La suerte de Flor María Caro y su familia está hoy más en el limbo que nunca, pues a pesar de que ya hace siete días que su casa ardió en llamas y ella y sus dos hijas y dos sobrinas quedaron en la calle, aún no reciben la ayuda esperada: la promesa de que les construirán una casa.
Incluso con la vivienda en pie vivían dificultades: “Nosotros sufrimos desplazamiento intraurbano y por eso llegamos acá”, al barrio Manantiales, de Bello, una zona de invasión donde empezaron a confluir, hace cinco años, desplazados de todo Antioquia.
Ella prefiere no decir de dónde huyeron. Pero ya está sin casa, asilada donde otras familiares y sumida en la total incertidumbre. Mientras recibe unas ayudas que le da la Fundación Ángeles de Medellín, parece querer llorar. Pero la efervescencia del momento no se lo permite, pues ya le llegó el turno de recibir las ayudas, básicamente un mercado y otro paquete con ropa, zapatos y elementos de hogar.
“Este hombre yo no lo conocía, pero es un ángel de Dios”, repite mientras otras vecinas le dicen quién es.
Es un hombre blanco, de 1,75 de estatura y unos 48 años que llegó hace nueve años al barrio, donde instaló su sueño de ayudar a los que vio más necesitados para adelantar su obra social, la que llamó Ángeles de Medellín.
Se llama Marcos Kasseman, nacido en Estados Unidos, que con diez años en Colombia habla un español aún incipiente, pero de tanto estar allí, en esa zona deprimida y poco atendida por las autoridades, aprendió a adivinar en los rostros el dolor y el sufrimiento de la gente, que no necesita hablar para expresar las angustias.
“Es una persona que se nos apareció y lo único que ha hecho es servirnos y ayudarnos”, asegura Johanna Granda, una líder del barrio que apoya a los damnificados del incendio.