El fantasma del colapso se pasea por las calles del Nororiente de Medellín. En el barrio Villa Guadalupe, personas como María Alicia Maquiu Herrera, de 82 años, ven cómo sus casas ceden y se resquebrajan por las grietas que las atraviesan de lado a lado.
Un antecedente genera temor: un deslizamiento, en 2018, se llevó tres casas y dejó 57 afectados. Entonces, una socavación removió la tierra y familias como la de María Alicia tuvieron que dejar sus casas para salvar sus vidas.
La situación, pese a ocurrir hace tres años, parece resucitar en ese barrio de Manrique. Jéssica Ríos, nieta de María Alicia, relata que el 21 de julio de este año se vieron las primeras grietas en la casa de su abuela y en otras viviendas del sector.
Reportaron la situación con el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres (Dagrd) y, en menos de un mes, las fisuras aumentaron. Ese panorama llevó a que la entidad, de la mano de Bomberos Medellín, recomendara la evacuación definitiva de 12 viviendas hace una semana.
Pero el reporte escaló. Debido a más quejas, el martes el Dagrd hizo otra visita. Tras un diagnóstico, la entidad recomendó la evacuación definitiva de otra vivienda (llegando a 13 en esa situación) y 24 de manera temporal. La lista, hasta ayer, llegaba a 37 hogares. Y eso, en Villa Guadalupe, es razón suficiente para no dormir.
Ver caer la casa propia
Un precipicio antecede la entrada a la cuadra en donde vivía, hasta hace 15 días, María Alicia y parte de su familia. Entre telas verdes y maleza, hay un despeñadero. Abajo, hasta donde no llega la vista, pasa la quebrada que ensanchó su cauce en el deslizamiento de 2018.
Todavía quedan casas semidestruidas tras ese episodio. Estas, en cualquier segundo, podrían desplomarse y arrebatarle la vida a los niños que corren por el sector. Pero la tierra se ha seguido partiendo. Y ese hecho quiere llevarse más casas e historias a su paso.
“Todo esto lo levanté yo. Cuando mi esposo murió, solo teníamos dos habitaciones. Construí una sala grande, la cocina y los baños. Mi idea, desde siempre, fue poner un negocito”, cuenta María Alicia, mientras mira con nostalgia todo lo que construyó.
Lo que hoy es una edificación de tres pisos dependió de la berraquera de esta mujer, según Rubiela Acevedo Maquiu, una de sus hijas. Esta cuenta que su madre, tras la muerte de su esposo, no se amilanó.
Con su trabajo, alcanzó para terminar el primer piso, construir un segundo —que le cedió a Rubiela— y un tercero —que le cedió al papá de Jéssica—. Ese patrimonio familiar, como lo llaman, está a punto de desaparecer. El suelo suena “coco”, hay fisuras por todos lados y hasta la plancha del segundo piso se ha desplazado.
Pero estas tres casas son solo parte de una hilera de más de diez, donde 33 personas recibieron la recomendación del Dagrd de desalojar de manera definitiva.
En frente, a unos cuantos pasos, otra hilera de casas completa el callejón. Esas estructuras también están en riesgo, pero la recomendación de desalojo fue temporal, “para ver en qué terminan las casas del frente. Si se van o no”, comenta Erica Cortés, hija de Rubiela y nieta de María Alicia.
Clamor del barrio
El Dagrd confirmó ayer, además del número de afectados y de hogares en riesgo, que 15 familias se han autoalbergado y 10 han recibido paquetes alimentarios. Otras tantas no han dejado sus casas, pues, aunque aceche el riesgo, no tienen para dónde coger.
Esa situación tiene a la gente en vilo, según Jéssica, quien expone que la comunidad no ha sido contactada para saber cómo será el proceso de reubicación y si se concretarán los subsidios de arriendo.
Pese a que el Dagrd afirmó que en la zona avanzan planes de mitigación, la entidad no compartió mayores detalles sobre las afectaciones del terreno. Eso, según León Darío Pulgarín, líder comunitario y también afectado por las grietas, es preocupante.
“El estado del barrio es la crónica de una muerte anunciada. No entendemos por qué dicen que esto se debe a un movimiento de masa nuevo, cuando el resquebrajamiento viene desde hace tres años”, afirma el líder.
A María Alicia no le inquieta la causa que tiene a su casa a punto del colapso. Lo que la desvela es ver que 60 años de vida queden sepultados por las ruinas. Todos los días visita su casa y trata de hacerse a la idea de que, pese a su vejez, alguien le ayudará a conseguir de nuevo un techo.