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Coteros que son de madera fina

El de los cargadores de madera es un oficio rudo. Al hombro llevan troncos de 100 kilos hasta los aserríos.

  • “¿Qué si no me daban ganas de no volver? Pero la necesidad y el hambre lo mandan uno a volear”. FOTO juan a. sánchez

    “¿Qué si no me daban ganas de no volver? Pero la necesidad y el hambre lo mandan uno a volear”.

    FOTO juan a. sánchez

30 de agosto de 2015
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“Para uno, estos son palitos y juega con ellos”.

Espacio: Barrio Triste, sector occidental, donde está la mayor parte de los aserríos, en la misma vía por donde pasa, elevado, el viaducto del metro. Tiempo: es de mañana, pero lo mismo sucede en la tarde. No llueve. Escena: dos coteros descargan un camión colmado de troncos de madera. Van acudiendo por turno a llevar el suyo, luego de desaparecer durante dos o tres minutos. Personajes: Luis Eduardo Gómez e Iván de Jesús Foronda. Tienen sobre su hombro carguero un trapo para ayudar a amortiguar la carga. Y el Flaco.

Quien habla es Luis Eduardo. Con eso de “palitos ahí”, da a entender que esos maderos, aunque pesan entre 80 y 100 kilogramos, son livianos en comparación con otros, como el abarco, de troncos largos, o el roble de troncos gruesos como árboles sin ramas, que pueden pesar una tercera parte más que estos. Y no es que alardee de su fuerza. Si existen seres humildes y sencillos son los coteros de Barrio Triste.

De lo que podrían alardear también esos sansones es de su habilidad de maromeros: con semejante peso, con una carga larga que lo antecede en casi dos metros y lo sucede en longitud igual, y cada uno de ellos debe salir caminando muy erguido de la acera donde está estacionado el camión a la calle, con la cabeza enhiesta y los ojos bien abiertos, teniendo en cuenta de no golpear un automóvil estacionado a no más tres metros ni una motocicleta de un mensajero que la dejó ahí; caminar entre los autos circulantes de esa ruidosa vía, Maturín; avanzar unos veinte pasos hacia el sol naciente; atravesar la acera, introduciendo su cuerpo por el espacio preciso que dejan dos camiones cuyas carpas no dejan ver si están cargados o no, y penetrar por una puerta angosta, la del aserrío, en cuyo interior, el espacio para caminar también es estrecho por los arrumes de maderas distintas desde el suelo hasta el techo situado por lo menos a cinco metros de altura. Llevarlo hasta la última parte, donde ronca una sierra eléctrica. Un olor árbol perfuma el lugar. Partículas de aserrín flotan en el aire.

El parco

En otra de sus venidas, mientras el Flaco desarruma la mercancía proveniente de Segovia, Luis Eduardo alcanza a contar que comenzó hace más de 35 años a descargar los camiones madereros. Que en ese tiempo había tal vez más trabajo que ahora. Que había unas empresas, Postobón, Scott de Colombia, que compraban tanta madera, que el trabajo no daba tregua. Con el tronco encima, toma una de las dos puntas del trapo que va en el hombro para secarse el sudor de la cara y se aleja por ese camino zigzagueante entre los obstáculos.

El otro personaje, Iván de Jesús, parece de pocos amigos. Su ceño fruncido y su mirada clavada en un punto indefinido frente a él, hacen verlo concentrado en lo suyo. Puedes apostar lo que quieras que no hablará una palabra. Sus asuntos no los compartirá con nadie. ¿Qué tiene qué saber nadie de él, de su trabajo? Nada. Se va.

“Solívielo”. Me desafía Luis Eduardo al volver. Se extraña que haya podido, al menos, mover el tronco que el desarrumador tiene listo para él.

Mientras vuelve Iván, el Flaco cuenta que él también era cotero. Pero una vez se cayó de un puente, o sea, de un tablón que habían puesto de la calle a la carrocería de un camión para que los coteros subieran y bajaran, el larguero cayó encima de su pierna y lo dejó aporreado. De eso hace, diga usted, unos 8 años. Por eso es desarrumador.

“Es que a veces se rueda el puente y uno cae a tierra. Puede pasar que el larguero caiga primero. Pero si cae después... ¡Llórela! Lo puede matar”, revela el sujeto arisco, el Iván aquel de mirada torva, cuando aparece de pronto.

“Más que fuerza, hay que saber cargar. Que el peso del tronco quede equilibrado. Y agarrarlo con decisión porque, si no, le puede botar un dedo. La fuerza se va cogiendo”. Ninguna vena, ningún músculo parece tensionarse en su cuello, como si de verdad estos fueran unos palitos y ellos estuvieran jugando con ellos.

“Cuando uno se accidenta, nadie lo paga. Trabajamos de cuenta propia”, dice el otro, ya entregado al juego de conversaciones intermitentes.

En alguna de las venidas, el mismo que pasó de ser un antipático parco a un amable locuaz, comenta: “¿Bien desayunados? En este trabajo se aguanta mucha hambre. Uno empieza a descargar un carro, digamos a las diez. Pasa la hora del almuerzo y uno voleando, porque después de que uno empieza no para por ningún motivo. Puede tener plata en el bolsillo y no puede parar. Y uno dice: ¡ay qué hambre!, pero se hace el bobo y sigue dándole. A veces, calma un poquito tomando agua de la pila, en el depósito de maderas. Pero hay dueños de depósito tan jodidos que le quitan la llave a la pila para que uno no les gaste agua”.

En otra, menciona que en la estrechez de un depósito donde no puede dar la vuelta con el madero al llegar, cotero que no sea capaz de descargarlo por encima de la cabeza, ¡no es cotero!

En la siguiente cuenta que las maderas buenas de cargar, por livianitas, son el chingalé y el cedro. Pero no resultan casi. El chingalé, explica, es esa con la que hacen la cama de todos, esa cama de la que uno no se vuelve a levantar jamás. Con el cedro, las camas en las que uno se acuesta y se levanta cada día.

Al terminar, muestran sus morrillos. Descubren el hombro de trabajo y exhiben, como un trofeo, el callo que la carga ha formado en ellos. Como un endurecimiento rojizo, cubierto de escasa vellosidad.

“Cuando uno está muchacho y comienza a cargar, llora -recuerda Luis Eduardo-. Ese hombro le sangra a uno. Al segundo día, uno no aguanta el dolor, eso en carne viva. Se pone dos o tres trapos y sigue dándole. Después, sana; pero nunca baja la hinchazón. Ya uno no siente nada ahí”.

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