El vigilante hacía el aseo en la portería del edificio Trigales, en El Poblado, cuando con el rabillo del ojo captó algo extraño en el monitor de las cámaras de seguridad. Desconocidos salían del apartamento 610, cargando unas cajas de cartón. Eran las 00:44 del 15 de octubre de 2017, por lo que era improbable que se tratara de un trasteo. Por radio le ordenó al rondero que subiera a averiguar qué pasaba, y cuando pretendía informar a la empresa de vigilancia, un hombre irrumpió en el recinto, le apuntó con un revólver y le dijo que se encerrara en el baño.
Ajeno a la situación, el rondero caminaba hacia el ascensor. Le llamó la atención que en el parqueadero había una camioneta gris de vidrios polarizados, obstruyendo la salida. En ese instante se abrió la compuerta del elevador. “No se haga matar, que esto no es con usted”, le advirtió un delincuente, empuñando una pistola con silenciador. Pálido del susto, observó que cinco personas, incluida una mujer, abordaban la camioneta, llevando cajas repletas de dinero.
Después de cinco minutos interminables, el vigilante abrió la puerta del baño. Ya no estaba el hombre armado, pero se había llevado el radio portátil y el DVR con la grabación de las cámaras. Recordó que en el 610 vivía hacía dos meses el inquilino Jhon James Palacio Madrid, de 39 años, quien nunca salía del apartamento. Algo grave había pasado.
El reporte preliminar de las autoridades señaló que los patrulleros encontraron la puerta entreabierta, un equipo de sonido encendido y algunos billetes regados en el suelo. En el baño yacía el cadáver de Palacio, con cuatro heridas de puñal en la cabeza.
El general Óscar Gómez, comandante de la Policía Metropolitana, confirmó en ese entonces que en el lugar había una importante suma de dinero, que fue robada, sin dar más detalles.
Fuentes judiciales, que solicitaron la reserva de la identidad por tratarse de una investigación en curso, explicaron a este diario que el apartamento escondía una caleta de la organización narcotraficante Clan del Golfo, con un botín estimado de 20.000 millones de pesos.
El paradero de la fortuna ilícita se desconoce, pero la codicia por ese tesoro de la mafia está dejando una estela de sangre en las calles de Medellín. EL COLOMBIANO conoció que las autoridades investigan cuatro asesinatos, entre ellos el de Jhon Palacio, que al parecer estarían relacionados con el incidente de la caleta.
Una cita fatal
El 6 de abril de 2018 el comerciante Carlos Andrés González Gómez, de 32 años y nacido en el municipio de Ciudad Bolívar, recibió una llamada que lo dejó perplejo. Un tal Darío le dijo que tenía que rendir cuentas por un atentado ocurrido en Las Palmas y lo citó a una reunión en el edificio Moderatto, ubicado en el barrio Conquistadores de Medellín.
Según el informe oficial del caso, González llegó en automóvil a las 7:30 p.m. de ese día, portando un morral con 3’450.000 pesos en billetes de $50.000. Le pidió a su cuñado que lo esperara con el motor encendido, mientras entraba a la recepción a preguntar por Nando, al parecer la mano derecha de Darío. Ingresó a la edificación, anunció su llegada y a los pocos segundos arribaron dos hombres en una motocicleta Yamaha negra.
El parrillero, cubierto con el casco, se bajó con una pistola 9 milímetros y persiguió al comerciante hasta el parqueadero, donde le quitó la vida a balazos. Cuando quería huir, el cuñado de la víctima embistió la motocicleta con el carro, y no le dejó más opción que correr junto a su compinche.
La moto abandonada la incautó el CTI. Al verificar la placa en la base de datos judicial, los investigadores hallaron una coincidencia. El año pasado (09/9/17) la Policía había detenido a un presunto sicario con esa moto: Kevin Samir López Mejía, con antecedentes por porte ilegal de armas y de estupefacientes.
El mismo muchacho, de 27 años, está implicado en otro homicidio ocurrido el pasado 18 de febrero en Barranquilla. El finado fue Juan de Dios Perdomo Bonilla, de 52 años, y quien posaba de agente deportivo; solía andar con carnés y tarjetas fraudulentas de la Federación Colombiana de Fútbol y el Consulado de la República de Malta.
Lo abalearon en plena vía pública y en la reacción policial fue capturado Kevin López, con dos pistolas, tres proveedores y un silenciador. El general Mariano Botero, comandante de la Policía de Barranquilla, indicó a los medios locales que el detenido había sido enviado desde Medellín por una oficina de cobros sicariales, que ordenó la muerte de Perdomo por un negocio que salió mal en la capital antioqueña, aunque sin precisar de qué tipo.
De acuerdo con fuentes de la Fiscalía, el comerciante Carlos González hacía parte de una investigación preliminar por su supuesta participación en el hurto de la caleta de El Poblado, aunque a la fecha de su muerte no le habían expedido orden de captura. Lo que sucedió después de su partida al más allá, arrojó mayores intrigas a este expediente.
