No es un moderno mall comercial, “son las dos cuadras más importantes para el comercio del barrio Buenos Aires”, según habitantes y trabajadores de la avenida Ayacucho a la altura de la carrera 29. Aquí, los primeros pisos de las casas se convirtieron en más de 100 locales que ofrecen todo tipo de productos y servicios. Como en los típicos barrios populares de Medellín, la gente no sale de la zona para comprar lo que necesita, todo se consigue a pie y, así mismo, la Twittercrónica recorre el lugar esta vez.
Las fachadas, algunas todavía con techos altos y con tejas de barro, se desdibujan en el lugar donde pasaba el antiguo tranvía eléctrico, que funcionó entre 1921 y 1950. Quizás solo en el interior de las casas aún queda algo de aquellas fincas grandes protagonistas de fotos a blanco y negro de la época.
Es la mañana del jueves 8 de octubre, falta justo una semana para que inicie la tan esperada apertura pedagógica del nuevo tranvía de Medellín y todo se ve a medio terminar. “Estamos acabando las jardineras, puliendo los andenes y acomodando algunos detallitos que faltan”, explica Wilson Díaz, obrero de la empresa constructora Guinovart.
El día está soleado, la luz cae sobre el concreto aún sin mucho uso y rebota sobre la amplia vía desolada. Se ve tan brillante por momentos, que logra encandilar. A las 10 de la mañana pocos transeúntes pasan de afán. Al mismo tiempo, algunos comerciantes recién abren sus locales o esperan ansiosos a que llegue el primer cliente.
Fachadas que cambian todo
Al fondo se ve una colorida vivienda en cuya fachada está pintado el rostro de Belarmina Rojas Valencia (q.e.p.d.), madre y abuela de quienes habitan todo el edificio. Una obra de la Alcaldía y el Museo de Antioquia que contrataron artistas para pintar, al antojo de los propietarios, las casas del sector.
Al tocar la puerta sale un hombre que se está cepillando los dientes. No atiende preguntas porque se está arreglando para ir a trabajar. Lo único que alcanza a gritar por la ventana es su nombre, Wilmar, y la frase “es que desde que la pintaron así, hace dos meses, no hay día que no toquen la puerta para hacer preguntas”.
En la esquina de enfrente está la fachada azul de Renobar, una cafetería que lleva allí más de 20 años. En el andén se ven tres bancas instaladas recientemente, y allí están sentados cuatro hombres de edad avanzada: Fabio Velásquez, Gustavo Montoya, Jorge Gómez y Juan Pablo García, habitantes y amigos del sector.
Hablan con orgullo de la obra; Jorge Gómez - que vive en esa misma calle- dice que mejoró mucho el problema del ruido porque antes de la construcción por esa vía subían y bajaban buses, carros y motos. “En las pruebas vimos que al tranvía no le suena nada, si acaso la campanita”, dice.
Fabio comenta que no solo disminuyó la contaminación ambiental, también la avenida le parece más estética. “Lo visual, lo auditivo, todo cambió para bien” a lo que su amigo Jorge agrega, “ esto acá es un parche, no nos provoca ir a ninguna otra parte”.
Dejando la gloria
Pero no todos están tan contentos. Del otro lado de la calle se ve el puesto de venta de jugo de naranja de Rosalba Tejada. Ella vive en un apartamento, en un segundo piso, y todos los días en la mañana saca el carro de aluminio al andén de su casa.
“A mí al menos me dejaron quedar, a los que no tenían permiso, los de los chorizos y demás, se tuvieron que ir. Dizque que les van a construir un centro comercial allí abajo, pero para qué, pa’ ponerlos a pagar arriendo y otras cosas”, dice mientras le vende un jugo de mil pesos a uno de los obreros.
Rosalba explica que desde que empezó la obra sus ventas bajaron drásticamente, porque antes en un día malo vendía 60 mil pesos en promedio, pero ahora no hay día que alcance los 25 mil. Agrega, además, que su arriendo aún no ha subido, pero que el dueño de la casa ya ha hecho comentarios de que lo quiere aumentar.
Al lado hay una papelería, su propietaria, Lucy Bernal, también dice que sus ventas han disminuido de manera alarmante, incluso, le ha tocado sacar de su propia plata para pagar el arriendo de 900 mil pesos. “Ayer por ejemplo vendí 20 mil pesos y eso que trabajé de 9 a 9. Antes, en un día me podía hacer hasta 180 mil pesos. La mercancía se movía muy bien”, explica.
En la mitad de la cuadra, una barra de color azul, blanco y rojo que parece un caramelo gigante, es señal inequívoca de una barbería. Allí, Yeferson López, uno de los encargados de dejar felices a los clientes con nuevos estilos en pelo y barba, dice que no los ha afectado la obra pues los clientes buscan la calidad y lo siguen hasta donde sea. Al local, que lleva un año allí, le pusieron el nombre Tramway; “así se dice tranvía en inglés y en francés”, aclara su compañero Juan Fernando.
Esperanza después de todo
Un joven que transita por la zona, Juan José Gil, estudia en la Universidad de Antioquia y no ve la hora de que empiece a funcionar el sistema para ahorrarse dos pasajes diarios. Opinión que comparte Liliana Santa María, vendedora de minutos de celular y mecato en el sector. Ella, que tiene movilidad reducida, se sueña con montar cómodamente en su silla de ruedas en el tranvía y poder ir al centro, “ya no me va tocar esa travesía de bajar y subir rodando hasta allá”, agrega.
Después de casi dos años de aguantar polvo, ruido y otras incomodidades, el sentimiento generalizado de los vecinos del tranvía es el deseo de que el sistema empiece a funcionar. Para algunos solo por el orgullo de verlo pasar en su propia cuadra y , para otros, para ver si el negocio se recupera de la mala racha.