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La vida de Álvaro Ospina ha sido un constante soñar y conseguir los sueños: cuando era pequeño anhelaba tener su primera bicicleta, la compró a los 11 años y ahora tiene más de 1.000. Más tarde, mientras pensaba qué hacer con todos sus tesoros, soñó con construir una sala de exposición, ahora tiene su propio museo; el primero de bicicletas antiguas en Colombia.
Álvaro, un hombre que nació y creció en Bello, aprendió a pedalear en una bici prestada. Recuerda que su primer “caballito de acero” lo tuvo a los once años, cuando después de ayudar en el negocio de la familia recibió como recompensa su Arbar rin 22, “una hermosura que costó $1.000”, cuenta. Hoy no recuerda cómo la perdió, pero sabe que su obsesión data de aquella época.
Corría el 2015 cuando conoció el grupo de muchachos que conformaban Bellocicleta, un colectivo que promueve el uso de la bici en Antioquia. Con ellos, que se convirtieron en amigos, se encaminó en la pasión que le cambiaría la vida. Recuerda haber visto varios compañeros con trajes y bicicletas antiguas y pensar “qué bacano tener una de esas”.
La primera de la colección, entonces, fue una monareta de 1974 que le regaló a su esposa. En dos años, y sin darse cuenta, Álvaro pasó de tener una a más de 500. Su familia se empezó a preocupar.
Que tenía una chatarrería, que qué iba hacer con todo eso, que vendiera y se dejara de bobadas; esas fueron algunas de las cosas que le tocó escuchar cuando las bicicletas empezaron a tener forma de montaña y no había un destino claro.
Fue así como en 2017 comenzó su sueño de abrir un museo, “pero no uno donde solo vieran las bicicletas, no. Un museo que permitiera recordar el pasado, cogerle amor a este cuento y enseñarle a los niños”, detalló Ospina.
“La verdad -reconoce- este es un sueño que se ha hecho a muchas manos”. Y tiene razón. Sus familiares y amigos supieron tener paciencia para ser testigos de esa montaña que fue tomando forma. Su hija, que ahora vive en Estados Unidos, le ayudó con los logos, los lemas y los diseños; su esposa fue entusiasta y apoyó cada paso. Y luego llegó el equipo de “Bello sobre pedales”, un grupo que se consolidó entre integrantes de Bellocicleta y los colaboradores del nuevo museo que estaba a punto de consolidarse.
Por fin, el 9 de abril de 2017 fue radicado el Museo de Bicicletas Clásicas y Antiguas ante la Cámara de Industria y Comercio. Desde entonces, y hasta ahora, el lugar no ha parado de cambiar “pero para bien, por supuesto”, dice Álvaro mientras narra las transformaciones que han ido desde clasificar por modelos y años hasta pintar y decorar las paredes.
“Pero sin duda la pandemia fue lo mejor que nos pudo pasar en este espacio”, dice Álvaro.
Paradójicamente, en 2020 se avanzó más que en cualquier otro año, pues Álvaro y sus compañeros tuvieron más tiempo que de costumbre y pudieron dedicarse a darle identidad.
Ahora, visitar ese Museo ubicado en Bello es encontrarse con un contraste de formas y colores: hay bicicletas en el techo, en el piso y en las paredes.
El museo que Álvaro se soñó “tenía que ser gratuito”. Su objetivo no era hacer dinero, sino tener un espacio cultural y educativo.
Con los años, fue aprendiendo la historia de ese medio de transporte de la mano de un amigo al que dice deberle todo lo que sabe sobre este tema: Eduardo Sánchez, quien se dedicó a estudiar la historia de la bicicleta y sus transformaciones.
De ahí, por ejemplo, sabe que las primeras bicicletas que llegaron a Bello fueron por parte de las empresas textileras como Fabricato, las cuales se las suministraban a sus trabajadores como medio de transporte. Actualmente, algunas de esas “fabricateras”, como se les empezaron a llamar, coexisten en el museo con bicicletas Inglesas, Alemanas, Chinas, Americanas y algunas colombianas.
Para sostenerse, el sitio donde opera el museo ha aprendido a ser multifacético. De día funciona como un parqueadero y en la noche enciende sus luces para transformarse en la casa de las más de mil bicicletas y en un bicicafé donde los visitantes conversan mientras saborean un tinto o una cerveza.
Álvaro, que nunca se ha cansado de soñar y de reinventar ese espacio, también luchó hasta consolidar un ciclopaseo. Todos los martes, a las 8:00. p.m, el museo ofrece 50 bicicletas para que los bellanitas y los turistas participen de recorridos variados. Aunque, claro, la pandemia tiene pausada esa actividad.
Para Navidad, el Museo ya encendió su propio árbol, pero no uno cualquiera: “Uno hecho de rines y bicicletas, como debe ser”, concluyó Álvaro Ospina .