Por allá en el año de 1979, Mauricio Ramírez se comenzó a gozar las pistas de motocrós de Furesa, pero con su bicicleta, tratando de emular a los pilotos que eran impulsados por los motores.
Tenía quince años y no le tocaba sortear los morros de los recorridos de hoy. “Eso era muy plano y era de mucho más pedaleo y resistencia física”, recuerda Ramírez.
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Las competencias le llenaron la agenda, aunque no tenían mucha reglamentación. Le tocó ver muchas aperturas de pistas como la de La Francia y la de Belén.
Aún así, tuvo que suspender esa pasión por cuestiones del estudio de Arquitectura en la Pontificia Bolivariana. O cuando nacieron Camila (22 años) y Alejandro (20), sus dos pilares de vida.
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Pero en el 97 sintió el llamado de ese amor inseparable. “Hablé con mis amigos para que volviéramos, aunque ya era distinto por el sobrepeso y por la falta de velocidad. Igual insistí”, relata.
Y ese año tuvo su primera participación en el Clásico EL COLOMBIANO-Inder-Movistar, el mismo reto que ayer corrió por décima vez y en el que ha triunfado dos veces, en las categorías mayores.
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“Es una decisión correcta venir al Clásico porque, primero, teníamos la pista cerrada y había muchas ganas de volver a correr; segundo, porque EL COLOMBIANO siempre cumple una excelente labor”, revela el piloto sobre la prueba que, para él, reúne lo mejor del bicicrós regional.
Incluso, eran tantas sus ganas de participar que dejó de asistir a un diplomado en Eafit, el cual le obliga a estar cuatro horas en las mañanas de los sábados. “Estar ese tiempo allá sentado no me iba a dar la alegría de estar compitiendo acá, y lo compenso”.
Trabajo vs pasión
Un arquitecto que hace parte de la gerencia de una constructora, ¿tiene tiempo para entrenar bicicrós y competir?
“Claro, porque en la empresa me apoyan debido a que privilegian al ser humano sobre el profesional. Creen que si uno es feliz, rinde bien y por eso, cuando voy a campeonatos nacionales, dejo mi trabajo al día y no hay problema”.
Y contó con el mismo apoyo para participar en el pasado Mundial de Medellín. Estuvo seis meses alejado de toda actividad física porque se le partieron dos vértebras practicando su deporte.
Camila, una diseñadora en Cueros Vélez, y Alejandro, un músico de talento, le insistieron en que abandonara su pasión por su bienestar.
“Sin embargo, saber que el Mundial iba a ser en mi tierra me hizo entrenarme a fondo y poner bien físicamente”. Clasificó como uno de los mejores cinco criollos a la categoría máster, pero se fue en las rondas eliminatorias del certamen soñado.
Hoy, todas esas experiencias que aún continúa acumulando, se las transmite a los menores del club en el que es vicepresidente: Paisitas. “No es que sea un buen entrenador, más bien me gusta enseñarles cosas sobre la vida, eso me llena de vitalidad y energía”, puntualiza Ramírez.