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Venían de Urabá y estaban fatigados por el calor, la sed de oro y el asedio de los pueblos nativos. Juan Badillo, el líder de la expedición, había cometido un acto de crueldad condenable. En Buriticá, ciego por la codicia, mandó a quemar vivo al cacique de la comarca. Oro, oro, oro. Eso era lo que buscaban. Y lo encontraron. Pero también hallaron algo más: el sitio indicado en el que se erigiría un pueblo que se mantuvo en pie a pesar de las sequías, las hambrunas y los cataclismos padecidos en sus inicios. Una villa que ha sobrevivido 480 años.
El primero en ver el Valle del Tonusco, donde hoy está Santa Fe de Antioquia, fue Pablo Fernández, según cuenta el historiador Benjamín Pardo Londoño. Ante sus ojos se posó la unión del Cauca —llamado por ellos Santa Marta— con el río Tonusco. Era 24 de junio de 1538, año en que Gonzalo Jiménez de Quesada fundaba a Bogotá. Y ese día remoto, olvidado por historiadores y escritores, marcó para siempre la historia de ese valle ignoto; Fernández fue el primer cristiano es señorearlo, en dejar allí las semillas futuras del cristianismo, hoy fecundas.
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Santa Fe de Antioquia es hoy un pueblo de casas de estilo colonial, aldabas señoriales y chambranas elegantes. Por sus calles empedradas, reminiscencia de un tiempo anterior a los automóviles, camina, con soltura, Iván Darío Borja. Lo hace de manera apacible, sobre unas alpargatas que evocan la imagen de un fraile dominico. Iván es hoy, 483 años después de la visita del primer cristiano, la cabeza visible de la tradición por excelencia del municipio: es el presidente de la Corporación de Semana Santa de Santa Fe de Antioquia.
Con tristeza, aunque con estoicismo, comenta que no habrá procesiones este año. Los cargueros no ofrecerán sus hombros para llevar las imágenes centenarias, tampoco se verán romerías de fieles por las calles coloniales que, paso a paso, van siguiendo el camino de los santos. “Como no podremos salir a las calles, las imágenes las vamos a exhibir en el Museo de Arte Religioso. Los visitantes podrán verlas, además de apreciar las más de 1.000 obras que tenemos”, comenta.
Una de las figuras más representativas es un Cristo del Calvario que llegó a Santa Fe de Antioquia hace 350 años. Desde eso, la imagen ha visto el paso de hombres y mujeres que nacieron y declinaron; en su vida señorial ha recibido el abrasador sol del trópico, que cae con insolencia sobre el Valle del Tonusco. “Los visitantes podrán conocer la historia detrás de cada una de las piezas. Por ejemplo, enterarse de los oficios detrás de las obras: los carpinteros que las preparan, los mayordomos que las mantienen”, relata Iván.
Otra de las imágenes representativas es La Verónica, que tiene 214 años de haber llegado a Santa Fe. Representa, como lo señala la tradición cristiana, a esa mujer que tendió a Cristo un paño durante el Viacrucis para que este pudiera secarse el sudor y la sangre. “Vamos a hacer actividades que generarán impactos a nivel nacional. Tendremos cuatro exposiciones de Semana Santa: la primera es La Procesión va por dentro, que comenzó el sábado pasado (20 de marzo). Se verá en los museos Juan del Corral y el de Arte Religioso”, explica Iván.
Además de eso, el lunes, miércoles y viernes Santo habrá conciertos del Festival de Música Clásica y Religiosa. Se hará con un aforo de 120 personas, que es lo permitido. Pero, para ser más incluyentes, el evento será transmito a través de Facebook Live. Iván dice que los espectadores escucharán marchas fúnebres, solemnes, compuestas por santafereños. “Son músicas únicas, que nos llegan al corazón”, complementa.
Pero la cosa no se queda ahí. Habrá una exposición itinerante, al aire libre, en la que se exhibirán pendones con la historia de los santos. En la Casa de la Cultura, por su parte, se celebrará la muestra “La Evolución de la Semana Santa”, que rememorará la tradición que este 2021 está cumpliendo, justamente, 450 años de historia.
Para rematar, sobre las casas adyacentes al parque principal del pueblo se expondrán fotografías de rostros de personas vinculadas con la Semana Santa de Santa Fe de Antioquia. “Todo lo hemos preparado para vivir la Semana Santa de otra manera. Las iglesias estarán abiertas, listas para recibir a los visitantes”, remata Iván.
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La expedición de Badillo no cosechó mayores logros. De hecho, dos de sus hombres más importantes murieron en el Occidente antioqueño. Uno de ellos fue Pablo Fernández, el primero en columbrar el Valle del Tonusco. Cuenta el historiador Benjamín Pardo Londoño que su deceso causó gran aflicción en Badillo y que su cuerpo recibió un entierro “muy cristiano”. Luego, Badillo y sus hombres retornaron a Urabá, siguiendo jornadas alucinantes, surcando ríos y trepando cordilleras escarpadas.
La verdadera historia de Santa Fe de Antioquia comenzó en 1541, cuando el Mariscal Jorge Robledo arribó a estas tierras, proveniente del sur del país. Acababa de pasar por el Valle de Aburrá. Según Pardo Londoño, Robledo fundó la ciudad de “Antiochia” en el Valle de Ebéjico, una explanada en el actual municipio de Peque. Pero un año después, la ciudad fue trasladada a otro lugar llamado Nore.