Cazadores del tesoro
Al mismo tiempo que los técnicos del CTI inspeccionaban la escena del crimen, en la que quedó el cuerpo de González, un hecho inusual se presentaba en su apartamento del edificio Azure, a seis cuadras de distancia, en el mismo barrio Conquistadores.
Testigos narraron a los agentes que un grupo de personas entró con llaves al apartamento 801 y extrajo varias cajas de cartón y bolsas negras de basura. Las guardaron en dos camionetas y se fueron. La hipótesis del caso apunta a que allí estaba guardado el tesoro del Clan del Golfo y que lo trasladaron a otro escondite.
A los seis días, a las 3:47 p.m. del 12 de abril de 2018, cinco hombres llegaron a la entrada de Azure. Tocaron el timbre del citófono, mas nadie les abrió. Tal cual consta en las grabaciones de las cámaras de seguridad, de sus mochilas sacaron chaquetas y gorras con los emblemas de la Policía, pero los tatuajes y corte de cabello de uno de los ellos, hacen dudar de que en verdad se tratara de servidores públicos.
Permanecieron 16 minutos ante la puerta de la edificación, con el aparente propósito de simular un allanamiento, y luego se fueron. Se presume que querían subir al apartamento de González y esa idea está respaldada por los hechos de la noche siguiente.
A las 10:33 p.m. del 13 de abril de 2018, las cámaras de Azure captaron a dos hombres que se aproximaron a la puerta levadiza del garaje. Intentaron levantarla a la fuerza, pero no pudieron. Cinco minutos más tarde regresaron con refuerzos, y entre seis personas la alzaron parcialmente, rompiendo el mecanismo de seguridad conectado al motor de la puerta.
Mientras unos cómplices vigilaban afuera, arrimaron en reversa un automóvil Nissan March gris a la rampa de acceso al garaje, para encubrir lo que hacían, y taparon la placa con una chaqueta. Una mujer que hablaba por celular les transmitía las órdenes a los demás, que se pusieron guantes de látex para no dejar huellas y abordaron el ascensor hacia el octavo piso.
Allí se toparon con una sorpresa: la puerta del apartamento 801 era blindada. Fracasaron forzando la chapa con una barra metálica y como último recurso le dispararon varias veces, sin lograr abrirla. La bulla alertó a los vecinos del 802, que se asomaron y fueron encañonados por los invasores.
El asalto estaba durando más de lo pensado y la banda al parecer se sintió expuesta cuando a la entrada del edificio llegó un domiciliario a las 10:53 p.m. El joven timbraba y nadie le respondía, así que decidió esperar.
Seis minutos más tarde apareció una patrulla motorizada de la Policía. Uno de los uniformados entabló conversación con el domiciliario, al tiempo que su compañero hacía algo que los detectives consideran sospechoso: encendió las luces de sirena de la moto por cinco segundos y luego las apagó. Se cree que era una señal en clave, porque en breve empezaron a salir los asaltantes por el estacionamiento.
Uno de los policías requisó a dos y el colega intentó perseguir a otro, pero todos se evadieron del lugar y se llevaron el carro sin mayor dificultad. Los patrulleros quedaron solos, y apenas en ese instante, a las 11:05 p.m., ingresaron al garaje y reportaron a la central que hubo un intento de robo.
A varias cuadras de distancia, otra patrulla arrestó a dos hombres que tenían una actitud misteriosa, pero tiempo después quedaron en libertad, pues no se corroboró que estuvieran ligados al incidente.
Los desconocidos fallaron de nuevo en la búsqueda del botín, aunque esta trama tendría reservado un episodio más de violencia.
Daños colaterales
En el apartamento 802 de Azure, al lado del comerciante González, vivía un ingeniero civil de 40 años, directivo de una firma constructora. El profesional se recuperaba de las heridas sufridas en un ataque a bala ocurrido el anterior 3 de abril en el barrio La Castellana, y aún estaba convaleciente en la noche del día 13, cuando fue encañonado junto a sus familiares por los invasores que trataron de burlar la puerta acorazada del 801.
Desde el atentado, su empresa enviaba con frecuencia al edificio al conductor Wilman Andrés García Correa, de 40 años, para que le entregara los medicamentos que recetó el doctor.
A las 6:30 p.m. del 18 de abril de 2018, cinco días después de la incursión de la banda a la edificación, el chofer llegó al lugar en una camioneta, llevando los remedios como de costumbre. Caminó hasta la entrada de Azure y justo allí fue asesinado a tiros por un joven que lo sorprendió por la espalda.
Para los investigadores, esta muerte podría relacionarse con la del comerciante y analizan si el atentado sufrido por el ingeniero es el mismo por el cual citaron a rendir cuentas a González, en la fecha de su ejecución. Tampoco se descarta que el homicidio de Barranquilla esté ligado con esta historia, por la conexión del supuesto sicario con la moto incautada en el barrio Conquistadores.
Por lo pronto, el caso está repartido en cuatro despachos de la Fiscalía. Lo grave es que el tesoro del Clan del Golfo sigue rodando por la ciudad. Su paradero es una incógnita para las autoridades, que lo persiguen atando los cabos de los muertos que deja a su paso.