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Pese a tragedia, hubo milagros de vida en Salgar

El drama no cesa en Salgar, los damnificados reciben atención, pero la angustia por sus seres desaparecidos multiplica sus sufrimientos.

  • Los sobrevivientes trataban de recoger ayer lo poco que les dejó la salida de madre de La Liboriana. FOTO manuel saldarriaga
    Los sobrevivientes trataban de recoger ayer lo poco que les dejó la salida de madre de La Liboriana. FOTO manuel saldarriaga
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20 de mayo de 2015
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Con una Biblia en sus manos, Leoncio de Jesús Rico Penagos, de 40 años, asegura que Dios lo tiene en la vida para algo muy grande. A su lado, parte de su casa vuelta escombros, y la otra parte en pie, exactamente dos piezas en adobe sencillo y sin grandes columnas ni techos. Todas las casas vecinas y sus vecinos desaparecieron con la avalancha.

Al fondo, la quebrada La Liboriana, aún negra de lodo, densa, ayer casi inofensiva, indiferente a los dramas. ¡Inexplicable!

Y por eso, para todos en Salgar, lo que pasó con Jesús fue un milagro, pues la avalancha que arrasó con todas las casas de su vereda El Mango, no se llevó la mitad de la suya. Derribó las de al lado y todas las demás, once en total, con familias enteras, y las dos habitaciones que quedaron firmes, permitió que se convirtieran en refugio para él, su esposa, su hijo y dos hijos de unos vecinos que sí murieron.

“Yo quedé entre la cama y un escaparate que fue el que atajó la avalancha. La quebrada nos tapó pero al rato bajó, y esperé un momento que me diera oportunidad de empezar a sacar a la gente. Primero saqué los tres niños: a mi hijo Cristian y los dos de una pareja de vecinos de los que no recuerdo los nombres; después salvé a mi esposa (Dora Jiménez) y luego a una pelada que vivía acá que no sé cómo se llamaba...”.

Leoncio mismo no lo puede creer. Toma en sus manos la Biblia que tampoco se la llevó la quebrada y que incluso ayer estaba seca, y la abre en cualquier página. Le da lo mismo, igual la va a leer toda, en parte para agradecerle a Dios que le permitió seguir con vida y ayudar a salvar a otras cinco personas que estuvieron a un paso de la muerte, y en parte porque desde ahora deberá empezar a “rogarle a Dios para que tenga en su gloria” su madre, Blanca Mira Penagos, a sus dos hermanos, Luz Dálida y Juan, y a sus dos sobrinos, Steven y Vanessa, que sí perdieron la vida en la tragedia, porque a ellos “sí se los llevó la avalancha”.

Para los vecinos, lo de Leoncio es un milagro: “es increíble que las dos piecitas de su casa hayan quedado en mitad de esa avalancha y ellos se hayan salvado, no veo otra explicación”, repite Juan Esteban Restrepo, un amigo suyo.

“Después de ver esa quebrada, que sonaba como un helicóptero zumbando encima de mi casa y que era como bolas de cristal que pegaban contra los muros, no me explico nada, no sé que sigue, qué va a pasar con mi vida, aprovechar lo mejor esta oportunidad que tengo”, dice.

Él será solo una los 542 personas damnificadas que dejaba la tragedia de Salgar, de la madrugada del lunes.

(Lea aquí: En 2 horas cerro Plateado recibió la lluvia de 30 días)

Heridas

En el otro extremo de la tragedia, está el drama de Ancízar Penagos. Mientras cientos de salgareños, víctimas y no víctimas van de un lado a otro, él aún no se levanta. Está sobre un colchón en una casa donde le dieron albergue temporal junto a su esposa, Luz Panori Rueda. Tiene laceraciones y heridas en su cuerpo: la espalda, sus manos, sus pies, pero le duelen más las del alma.

“Con las heridas sí me iban a dejar en el hospital, pero yo vi gente más grave y me levanté, preferí que les abrieran campo a otros”, relata. Tiene 28 años y todo el vigor de la juventud para resistir los dolores de la piel, pero los del corazón, que no le sanarán tan fácil. Hay cuatro razones:

“En la tragedia perdí a mi papá -Abelardo Antonio Penagos, de 66 años-, a mi hermanita -Lina María, de 24 años-, a mi hermano Dúber -de 29 años- y a mi sobrinito Matías Cano -de dos años-, que los arrastró la corriente y no pude hacer nada por ayudarlos”.

Todo fue repentino. Sin que lo supieran, horas antes de que se acostaran tranquilos, había llovido sin piedad en el Cerro Plateado y nada hacía presagiar la desgracia. Pero como dinamita, como trenes, como bolas de cristal o como helicópteros zumbando, La Liboriana irrumpió casi a la una de la mañana sobre el corregimiento Las Margaritas y sus veredas y a nadie le dio tiempo de nada.

A Ancízar lo dejo vivir, pero no a su familia, todos de talla baja (excepto Matías, el niño) y muy queridos y admirados en el pueblo.

“A mí la quebrada me tiró como diez metros, quedé en una parte donde esta se dividía en ye con mi esposa. Logré sacar a un señor que bajaba por la corriente y voltear a una muchacha que bajaba bocabajo, pero no sé si se salvó. Cuando bajó la corriente salimos, pero me quedé sin familia, solo se salvó mi mamá porque no estaba...”.

Ancízar no se culpa de nada, de no haber podido salvar a los “pineditos”, como llama a los de talla baja que se le fueron entre la corriente despiadada. Está a punto de llorar, pero no tiene tiempo. Llegan del hospital San José a preguntarle que cómo sigue de sus heridas. Las de la piel. Y el dice que bien. De las del alma no anda bien, pero no le preguntan por esas. Amaba intensamente a los que lo dejaron y ahora le tocará emprender camino, tomar carretera solo por los rumbos de la vida, tan inciertos y a la vez tan crueles, que de un tajo son capaces de arrasar con familias enteras... y hasta con un pueblo.

(Lea aquí: Sepelio de víctimas sigue sin definirse)

Un caos

Salgar es un caos. Aunque las autoridades, divididas en muchos grupos y cada uno con sus tareas claras, intentan controlarlo todo, son incapaces de hacerlo con los dolores, las angustias y las inseguridades de la gente.

Tras una noche de nervios porque llovió incesantemente, con fuerza, ayer todos buscaban ayuda: en la morgue del camposanto para que les dieran información de los fallecidos encontrados e identificados, y en el coliseo, donde les daban ayudas y se realizaba el censo.

Todo eran pérdidas. Dolor. Incertidumbre. Y la desazón por los que se fueron y dejaron huella en los recuerdos. Esos que no volverán a reír o compartir una charla en las casitas humildes de Las Margaritas...

542
personas damnificadas reciben asistencia en distintos albergues del municipio.

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