Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

Así era el amor en los tiempos del telegrama

  • Lía Vásquez, de 76 años, lee hoy los telegramas que le enviaba su novio, con la misma emoción de hace 59 años. FOTO ROBINSON SÁENZ
    Lía Vásquez, de 76 años, lee hoy los telegramas que le enviaba su novio, con la misma emoción de hace 59 años. FOTO ROBINSON SÁENZ
  • Los telegramas comunicaron a las familias de Medellín por muchos años, antes del teléfono y el internet. Hoy el sistema se mantiene vivo, pero al servicio de empresas y entidades oficiales. FOTO ROBINSON SÁENZ
    Los telegramas comunicaron a las familias de Medellín por muchos años, antes del teléfono y el internet. Hoy el sistema se mantiene vivo, pero al servicio de empresas y entidades oficiales. FOTO ROBINSON SÁENZ
  • Emilio Franco, uno de los telegrafistas que tuvo Medellín. Dice que nunca guardó los telegramas porque pensó que siempre estarían. FOTO JAIME PÉREZ
    Emilio Franco, uno de los telegrafistas que tuvo Medellín. Dice que nunca guardó los telegramas porque pensó que siempre estarían. FOTO JAIME PÉREZ
  • Uno de los telegramas de amor que recibió Consuelo. FOTO CORTESÍA
    Uno de los telegramas de amor que recibió Consuelo. FOTO CORTESÍA
06 de noviembre de 2018
bookmark

Todas las tardes, entre 1958 y 1960, un mensajero desfilaba por los pasillos de la fábrica de galletas Noel y entregaba un sobre cerrado, de color ocre, al jefe de las empacadoras.

“Lía, otra vez ese señor, dígale que no sea cansón”, decía el huraño jefe mientras veía el brillo en los ojos de su empleada que intentaba disimular la sonrisa de enamorada.

“Sta. Lía Vásquez (Fábrica Noel) Medellín. Soy un Luciano Silva - viviendo del recuerdo. Salúdote - besitos. William”, decía el texto enviado el 2 de junio de 1959.

El remitente era William Abel Escudero Jaramillo, un empleado de la empresa Telégrafos Nacionales que desde hacía un año se había ennoviado con Lía. “Yo estaba muy enamorada. Mis compañeras leían todo y me decían que era muy lindo”, cuenta la mujer que hoy tiene 76 años.

Se conocieron cuando ella tenía 16 años y él era su vecino en el barrio Castilla. La muchacha recuerda que lo veía desde el solar de su casa, cuando él intentaba coquetearle, pero no le agradaba porque le parecía que era “de dedo parado”. Él, insistente como era, averiguó que su lugar de trabajo quedaba en lo que hoy es la avenida 33, cerca a la estación Exposiciones, y empezó a cruzarse en su camino. Se subía al bus para ponerle conversa y la esperaba en la casa.

Un día de 1958, antes de viajar a Argelia, le dijo: “¿entonces, Lía, puedo decir en el pueblo que sos novia mía o no?” Ella lo pensó unos segundos y le dio el sí. Desde ese instante y hasta que se casaron, en 1960, William le envió entre uno y dos telegramas diarios a su amada. Ella los conserva como tesoros, en su casa de Robledo y su finca de La Ceja.

Amores de lejos

Un telegrama con la palabra “urgente” en letras mayúsculas, llegó el 30 de diciembre de 1966 al almacén Flamingo de la carrera Bolívar. A Luis Mosquera, desde Quibdó, le urgía que su amada Amparo Restrepo supiera que le deseaba “buen viaje, besos, abrazos”.

Del papel solo queda una foto digitalizada que hace unos días compartió el hijo de la pareja, Juan, en sus redes sociales. “Ella era cajera en Flamingo. Él, estudiante universitario que viaja al Chocó a donde su familia y desde allí envía el telegrama al almacén donde la muchacha era empleada”, cuenta el hombre.

A Juan lo que más le llamó la atención de la historia es que su padre decidiera enviar el mensaje al lugar de trabajo de la amada, y no a la casa de su suegra. “Vaya usted a saber cómo eran las vainas de las parejas interraciales en esa época... si ahora todavía hay quien mire rayadito”, agrega.

El mensajero favorito

En la Medellín de los años 50 y 60, cuando apenas empezaban a aparecer los teléfonos fijos, el telegrama fue un sistema de comunicación vital. Emilio Franco, jubilado de Telecom y compañero de William en la empresa de telégrafos, cuenta que el lenguaje era distinto porque se pagaba por palabra. “Ámote era una sola, pero te amo ya eran dos”, dice.

Los clientes escribían los mensajes con lápiz en un papel y ahí entraba el telegrafista en acción. “Uno los transmitía en clave morse. En el destino, alguien lo recibía y lo traducía. En un día normal podía enviar 20 telegramas y recibir otros 20. Muchos eran de familias o parejas, pero la mayoría eran de negocios”, recuerda.

