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Plaza Cisneros: auge y ocaso del antiguo centro de Medellín

El mercado de Guayaquil, donde emergió Medellín, sucumbió ante las luces de la modernidad.

  • El mercado de Guayaquil, donde estuvo alojado el corazón local, le dio paso al actual Parque de las Luces FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA Y ARCHIVO
    El mercado de Guayaquil, donde estuvo alojado el corazón local, le dio paso al actual Parque de las Luces FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA Y ARCHIVO
  • Plaza Cisneros: auge y ocaso del antiguo centro de Medellín
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01 de junio de 2019
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Una ciudad que se fugó y que solo se puede reconstruir en la memoria a través de evocaciones de la casa, la esquina o la calle, o de los instantes. Esa ciudad que lamentaba Mejía Vallejo, en Aire de Tango, cuando decía que Guayaquil ya no existía: “Se lo tragó el ensanche, o apenas vive en la memoria de algunas prostitutas que mascullan los recuerdos”.

Y es que ese Guayaquil que rumia Mejía Vallejo tenía la suerte de ser una ciudad dentro de la ciudad, un portal para ingresar a la Medellín que apenas daba sus primeros pasos a la modernidad. Una zona en la que confluyeron en un momento la estación central del ferrocarril, el paradero del primer tranvía y la plaza de mercado.

Era la esquina del movimiento, el lugar donde latía el corazón de la villa.

El origen de la gran plaza se remonta a 1894 cuando se terminó de construir el mercado cubierto. Gracias a las ganancias de la mina El Zancudo de Titiribí (Suroeste), el millonario antioqueño Carlos Coriolano Amador compró la franja de tierra lagunosa que empezaba en el río Medellín e iba hasta donde hoy cruza la avenida Oriental.

Era tal el flujo de oro en El Zancudo que Coriolano, nombre tomado de un político y militar del imperio romano, abrió su propio banco y emitió billetes con su rostro.

Amador, que vivía en un palacio cerca al naciente mercado, situado en lo que hoy es la calle Ayacucho con Palacé, contrató al arquitecto francés Charles Émile Carré para que diseñara los edificios Carré y Vásquez —ubicados en el marco de la plaza y aún en pie—.

Al francés se le deben joyas arquitectónicas locales como la Catedral Metropolitana, la Casa Barrientos, el palacio de José María, hijo de Coroliano, y el mercado cubierto.

La forma del olvido

La recién inaugurada plaza de Flórez —25 de enero de 1891—, en terrenos donados por Rafael Flórez, de ahí su nombre, no había llenado las expectativas del caserío en expansión. Inicialmente fue conocida como Mercado de Oriente, porque allí llegaban los campesinos del corregimiento de Santa Elena y de los municipios de esta subregión, pero el lugar se quedó corto para la demanda y lejano para los habitantes de otras zonas.

Coriolano vio entonces la oportunidad de valorizar sus tierras y entró en competencia con el francés Carles Petin que pretendía construir una estructura de hierro, forrada en cristal, en el norte del Aburrá. Finalmente, el 27 de junio de 1894 el renovado mercado abrió sus 31 puertas.

Cuenta Néstor Armando Alzate, en su libro “La bella villa”, que ese día los parroquianos acudieron en romería y entraron, incluso, por las ocho puertas habilitadas para los animales de carga, lo que casi desata una tragedia.

El edificio ocupaba 9.000 metros cuadrados, delimitados por muros de cal y ladrillo, fundados con piedra. Tenía cinco galerías y ocho patios.

El comercio llenó tantos espacios que a los costados, como si fuera un imán de multitudes, se formaron otros nichos comerciales como el Pasaje Sucre y El Pedrero, que se llamó así porque albergaba gran cantidad de ventas callejeras sobre una calle empedrada. Tuvo tres décadas de apogeo hasta un primer incendio en los años 30 que obligó a reconstruir parte de su estructura.

“Recuerdo el grito de los vendedores de aguacate que valían un peso, y del montoncito de tomates que costaba 50 centavos. El de la lotería gritaba ‘Valle’ y ‘Meta’, a peso. Lo que nunca olvido son los culebreros anunciando sus productos milagrosos con una culebra en un cajón. Decía: ‘Quieta Margarita, animal feroz’”, recuerda, en Facebook, el lector Luis Fernando Restrepo Mejía.

Después del primer incendio se recuperó, incluso fue testigo de la multitud que copó las afueras de la plaza para recibir a Jorge Eliécer Gaitán en 1946, pero el 7 de abril de 1968 tuvo su tiro de gracia con otro incendio que marcó la ruta de su abandono.

El surgimiento de mercados satélites en otros barrios fueron sumiendo en el abandono a Guayaquil, a tal punto que los lujos y la clase alta que se había instalado allí se fue para otras zonas. “Los que se resistieron a abandonar la plaza se fueron marchitando entre nostalgias y años de soledad”, cuenta Alzate.

En 1984, cuando La Alpujarra estaba en construcción y la Minorista abría sus galerías, los últimos venteros fueron expulsados de sus toldos y tuvieron que aceptar, con resignación, su éxodo.

Un homenaje a medias

La plaza llevó a cuestas el homenaje al ingeniero y revolucionario cubano Francisco Javier Cisneros, quien asumió el contrato para la construcción del ferrocarril en 1874, con el entonces presidente del Estado Soberano de Antioquia, Recaredo de Villa.

La ejecución de la obra tuvo muchas dificultades, sobre todo, por las guerras civiles que desangraron a la joven república colombiana. Al término de los 10 años, Cisneros solo alcanzó 45 kilómetros y dejó a medio camino el encargo, al llegar hasta la estación de Pavos, en el margen del río Nus, antes del caserío que luego llevaría su apellido.

Falleció en 1898, en un hotel de Nueva York. La primera gran plaza de Medellín llevó su apellido, cuando en 1924 erigieron una estatua del artista Marcos Tobón Mejía. La obra permanece hoy en el ingreso a la Alpujarra.

El ingeniero José María Bravo, autor de un libro sobre el tren, le dijo el año pasado a este diario que: “Aquí somos el olvido que seremos. Se ha perdido la memoria física de Cisneros y los jóvenes de ahora no saben quién fue. Debemos empezar porque la zona que hoy llamamos Parque de Las Luces retome su nombre y se reviva el recuerdo de la plaza”.

Como parte de un proyecto para renovar el Centro, en 2002 la alcaldía hizo una convocatoria para recuperar el espacio, bajo el lema “Medellín es luz, un poema urbano”. El diseño del arquitecto Juan Manuel Peláez fue el ganador en 2003. Al fin en 2005, el Parque de Las Luces se inauguró con 300 postes, 2.100 reflectores y 170 lámparas de piso.

Quizá su nombre haya sido para irradiar el legado de Cisneros y para evocar los días en los que el corazón de la villa latía en una plaza. Tal vez Marlow, el personaje de Joseph Conrad, tenga razón cuando dijo que la vida —o la historia de las ciudades en este caso— es como una llama que corre por una llanura, como un relámpago en las nubes. Nosotros solo vivimos un parpadeo .

1894
fue el año de inauguración de la plaza de mercado ubicada en el sector de Guayaquil.
Infográfico
9.000
metros cuadrados ocupaban las cinco galerías y ocho patios que tenía la plaza.

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