Desde su casa ya agrietada tras el derrumbe, María Alicia López vio bajar las piedras y el fango, remolcadas por el agua, hace 25 días. Fue en una tarde de viernes en la que llovió y llovió, el lodo se metió en todos los cuartos y todavía sigue pegado en el piso de la casa.
Los habitantes de la vereda La Suiza, en el corregimiento de San Sebastián de Palmitas en Medellín, están encerrados hace casi un mes de cuenta de un deslizamiento que tiene afectadas a un aproximado de 30 familias.
Cuenta Gloria Gómez, otra de los vecinas, que los campesinos no tienen cómo sacar la carga de cebolla, café y otras legumbres. La única vía que los comunica con el resto del corregimiento, por donde antes ingresaban los vehículos, está cubierta completamente por la tierra.
Ahora les toca sacar al hombro los bultos con sus productos, cruzando por encima del alud, arrastrando los escombros un poco hacia abajo para pasar. De los enfermos ni se diga, dice Gloria, pues su mamá, una mujer de la tercera edad, ya ha perdido dos citas porque no puede arriesgarse a subir por el alud.
Sin embargo, cuando llueve de nuevo —más en esta época invernal—el material sobre la carretera se vuelve un lodazal que escurre y cubre los caminos hacia arriba y hacia abajo de la vereda y, para llegar al otro lado, deben dar la vuelta por la montaña.
La tarde del derrumbe, cuenta María Alicia, tuvo que resguardarse en la casa de un vecino, no fuera ser que les cayera una piedra gigante. Luego pagaron un arriendo temporal en otra vivienda, por la recomendación del Departamento de Gestión del Riesgo de Desastres (Dagrd), que les indicó que era recomendable evacuar la vivienda.
A pesar de eso, hace unos días regresaron porque ya no tienen cómo seguir pagando el arriendo. Toca, dice López, asumir el riesgo: quedarse, con el derrumbe casi sobre sus cabezas, con el temor de que ceda la montaña. Y es peor, porque “la casa está muy rajada”.