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Ruth Marina pasa de largo el día y bien entrada la noche sentada en las escalas de la estación Envigado del metro esperando que la mano generosa de los transeúntes le ayude a suplir sus necesidades básicas de alimentación y techo. Todos los días se desplaza desde el barrio Santo Domingo Savio, nororiente de la ciudad, hacia el sur. Un recorrido largo que hace desde lo alto de la ladera a las escaleras de cemento de la estación.
Ruth Marina es una de las adultas mayores de Medellín categorizada como pobre, pero como ella hay muchos más: según el informe Medellín Cómo vamos, el índice de pobreza en adultos mayores se ubicó en 27,6 % en 2021, siendo el peor año 2020 con un 32,9%.
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Desde hace muchos años, Ruth Marina encontró en los bajos de la estación del metro la posibilidad de un sustento. Ella es oriunda de Argelia, un municipio del Oriente antioqueño y, a pesar de su edad —70 años—, acude sin falta todos los días al mismo punto para pedir limosna, porque es lo único que tiene para sobrevivir.
“Use mi nombre, pero no le ponga el apellido”, pide como si en algún momento me hubiera contado cuál es su apellido.
Ruth es una mujer delgada y pequeña, no mide más de 1,60, tiene poco cabello, unas cejas perfectamente delineadas que la gente da por tatuadas y por las que le han reprochado: “Jum, tan pobre y con cejas tatuadas”.
Aunque en su rutina diaria está ubicarse en un rincón de las escalas del lado norte de la estación, trata de organizarse: se arropa con un buzo sencillo, que se abre para lucir la camisa que lleva debajo. “A mí me gusta mantenerme organizadita”, reconoce a carcajadas, mientras vuelve a cerrar el cierre del buzo.
Confía en que cada día logre reunir lo suficiente para el alimento y asegurar su dormida.
Según el informe de Medellín Cómo vamos, la ciudad abandonó a los adultos mayores sin atención integral y sin continuidad en la alimentación, lo que ha hecho que esta población no cuente con los niveles de seguridad alimentaria suficientes.
De hecho, lo que Ruth Marina come es una dieta muy básica, si así puede llamarse. En las noches confiesa que suele tomarse una “agua panelita con un pan”. Aunque es beneficiaria de un subsidio de la Alcaldía por un valor de 70.000 pesos, dice que el dinero se queda corto para los gastos que tiene.
Mientras está en el rincón de las escalas, la gente pasa todo el tiempo; algunos bajan la cabeza y dirigen sus miradas hacia la esquina donde está Ruth, pero otros prefieren redireccionarlas hacia otro lado y de este modo evitar mirar lo que se ha vuelto un paisaje en Medellín y el Valle de Aburrá: los adultos mayores en las calles pidiendo limosna para poder comer.
Según un estudio llamado “Inseguridad alimentaria en hogares donde habitan adultos mayores en Medellín”, realizado por Alejandro Estrada Restrepo, de la Universidad de Antioquia, las mujeres tienen un mayor riesgo de caer en la pobreza.
Este fenómeno se da, según explican los investigadores, por algo llamado “feminización de la pobreza”, que se entiende como una serie de situaciones que conducen a que sean las mujeres las que presenten mayores dificultades para acceder a una alimentación de mejor calidad nutricional.
La tendencia de la feminización de la pobreza se repite también en las mujeres adultas. La inseguridad alimentaria en adultos mayores de la ciudad para 2020 según el estudio fue del 55%, con mayor intensidad en las zonas rurales, los estratos bajos y los hogares conformados por un mayor número de personas.
Como es el caso de Ruth, que no cuenta con una estabilidad alimentaria, no tiene certeza de si va a lograr conseguir lo mínimo para comer. Desde hace 15 años las situaciones de la vida la llevaron a pedir plata en la calle.
—¿Cuánto se hace aquí por día?, le pregunto.
—Por ahí 25.000 pesos a veces o 30.000, tengo que estar muy de buenas para hacerme eso, pero quedándome hasta tarde por aquí— responde Ruth mientras hace cuentas silenciosas.
En su día a día lo primero que debe conseguir son los pasajes. “Yo tengo que salir llueva o truene”, dice convencida. Sabe que si no lo hace, nadie le ayudará. En el barrio donde vive paga 25.000 pesos diarios por la pieza donde duerme y este valor incluye algo de alimentación.
Sentada en las escalas va desgranando recuerdos de su vida. Evoca que hace veinte años su único hijo, Jhony, fue asesinado por “error”, y que al momento de morir lo único que le dejó fue un nieto de unos cuantos meses, que ahora trata de ayudar a su abuela con los pocos medios que tiene.
En la calle ha sufrido humillaciones y malos tratos. “Yo tengo 70 años y me han humillado duro, mucha gente me dice vaya trabaje, usted está muy joven, vaya trabaje... es una humillación dura, ¿sí me entiende?, yo les respondo si creen que tener 70 años es estar muy joven”, relata.
Pero después de recordar brevemente estas amargas experiencias, concluye con cierto aire de revancha que hoy en día no llega nadie hasta la edad que ella tiene. Recuerda también que hace 15 años fue atropellada y le tuvieron que practicar una operación en la columna. “Mire para que vea que no es mentira”, afirma mientras se toca con los dedos las cicatrices de la operación en la espalda.
Al caer la noche, Ruth Marina suelta dos frases con resignación: “Si yo no salgo, a mí nadie me va a decir 'tenga para que pague el arriendo o para que coma. Nadie” .