A 50 años de JAWS, de Steven Spielberg (1975)

“Vas a necesitar un barco más grande”

Mario Fernando Castaño

Bajo el mar, cerca del apacible pueblo costero de Amity, la bestia acaba de percibir un movimiento que llama su atención. Sin razonar, todos sus sentidos se enfocan en ese algo que se agita no muy lejos, mientras sus músculos se preparan para el ataque a medida que aumenta su velocidad, pero con sigilo y estrategia rodeando a su presa y embistiendo desde abajo.

La víctima, ausente del peligro, nada sin preocupación hasta que siente que algo la golpea y la saca de su alcohólico letargo. Su mente no sabe cómo ordenar las ideas cuando busca su pierna ausente y cómo comienza a sentir el líquido caliente que sale de su reciente muñón. Antes de que comience a entenderlo, su atacante la sacude con fuerza de adelante a atrás. Chrissie grita de dolor y terror, clamando por una ayuda que nunca llegará y, si lo hiciese, no habría nada que hacer. Su último alarido se ve truncado por un fuerte jalonazo hacia las profundidades. En la superficie, la calma regresa, es como si la pesadilla nunca hubiese sucedido, dando paso a otro hermoso día… hace 50 años.

El joven director Steven Spielberg ya había logrado la confianza del estudio Universal, gracias a Duel (1972) y Sugarland Express (1974), para realizar la que es ahora, en su quincuagésimo aniversario, una película de culto y un referente obligado cuando se habla de buen cine. JAWS, basada en la obra homónima de Peter Benchley, es una historia donde un policía costero, un biólogo marino y un experimentado marinero emprenden la caza de un escualo que está devorando a los bañistas de una playa turística.

La historia es llamativa no solo por la amenaza en sí, sino por el desarrollo de sus maravillosos personajes y las situaciones que los rodean, a la vez que es una crítica al manejo de ciertas empresas que ponen sus intereses comerciales por encima de las vidas de las personas. El monstruo en este caso no es un ser sobrenatural o una criatura mutante, sino un animal que existe, que no exagera su comportamiento, ni siquiera sus dimensiones, creando un terror tan real y tangible que después de su estreno las playas estuvieron solas por varios meses.

La producción no fue una tarea fácil, echando a perder varias maquetas de Bruce, (como fue nombrado el tiburón, aduciendo al nombre del abogado de Spielberg), esto debido a la salinidad del agua, doblando su presupuesto y recurriendo a ideas ingeniosas y efectivas, como es el caso de reemplazar al tiburón con música, en donde menos es más, insinuando la presencia del monstruo con solo dos icónicas notas. El responsable de esta magia fue el maestro John Williams, quien siempre acompañó a Spielberg en la gran mayoría de sus producciones posteriores. El manejo de cámara, planos y hasta tener en cuenta que predominaran los colores claros para que la sangre contrastara de una manera más dramática, sumaron a un todo que narra una historia redonda que va más allá de una Monster Movie.

Richard Dreyfuss, como Matt Hooper, el biólogo marino, Roy Scheider, como Martin Brody, el policía que viene de Nueva York, y Robert Shaw, como Quint, el experimentado lobo de mar, conforman un trío antagónico pero efectivo. Resalta la escena en la que Shaw reescribe su línea y relata cómo sobrevivió su personaje al incidente del USS Minneapolis, que tenía la misión secreta de entregar partes de la bomba atómica y que fue hundido por un submarino japonés en la II Guerra Mundial, en esta tragedia solo sobrevivieron 316 de los mil cien hombres que fueron devorados por tiburones. “…A veces solo rodeaban a sus víctimas y se alejaban después de unos gritos y chapoteos, pero a veces… regresaban, observando de frente a sus víctimas con sus ojos muertos como de muñeco, pero que cobraban vida al morder, es entonces cuando se volvían blancos y todo se tornaba rojo.

El actor Roy Scheider, al observar que todo se estaba saliendo de las manos, le comenta a Spielberg en tono irónico, “vas a necesitar un barco más grande”. Y era cierto, el director estaba temiendo a estas alturas por el hundimiento del proyecto y su carrera, ya que el tiempo y el presupuesto se estaban desbordando más allá de lo esperado, pero sin saberlo, JAWS iba a convertirse en el primer Blockbuster de la historia del cine. Este sería el comienzo de una fila de logros que llevarían a que lo apodaran el “Rey Midas de Hollywood”, ya que todo lo que tocaba se convertía en oro en taquilla. La icónica frase la rescataría el director para la película en la escena en la que los personajes se percatan del inmenso tamaño de la bestia a la que se enfrentan.

A cincuenta años de su estreno, esta exitosa cinta inspirada en Moby Dick y en hechos reales, recibió numerosos galardones, marcando un hito en la historia del cine y continúa impactando la psique del público, al punto de pensarlo dos veces antes de entrar al mar, un lugar hermoso y misterioso que a la vez encierra amenazas que unen la fantasía con la realidad, creando un terror tan real, absoluto y físico que acude a nuestro miedo más primitivo, el ser presa de un ser que nos supera en todo sentido al estar en un medio al que somos ajenos, el reconocernos vulnerables a sus instintos y convertirnos en su presa al ser engullidos bajo la fuerza de sus mandíbulas llenas de dientes y enviarnos sin remedio al oscuro abismo del océano en donde, después de todo, el silencio final borra toda huella de nuestra existencia.

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