Son casi las once de la mañana y en el parque Berrío el tiempo se agota. Unas 20 vendedoras de tinto y tres lustrabotas están aglutinados en un plantón con el cual buscan llamar la atención de las autoridades. Policías de la zona les advirtieron que las dejarían estar allí hasta las 11:30 a.m. Ni un minuto más.
Llevan tapabocas e intentan distanciarse unos de los otros. Saben el riesgo que implica estar allí, “pero no venimos porque queramos, venimos porque tenemos derecho a la vida y necesitamos ayuda. Nuestros hijos en casa están pasando hambre”, expresa Gisela Ardila, vendedora de tintos en el parque hace 24 años y presidenta de Asotintos, asociación de vendedoras de tinto que aún no tiene registro de Cámara de Comercio, pero sí un intento de trámite para su reconocimiento.
“En total tenemos en nuestra lista a 450 mujeres. Muchas de ellas eran venezolanas y se han ido, así que ahora somos menos. Con certeza, sin embargo, aún quedamos 170”, indica Ardila.
Los problemas que los congregan son las dificultades para inscribirse en la plataforma Medellín me Cuida por falta de acceso a internet y, quienes ya recibieron ayudas, explican que estas alcanzaron para cubrir las necesidades de las familias solo por algunas semanas, pero que ahora son insuficientes.
Jimmy Hernández, lustrabotas del parque se quita el tapabocas para explicar que a él, por ejemplo, las ayudas aún no le han llegado y se ve obligado a trabajar algunos días “con la policía detrás. Nos dicen que si nos cogen con la cajita de embolar, nos van a poner una multa”.
“¡Que nos la pongan!”, expresa Yanet Mesa, vendedora de tintos que también acompaña la manifestación. “Si no tenemos para comer, menos para pagar multas”.
La primera pausa
Trabajar como lustrabotas requiere más resiliencia de la que puede imaginarse. “Los materiales han cambiado mucho. Cada vez sale un nuevo tipo de cuero, pero hay que saberse adaptar y conseguir todo tipo de líquidos de limpieza. El uso de tenis en vez de zapatos de material nos afectó un tiempo, pero ¡hasta los tenis se pueden brillar!”, expresa Henry Ospina, lustrabotas del parque desde los 90.
Ahora, la capacidad de sobreponerse a las adversidades la está teniendo que manifestar en uno de los escenarios más difíciles: esta vez, además de enfrentar la incertidumbre de no tener un ingreso fijo cada día, Ospina debe trabajar bajo la posibilidad latente de contagiarse.
“Antes llegaba a trabajar a las 7:00 a.m., y me iba a las 5:00 p.m. Ahora, me quedo solo unas horas, mientras consigo lo básico para comer. No todos, pero sí algunos, estamos yendo a trabajar a pesar de los riesgos”, explica.
Los que más tiempo llevamos son personas mayores, indica Ospina, y están en sus casas sin ayuda. Es el caso de Henry Montoya, quien lleva 30 años trabajando en el parque Berrío y, por primera vez, tuvo que parar.
“En treinta años nuestra mayor amenaza había sido el uso generalizado de los tenis. Y estábamos ganando la pelea... hasta ahora”.
Ospina asegura que su familia recibió una de las ayudas de la alcaldía pero que ya se acabó “porque la señora del arriendo necesitaba que le pagara”, y su ingreso es el único del que viven cinco personas.
“Hay muchos trabajadores de bancos cercanos que vienen y quieren entrar con sus zapatos pulidos. Si nos dejaran trabajar bajo condiciones de bioseguridad, nos podría ir muy bien”, expresa.
Es una de las propuestas. Otra es acudir a los visitantes del parque de toda la vida. Aquellos que, más que clientes, se han convertido en grandes amigos.
“Pedimos que nos ayuden, que nos dejen trabajar o que, en su defecto, nos dejen hacer una teletón: nosotras mismas podemos recoger nuestras ayudas”, expresa Mesa.
En manos de viejos amigos
La idea les surgió cuando vieron las jornadas de donación que ha organizado la alcaldía. “Las vendedoras y los lustrabotas tenemos muchos amigos, conocemos a muchos pensionados”, expresa Ardila.
Y la idea de pedirles ayuda ahora no les resulta descabellada. De hecho, ya han pensado en la logística y “contaríamos con la ayuda de los policías de la zona”.
La estrategia de seguridad consiste en despejar un espacio del parque para que las personas pongan sus donaciones. Al final del día, “ nosotros procederíamos con la desinfección y repartición de alimentos” explica Ardila. “Un día sería suficiente para recoger lo que nos hace falta”.
450
son las vendedoras de café que trabajan en el parque de Berrío, según Asotintos.