En la Medellín de los 60 era paseo, un disfrute necesario, divisar la finca La Esmeralda, recorrer sus linderos, caminar por la trocha que la atravesaba hasta llegar a las montañas del suroccidente, a unos 8,5 kilómetros de la avenida Oriental con la Playa, en el Centro de la ciudad.
Una imponente casa, en tapia, con apariencia de castillo, palmeras, jardines florecidos y piscina lucía en aquella zona, entonces tan rural y cercana a un poblado llamado Belén. Al fondo el cerro que hoy llaman Las Tres Cruces.
Era la única propiedad en 48 hectáreas, que iniciaba en lo que hoy es la carrera 80, por la urbanización Sorrento y hasta el colegio Padre Manyaneth. A su alrededor había extensas mangas, sembrados de hortalizas, árboles frutales y tres nacimientos de agua.
Los esposos Marcos Restrepo y Julia Gaviria eran propietarios de La Esmeralda. Del matrimonio nacieron 18 hijos, entre ellos Julia Restrepo Gaviria, que se casó con Bernardo Bernal Bravo, quien años después le compró la finca a su suegro Marcos.
Blanca Gil Bernal recuerda que sus abuelos, Bernardo y Julia, vivían en una casa del Centro de Medellín, donde ahora queda una sede de Profamilia; eran vecinos de Fernando González.
“La Esmeralda era su finca de recreo. Además, tenía otra tierra, llamada La Cangreja, que lindaba con una quebrada de igual nombre en el corregimiento Altavista, detrás del cerro de las Tres Cruces”, dice.
Hasta ese lugar, recuerda Gil Bernal, medellinenses de otros barrios subían por agua, ya que en la ciudad era frecuente que la cortaran.
“Se les ponía una manguera para que la que recogieran”, comenta y recuerda que “allá no había carretera, tampoco bus que nos llevara. Medellín llegaba hasta el centro de Belén”.
El Valle de Aburrá, ya a inicios de los 70, vislumbraba un crecimiento urbanístico y poblacional. Bernardo y Julia repartieron sus predios entre los 10 nietos. Todos, menos dos—uno sacerdote y otra monja—construyeron casas campestres de dos niveles, con más de cuatro cuartos, solares y chimeneas.