Franco asegura que desde 1967 el sistema cambió por uno de microondas llamado teleprinter, que ya tenía el alfabeto en teclas separadas y emitía los mensajes inmediatamente. Once años después él se jubiló y nunca volvió a ver esas tecnologías.

William, que también se retiró por esa época, volvió a la mensajería unos años más: junto a sus hijas Gloria y Stella, trabajó recibiendo y estampillando cartas enviadas por correo certificado.

Hoy, 6 años después de la muerte de William, Lía aún recuerda con nostalgia las alegrías que le trajeron los telegramas. “Los celulares facilitan mucho la vida, pero uno ve a los muchachos como idos en esos aparatos, y extraña esas épocas”, dice mientras vuelve a leer los poemas convertidos en breves líneas que por muchos años recibió de su telégrafo favorito.

Los telegramas comunicaron a las familias de Medellín por muchos años, antes del teléfono y el internet. Hoy el sistema se mantiene vivo, pero al servicio de empresas y entidades oficiales. FOTO ROBINSON SÁENZ
Los telegramas comunicaron a las familias de Medellín por muchos años, antes del teléfono y el internet. Hoy el sistema se mantiene vivo, pero al servicio de empresas y entidades oficiales. FOTO ROBINSON SÁENZ

De repartidor de mensajes a operador de telégrafos: la vida de Emilio

Emilio Franco tenía 16 años cuando Telégrafos Nacionales lo contrató para repartir, en bicicleta, los telegramas en el Centro y Buenos Aires. Le pagaban $105 por mes y dos años después lo ascendieron a operador de telégrafo y el salario subió a $300. Su primera tarea fue aprenderse el código Morse —un sistema de líneas y puntos— con el que se transmitían los mensajes. “Trabajábamos en el cuarto piso del Palacio Nacional (centro). En un mensaje familiar corto, uno se demoraba hasta cuatro minutos recibiendo, transcribiendo y sellando”, recuerda el hombre de 60 años. Los mensajes solo se podían enviar en horario de oficina y por eso la gente los usaba más para enviar saludos y felicitaciones. “Cuando había algo urgente, como una muerte, lo que hacían era llamar a las emisoras y cualquier vecino pasaba el mensaje, porque el telegrama se demoraba varios días para llegar a zonas apartadas”, dice. Después de ser telegrafista fue teleprontista y del código Morse pasó a las máquinas de escribir.

Emilio Franco, uno de los telegrafistas que tuvo Medellín. Dice que nunca guardó los telegramas porque pensó que siempre estarían. FOTO JAIME PÉREZ
Emilio Franco, uno de los telegrafistas que tuvo Medellín. Dice que nunca guardó los telegramas porque pensó que siempre estarían. FOTO JAIME PÉREZ

A grandes distancias, buenos eran los amores y los telegramas

Durante los dos años que vivió en Manizales, trabajando para la Gobernación de Caldas, Consuelo Villada recibió un telegrama diario con mensajes de amor de su novio Manuel, quien la esperaba en Medellín. Se habían conocido dos años antes en un bus, pero ella tuvo que mudarse por trabajo y los papelitos fueron la solución para que la llama del amor no se apagara. “En esa época ya había teléfono, pero uno tenía que hacer filas larguísimas en Telecom y cuando llovía se caía la comunicación”, contó la mujer que hoy tiene 60 años. Los telegramas, que eran más baratos, contenían apasionados mensajes que hoy ella lee entre risas, pues cree que son ‘anticuados y románticos’. “Acosada estarás pero a interrumpir me atrevo, aunque en el trabajo estés apareces siempre en mis recuerdos. Yo estoy en las mismas condiciones, recordándote, Mayuma”, se lee en uno de los amarillentos papeles enviado en 1985. El telegrama reposa, con muchos otros enviados por su madre y sus hijos, en un cofre de madera. Son su pequeño tesoro.

Uno de los telegramas de amor que recibió Consuelo. FOTO CORTESÍA
Uno de los telegramas de amor que recibió Consuelo. FOTO CORTESÍA

La tradición no se extinguió

Aunque la tecnología ha avanzado y hay sistemas más rápidos como los correos electrónicos y los mensajes de Whatsapp, en Colombia cada día se siguen enviando entre 1.000 y 1.500 telegramas. 4-72, la empresa estatal de mensajería que los entrega, informó que los principales clientes de este servicio son los tribunales, la Fiscalía, la Corte Suprema de Justicia y algunos bancos. Cada mensaje cuesta $5.500 y puede tener hasta 180 caracteres y se entregan en 2 o 3 días, si el destinatario está en zonas urbanas, o hasta en 5 días, si está en otros pueblos. La empresa aún conserva 15 máquinas Gentex, con las que se digitan los telegramas; una de ellas está en Medellín.

El empleo que buscas
está a un clic

Nuestros portales

Club intelecto

Club intelecto
Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD