y la renovación, ocurren inventos culturales, técnicos, tecnológicos, pensados en conjunto.

7
de cada 10 personas habitan en las ciudades. Para 2050 se estima que serán 9 de 10.
70 %
de las emisiones de carbono mundiales se producen en las ciudades, según la ONU.
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