La Larga Marcha, de Francis Lawrence

Solo hay un ganador y no existe una línea de meta

Mario Fernando Castaño

No vamos a decir todas las reglas, pero todo se resume a esto: si reduces tu velocidad a menos de 6,5 km/h, tendrás 3 advertencias, luego de eso, recibirás tu pasaporte. Camina hasta que solo quede uno y éste ganará el gran premio.

Un joven de solo 19 años de edad escribe en 1966 una historia distópica que narra la necesidad de un país decadente por renovar sus valores nacionales a costa de la juventud, sembrando en esta ideales basados en el honor, el reconocimiento público, la fama y, lo mejor, ser vista ante el ojo del Gran Hermano como héroes nacionales.

Ese joven escritor es Stephen King, quien ya ha obtenido fama mundial por su novela Carrie (1974), además de quedar plasmado en la retina mundial en 1976 gracias a la gran película homónima dirigida por Brian DePalma  y de contar con el éxito que tuvo su segundo libro Jerusalem’s Lot (1975). Esta vez la editorial quiere una nueva novela, pero King prefiere jugársela con una historia que no esté iluminada por su famoso nombre, él se quiere probar a sí mismo y averiguar si sus historias agradecen su triunfo a la fama o a su contenido, para esto utiliza el seudónimo de Richard Bachman y es ahí cuando luego de lanzar Rabia (1978), La larga marcha (1979) sale de un baúl de historias rechazadas y entra en escena para convertirse en una de las historias más aterradoras e implacables de su carrera literaria.

46 años después y luego de varios intentos fallidos por llevarla a la pantalla, llega el director Francis Lawrence (Los juegos del hambre, 2013-2023, Constantine, 2005, Soy leyenda, 2007), para llevar a imágenes la historia de Raymond Davis Garraty (Cooper Alexander Hoffman), un joven que toma la decisión de unirse al concurso junto a otros como él y caminan hasta el final por carreteras solitarias e interminables con el sueño firme de hacerse con el anhelado premio.

A través del camino va encontrándose con que los demás competidores a pesar de tener el mismo objetivo, están marcados por ideales muy diferentes y entre ellos conoce a Peter Mc Bryes, interpretado por el actor británico David Jonsson, quien ya dejó su huella bien impresa en la cinta Romulus (2024).  Su personaje toma con cada paso el control de la historia, convirtiéndose en un hombro en quien apoyarse para Raymond cuando siente que todo está perdido y regalando más de un momentazo que logra remover las entrañas del espectador.

El comandante aparece cuando el momento requiere una dosis de aliento nacionalista y se convierte poco a poco en un personaje más que detestable, esto gracias a la gran actuación de Mark Hamill. A medida que las millas se vuelven cada vez más infinitas, la psicología de los competidores se va quebrando, sabemos cuál es el costo del pasaporte y ya no hay marcha atrás. Algunos se quiebran físicamente, otros en su mente y es ahí cuando se muestran tal y cómo son, es ahí cuando la humanidad sale a relucir ya sea llena de grandeza o inmundicia. El ser humano en todo su esplendor, un ser desdibujado que se va desvaneciendo con cada paso y que va perdiendo el sentido de las razones por las cuales antes soñaba y esto bajo la mirada de un público que presencia con morbosa curiosidad el inevitable desenlace, en donde nosotros mismos como espectadores somos partícipes de este macabro circo, observándolo todo desde nuestras cómodas y seguras butacas mientras disfrutamos de unas deliciosas crispetas.

Este es un relato que, cuando fue escrito, era un llamado más de la Contracultura, una alegoría a cómo una manipulada juventud se enviaba como conejos detrás de una zanahoria a morir dentro de una lejana selva de Saigón, al otro lado del continente, en una guerra que muchos quieren olvidar, pero que está pegada como alquitrán en el asfalto de la memoria. Una promesa rota que se ve reflejada en los cuerpos de esos jóvenes llenos de ilusiones que regresan a su tierra con honores y que ahora habitan cajas de madera adornadas por relucientes medallas listas para colgar en la sala del hogar de sus adoloridas madres, recordándoles cada día el por qué sus hijos murieron como héroes de una gran nación. Hoy, por estos días oscuros, esta historia tristemente es aún más que vigente y se identifica con la realidad, no solo del país estadounidense, es el espejo de nuestra humanidad, en donde nos vemos a nosotros mismos persiguiendo nuestra propia sombra dentro de una historia ya contada, caminando los mismos pasos hacia una meta de la que todos sabemos, es inexistente.

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