Carolina Colorado Londoño vivió esta semana una de las peores situaciones de su vida. Eran las 10:35 p.m. cuando caminaba por la zona peatonal de la estación Ayurá del Metro y un hombre la sujetó y la manoseó. Gritó y corrió al tiempo, mientras el hombre se alejaba. Ninguna persona hizo nada.
Entró a la estación, buscó a un policía y él la acompañó para buscar al sujeto. Ya no había rastro. Como trabaja cerca, le pidió ayuda para una próxima vez y el agente le sugirió solicitar acompañamiento en el CAI.
De retorno a la estación, encontró un funcionario del Metro, a quien le contó lo sucedido. Dijo que le respondió con displicencia, como si no entendiera. “No fui grosera, incluso hubiera podido recibir unas simples palabras de tranquilidad”. Agregó que si le hubiera ofrecido un vaso de agua y una voz de aliento, hubiese marcado la diferencia.
El Metro respondió así: “El pasado 13 de julio, una mujer fue agredida por un desconocido en la pasarela de la estación Ayurá. Ella se dirigió a la estación y fue atendida por un auxiliar bachiller de policía que la acompañó para ubicar al agresor... este ya había huido del lugar. La usuaria retornó a la estación y abordó a uno de los empleados del Metro para contarle la situación. La atención que recibió de parte del funcionario fue fría y no tuvo la empatía ni la solidaridad que deberían primar en estos casos... La usuaria ya había tenido atención inicial de parte de la policía como representante del organismo encargado de la seguridad ... si bien la respuesta del funcionario Metro no llenó expectativas de la usuaria, no fue agresiva ni grosera. Continuaremos trabajando con el personal de estaciones para reforzar nuestro servicio y hacerlo cada vez más humano” n