A su vuelta de España, Robledo fundó, en 1546, la Villa de Santa Fe, en el Tonusco. La primera “Antiochia” había sufrido los asedios de los aborígenes y la inclemencia del hambre. Por eso, en ese mismo año de 1546, fue trasladada a la nueva villa, dando así origen al actual Santa Fe de Antioquia.
La razón para fundar el pueblo en esa vertiente de la cordillera era clara: estaba cerca de las minas de oro de Buriticá, en donde Badillo había prendido vivo al cacique.
Pedro Cieza de León, quien pasó en ese entonces por esas tierras, escribió en su Crónica: “De este pueblo que estaba asentado en este cerro, que se llama Buriticá (...) donde está asentada una villa que ha por nombre Santa Fe, que pobló el mismo capitán Jorge Robledo (...) las minas se han hallado muy ricas junto a este pueblo en el río grande de Santa Marta. Cuando es verano sacan los indios y los negros en las playas harta riqueza”.
Pero el futuro de la Ciudad Madre, que fuera capital de Antioquia hasta 1826, no fue tan sencillo. La villa fue incendiada y vuelta a construir; el hambre cundió cada tanto y los cultivos se hicieron polvo. En 1546, recuerda Iván Darío Borja, se instaló la Iglesia Católica en el territorio. El fervor religioso se consolidó junto a las precariedades que durante varios siglos sufrieron los habitantes de Santa Fe de Antioquia.
Pero, a pesar de esa devoción irrestricta que hasta hoy se mantiene, el pueblo fue, durante los siglos XVII y XVIII, visto como una ciudad plagada de libertinaje, en donde se abusaba de los juegos y la prostitución. Los gobernantes de la época se pusieron a la tarea de erradicar ese “relajamiento de las costumbres”, como lo explica el historiador Juan David Montoya.
“Para desterrar los viejos hábitos, los administradores coloniales ordenaron que se restringieran los excesos de las fiestas, se abrieran calles y fuentes públicas de agua, se construyeran acequias, cárceles, hospitales, cementerios, escuelas de primeras letras y casas de recogidas para las mujeres ‘libertinas’”, expone el profesor Montoya en su artículo “La ciudad y la villa: los años inestables”.
Lo que siempre se mantuvo fue la religiosidad. La tradición espiritual llega incólume a este 2021, como si el tiempo se hubiera detenido hace siglos.
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Gloria Edilma Padilla es heredera de esa tradición de siglos. Tiene 62 años y desde hace 52 es sahumadura en las procesiones. Tenía 10 años cuando su tía la llevó a su primera Semana Santa. Recuerda aún cómo llevaba el incienso, cómo el sol le abrasaba la cabeza y cómo el piso empedrado, ardiente, le cercenaba los pies.
“Antes, las procesiones las hacían a las 3:00 de la tarde. Íbamos descalzas, aguantando el ardor. Cuando el Señor se caía de rodillas, en el Viacrucis, nosotros también nos poníamos de rodillas para sentir lo que él sintió”, dice la mujer.
Este año, como en 2020, se ha sentido triste de no poder salir a las procesiones. A pesar de los 62 años a cuestas, y las tantas caminadas, espera poder seguir la tradición muchos años más. “Hasta que el cuerpo me dé”, dice.
Gloria Edilma es el reflejo de esa tradición. Los sahumadores, en Santa Fe de Antioquia, suelen transmitir su legado de generación en generación. Ir delante del santo, con un plato hirviendo en las manos y los pies ampollados por el calor, no es para cualquiera. “Mientras uno va ahí, con el santo, va pidiéndole milagros. A mí se me ha hecho realidad lo que le he pedido”, relata.
Otro oficio tradicional de la Semana Santa en Santa Fe es el de los mayordomos. Ellos son los encargados de mantener una figura, vestirla y ornamentarla para las procesiones.
Álvaro Rivera, concejal del pueblo, es el mayordomo de “Mi padre Jesús”, otra imagen centenaria. Este oficio también se hereda. Lo recibió de su padre, un fiel devoto que durante décadas ayudó a cargar las pesadas figuras en sus hombros; hombros que, después de las procesiones, terminaban magullados como una fruta madura cuando cae del árbol.
“El fervor por la Semana Santa es muy grande en Santa Fe de Antioquia. Desde un mes antes nos sentimos emocionados, nerviosos. Este año sentimos un vacío espiritual por no poder realizar las procesiones”, dice Álvaro.
En cuanto a las figuras, el mayordomo expresa que después de los años 90 hubo un decaimiento. Las imágenes estaban desgastadas y partidas. “Las familias que las tenían se habían ido del pueblo y las dejaron en manos de otros que no les invirtieron. Eran figuras de siglos que se estaban acabando”, precisa.
Iván, el presidente de la Corporación Semana Santa, explica que esa fue la razón por la cual fundaron la entidad, en 2012. Desde eso, las figuras reposan en el Museo de Arte Religioso. “Hemos reparado el 85 % de las imágenes, que están mejor que nunca. Nos faltan solo algunas que, por falta de recursos, no hemos terminado”, confirma Iván.
Este año, las calles empedradas, ardorosas, no sentirán el paso de las procesiones. El Valle del Tonusco, que vio al primer cristiano en 1538, seguirá esperando a que la pandemia, como otras plagas que le han caído en la historia, se convierta en un recuerdo del pasado
Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.