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Carlos es un guardián de las semillas del pasado y del futuro

Este campesino integra una red que busca preservar la diversidad agrícola en el país.

  • Carlos Osorio emplea solo el 40% de los 12.000 metros cuadrados de su finca para cultivo, otro 40% son potreros y el 20% restante cercas vivas para el beneficio de otras especies, demostrando que la acumulación de tierra para producir es un absurdo. FOTO edwin bustamante
    Carlos Osorio emplea solo el 40% de los 12.000 metros cuadrados de su finca para cultivo, otro 40% son potreros y el 20% restante cercas vivas para el beneficio de otras especies, demostrando que la acumulación de tierra para producir es un absurdo. FOTO edwin bustamante
03 de julio de 2022
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En la hectárea de tierra que posee Carlos Osorio, entre decenas de hortalizas y tubérculos crece un frijol hermoso y rico llamado petaco que su tatarabuelo cultivaba hace 200 años, un frijol rebelde que germina hasta entre la maleza del monte.

Alrededor de las 83 plantas medicinales que se levantan en su huerta crecen lupinos púrpuras, una leguminosa que el mundo apenas empieza a descubrir como un potencial superalimento y que tiene la facultad de reciclar nitrógeno. Dicho en otras palabras, mientras la guerra en Ucrania tiene en jaque la producción alimentaria del planeta por la escasez de fertilizantes nitrogenados, en el Carmen de Viboral, en la finca Rena-Ser, los lupinos proveen una fertilización natural para ayudar a mantener fecundo ese edén de huertas circulares, cercas vivas y refugio de semillas criollas (que fueron introducidas hace décadas y se adaptaron exitosamente) y nativas ( propias del territorio). Todo eso es obra de Carlos, un campesino de 68 años, doctor simbólico en Agroecología en Berkeley, la mejor universidad de Estados Unidos.

Los caminos que condujeron a Carlos a ser un maestro de la agricultura sostenible reconocido en Latinoamérica empezaron cuando su vida parecía esfumarse, hace casi 30 años. En 1993 le descubrieron un envenenamiento masivo en la sangre. Treinta años jornaleando entre monocultivos de frijol y papa con una bomba de fumigación en la espalda regando insecticidas y herbicidas fue el detonante del envenenamiento que lo consumía en silencio. La dos únicas salidas eran ocuparse en otra cosa o seguir con lo mismo y darse la estocada final. “El problema era que yo apenas tenía segundo de primaria y lo único que sabía hacer era volear azadón y fumigar”, relata.

Estaba equivocado. Carlos acumuló desde los ocho años, cuando ya labraba la tierra con su padre, un conocimiento sobre el campo, los suelos, semillas y plantas que alimentó durante su vida y que ante la encrucijada que le impuso su enfermedad salió a flote.

En 1994, guiado por un vecino, un médico botánico, comenzó su segunda vida como agricultor, pero sin una sola gota de agroquímico. Todo orgánico. Así empezó a cultivar en su finca Rena-Ser semillas que sirvieron para alimentarlo a él y sus antepasados y que han ido quedando en el olvido por la demoledora agroindustria y su arsenal químico para maximizar la productividad.

Y así se abrieron paso en su finca cientos de semillas nativas y criollas: el frijol petaco y el rochela, resistentes y nutritivos como pocas leguminosas; la papa parda, la pepina y la morasurco, tubérculos con altísimos valores nutricionales; o el bulbo de la maravilla, un ingrediente infaltable en los platos durante décadas, parecido al cubio o al ñame, y cuya flor dura 24 horas y no tiene nada que envidiarle a la belleza de una orquídea.

En las ferias de semillas, donde Carlos empezó a asistir para mostrar y vender sus lácteos, germinados y cosechas, fue tejiendo un círculo de amigos y expertos. Y se convirtió oficialmente en uno de los 20 custodios de semillas nativas y criollas de Antioquia, en una red que se articula con redes del país, que a través de 428 custodios busca recuperar la identidad agrícola y la soberanía alimentaria.

Legar el conocimiento

En 2009 le llegó una invitación para viajar a Brasil a compartir su conocimiento sobre agricultura agroecológica y defensa de semillas autóctonas. La suya fue la ponencia magistral del evento y en 2010 Cuba lo requirió para compartir su sabiduría campesina en la isla. En 2012 fue Chile. Allí defendió la tesis de un estudiante de la Universidad de Antioquia.

Resulta que el estudiante estaba realizando una investigación en Rena-Ser sobre resiliencia al cambio climático, un término que en ese entonces no le decía mucho a Carlos. Un día cayó un diluvio que arrasó monocultivos en el municipio y, sin embargo, la huerta de Carlos se recuperó una semana después. Ahí entendió el significado del término.

Luego viajó a Argentina, Uruguay, Perú y su última ponencia fue en Nicaragua, en 2017. En todo este proceso de enseñanza y aprendizaje estuvo acompañado por el chileno Miguel Altieri, profesor de Berkeley y una de las máximas autoridades internacionales en agroecología, y quien entendió que en Carlos había un conocimiento empírico tan importante que era necesario transmitirlo a lo largo del continente. Fue a través de él que la reputada universidad, que ocupa el primer lugar en el ranquin de Estados Unidos, reconoció a este campesino del Oriente antioqueño.

La semana pasada Carlos estuvo en la biblioteca de Comfama en Aranjuez hablando sobre agricultura biodinámica. Esperaba hablar ante unas cuantas personas y vio el auditorio repleto. Carlos les explicó que la biodinámica persigue que todos los elementos de la naturaleza se alineen con la correcta elección de los tiempos para cada una de las acciones que requiere cultivar la tierra. El resultado, si se hace bien es un suelo más fecundo y unos alimentos y plantas más saludables.

Le emociona ese despertar de la ciudadanía frente a los alimentos y la forma de producirlos, pero no oculta que hay realidades aún lejos de cambiar. Los circuitos de comercialización siguen siendo excluyentes para estos productos autóctonos. Los monocultivos y los alimentos producidos a nivel industrial siguen siendo los reyes.

Una pelea huerta a huerta

El profesor jubilado Tito Antonio Machado Cartagena tiene claro que falta trecho hacia la recuperación de la diversidad agrícola, pero sabe también que cada huerta agrofamiliar campesina vale oro. Desde la Corporación Académica Ambiental de la U. de A. el profesor Tito lleva años ayudando a las familias campesinas a hacer el tránsito de la dependencia económica y alimentaria de los monocultivos hacia la de pequeños policultivos.

La idea, explica, es apuntarle a tres objetivos: sanear el ambiente al prescindir de químicos y permitir que la relación entre suelos, plantas, microorganismos y especies animales regule la producción. Mejorar la seguridad alimentaria de las familias. Y salvaguardar la diversidad agrícola del país y del mundo.

Existe conocimiento sobre 30.000 plantas comestibles en el mundo, pero en la dieta promedio de un colombiano apenas están presentes entre ocho y nueve variedades por la pérdida del conocimiento agrícola y culinario y las trampas de la agroindustria.

El profesor Machado calcula que en el país se ha perdido entre el 65% y el 70% de las semillas criollas y nativas. Pero asegura que es posible recuperarlas. Y lo están haciendo, aunque la aniquilación de la diversidad ha sido brutal.

Las políticas agroindustriales promovidas por las multinacionales han sido implacables en la introducción de especies genéticamente mejoradas y en las movidas para destruir especies nativas. En el país, para recibir la certificación para producción agrícola, a los productores campesinos los han obligado a trabajar con las semillas patentadas por las grandes industrias.

Pero con cada huerta agroecológica se consolidan pequeños focos de rebeldía. Variedades de frijol, zanahoria, cidra, papa, tomate, yucas, pimentones, frutas y cientos de alimentos que seguramente un veinteañero jamás ha consumido ni visto hoy se cultivan en esas huertas.

Actualmente hay decenas de proyectos rodando, liderados por la U. de A. y otras universidades, alcaldías, la Gobernación y organismos internacionales como la FAO. Medellín, por ejemplo, tiene desde hace nueve años una red de huerteros. Justo esta semana Machado comenzó a montar un proyecto agroecológico con familias víctimas del conflicto en Amalfi.

Hoy no solo estas huertas sirven para la soberanía alimentaria de las familias sino que los productos cultivados empiezan a tener más mercado, sobre todo entre la población joven.

Ante la inminencia de hambrunas devastadoras, la ciencia y los gobiernos se preguntan cada vez más cómo garantizar la alimentación de los pueblos. Carlos tiene una respuesta: sembrando semillas nativas y consumiéndolas. Hay que escuchar a los que saben, mientras sigan aquí . n

428
custodios y guardianes integran las redes de guardianes de semillas nativas y criollas del país.
83
plantas medicinales cultiva Carlos en su finca, con utilidad comprobada contra cientos de enfermedades.

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