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Parece una tortuga, tiene sus aletas, su cabeza, su caparazón, pero no es una tortuga. Es un dron que tiene su forma pero está lleno de cámaras de vídeo, cables, placas solares, sensores y sistemas delicados para detectar microplásticos en los océanos.
Se calcula que, cada año, los seres humanos tiran alrededor de ocho millones de toneladas de estas piezas imperceptibles y que cada uno puede llegar a ingerir y respirar entre 70.000 y 121.000 de esos objetos diminutos en el mismo periodo de tiempo.
De bajo costo
Con 350 dólares se puede construir esta falsa tortuga, que está hecha con materiales de bajo costo para detectar microplásticos. El caparazón, a base de placas de plástico reciclado, resguarda el corazón de la Tortuga Guardián, uno de los diez proyectos en los que están trabajando cien iberoamericanos que participan en el sexto Laboratorio de Innovación Ciudadana que se realiza en Costa Rica.
“Pueden tener una separación de entre 200 y 300 metros, más que una conexión de wifi y con mucha menos tecnología”, asegura Ricardo Guimaraes, el promotor de este proyecto donde participan jóvenes de México, Brasil, España, Costa Rica, Uruguay, Colombia y Alemania.
Gracias a una conexión por radiofrecuencia varias tortugas podrían cubrir un amplio espectro de superficie marina y enviar la información a una base que a su vez colgará los datos recogidos en una página web abierta.
Y es que este dron de apariencia sencilla, bajo costo y que es fácil de montar – según sus constructores – es todo un amasijo de pequeñas piezas con funciones precisas.
La idea de imitar la forma de una tortuga no es por estética sino para entender y aprovechar el movimiento que una de ellas experimentaría en el mar y ser así “más eficientes” contra el oleaje.
Una caja interna resguarda un sensor del PH del agua (que mide su acidez) y un tubo conectado a un medidor por el que cada 15 minutos pasa una muestra de agua. La idea es que una luz láser integrada diferencie los microplásticos de los microorganismos.
“La idea es que esa información vaya a parar a las autoridades locales para que ellas sean las que actúen y limpien las aguas”, explica Guimaraes.
Por su lado, la cabeza tiene dos sensores : uno para medir temperatura y otro que indicará cuán turbias están esas aguas, valores “relacionados con el cambio climático”, según el brasileño.
Sacarla a flote
Tras apenas diez días de trabajo, el prototipo del grupo está cerca de instalarse, pero los diseñadores admiten que aún les falta tiempo para mejorarlo y, sobre todo, para conseguir analizar el suelo marino que es donde reposan más microplásticos.
“Es la parte más contaminada, la sal se pega a los microplásticos y los hace descender. Por eso también vamos a tener una opción para que la gente pueda ir a la base que estará en la orilla y analice agua que haya podido extraer del fondo”, añade.
Este proyecto quiere que para el momento en el que acabe el evento, la tortuga tenga el mayor nivel de funcionamiento pero también quiere asegurar un acercamiento con comunidades y fundaciones quienes, a su juicio, deben ser los que trasladen la idea a las autoridades locales.
Defienden que sean los entes gubernamentales los que tomen la iniciativa y empiecen una acción conjunta para mejorar la calidad del agua marina, pero quieren que la ciudadanía también se acerque a estas iniciativas para cuidar el medioambiente.
“Este es un proyecto de ciencia ciudadana, por eso queríamos que la tortuga se pudiera hacer con cosas baratas y fáciles de encontrar, también usando herramientas caseras y que cada uno tenga libertad de modificar lo que quiera, que se apropien de la idea”, añade.