El padre, de Fatih Akin

Por la familia

Oswaldo Osorio

elpadre

La guerra, la familia y el desarraigo son los grandes temas que obligaron a los realizadores de este filme a elaborar un relato monumental, un relato de larga duración, que atraviesa medio mundo y deja regados en el tiempo y el espacio a numerosos personajes e intensos pasajes que se cruzan por la vida de su único protagonista, Nazaret, un hombre que es víctima del genocidio armenio de principios del siglo XX por parte del Imperio Otomano en Turquía.

Fatih Akin, director alemán de ascendencia turca, desde hace mucho tiene un lugar en el cine contemporáneo, esto gracias a películas como En julio (2000), Contra la pared (2004) y Al otro lado (2007). Su cine siempre ha sido trashumante y reflexivo en relación con el desarraigo producto de los movimientos migratorios (por lo general forzados), así como de sus consecuencias sociales e ideológicas.

En esta película hay mucho de eso, aunque desplaza la reflexión y cuestionamientos sociales de siempre a los históricos, los cuales, de todas formas, son las causas de muchos de los conflictos de los que se ocupa en sus películas desarrolladas en este tiempo. Todo empieza con la intolerancia étnica y religiosa, pasada por la violencia y represiones de la guerra, para dejar como consecuencia la que tal vez sea la mayor tragedia para un hombre: la separación de su familia.

Entonces muy pronto en el relato se sabe esto, y se hace evidente que lo que vendrá de allí en adelante es ese deseo por el retorno al hogar y la búsqueda de la familia, en el caso de Nazaret, su mujer y dos hijas. Son unos conflictos capitales, ciertamente, pero al mismo tiempo demasiado básicos y predecibles en su desarrollo. Por eso el gran problema de la película es que siempre se sabe para dónde va y escasamente sorprende.

El esquema del héroe que hace una gran travesía en busca de algo y en el que, alternadamente, se topa con gente que lo ataca o lo ayuda, en este relato se aplica de forma casi automática, despojándolo de la progresión e intensidad que una buena narración requiere. Y no ayuda en nada a esto el hecho de que el protagonista, muy temprano en la historia, se queda mudo, por lo cual el espectador tiene menos elementos para lograr una empatía con él, quien termina reducido a un monigote del destino, que solo en ocasiones nos dice algo de su ser más profundo con algunas acciones.

Si bien los temas recurrentes de este director se repiten aquí, pero desde la perspectiva histórica, no alcanza a tener la complejidad e intensidad que se le conoce en sus anteriores filmes. La grandilocuencia de una historia que se explaya en el tiempo y la geografía se ve reducida por la elementalidad y reiteración con la que aplica un esquema narrativo predecible y con un héroe limitado en su comunicación, tanto con los otros personajes como con el espectador.

Incomprendida, de Asia Argento

Una balada punkera

Oswaldo Osorio

incomprendida

La infancia es una patria sostenida por dos pilares, un padre y una madre; protegida por un entorno seguro, el hogar; y de ser posible, confortada y apoyada por amigos y hermanos. Cuando alguna de estas cosas falla, puede que la tristeza y la desesperación terminen por arruinarle el resto de la vida a cualquiera. En esta historia una niña, aparentemente, tiene todo esto, pero no en las mejores condiciones ni proporciones, por lo que es un desolador relato que, sin embargo, resulta muy emotivo y, por momentos, divertido.

La actriz Asia Argento, hija del reconocido director italiano Mario Argento, aunque afirma que no es una obra autobiográfica, lo cierto es que varios elementos de la historia de Aria, su protagonista, coinciden con la suya. Aunque lo importante es que la directora mantiene su estilo luego de tres películas y las cualidades de su cine van en aumento.

La pobre Aria está en medio de la separación de su padres, expulsada alternadamente de sus dos casas, padeciendo el favoritismo que tienen sus otras hermanas y con la relación con su mejor amiga siempre en riesgo. Parece una retahíla de adversidades, pero de ninguna manera se trata de un drama lloricón y sensiblero, al contrario, el relato y su protagonista exudan desenfado, vitalidad e inspiración.

Y no se trata tampoco de esas niñas de cine cuya precocidad proviene de un guionista sin sentido de las proporciones, sino que realmente se puede ver a una niña con su universo interior, uno muy particular por el entorno del que es producto, pero la directora sabe conferirle la ingenuidad e inocencia necesarias para que su actitud irreverente y original parezcan naturales.

La película también es el retrato de una época, mediados de la década del ochenta en Roma, con su extravagante mal gusto en la moda, el tufo de la resaca punkera y un liberalismo de farándula bohemia que raya en decadencia. En medio de este ambiente, a Aria solo le queda apelar a su imaginación y a figuras que reemplacen las carencias que tiene. Un gato y la idea de un ángel de la guarda le proporcionan un refugio afectivo y pasado por las palabras, porque su voz siempre está poniendo al tanto al espectador de lo que siente y la forma como asume el mundo.

Hay que destacar también de este filme sus componentes formales y de puesta en escena. La joven  Giulia Salerno y la siempre sólida Charlotte Gainsbour, con sus interpretaciones, le dan fuerza y credibilidad al relato. La música de la época es protagonista en tanto está creando ambientes y marcando el ritmo de una narración que nunca decae. Visualmente siempre hay un cuidado en las atmósferas, unas poéticas, también las hay realistas y otras enfatizando el caos que circunda a la niña.

Se trata de un filme sensible y demoledor al mismo tiempo. Una fábula dulce y amarga sobre la infancia, contada con un equilibrado sentido en relación con esas contrastadas situaciones que condicionan la vida de Aria. Una balada punk al desamparo, con un final tan emotivo como desolador.

 

Anomalisa, de Duke Johnson, Charlie Kaufman

Una voz entre el sinsentido

Oswaldo Osorio

Anomalisa (1)

No es frecuente que en la industria del cine el guionista sea la estrella. Es lo que ocurre con Charlie Kaufman desde que concibió historias como ¿Quieres ser John Malkovick? (1999), El ladrón de Orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Desde entonces, solo ha hecho para el cine dos películas más, que él mismo dirigió: Sinécdoque en Nueva York (2008) y esta nueva película que, por ser animada en stop motion, ha pedido ayuda en la dirección.

A pesar de esta obra relativamente corta, su celebridad se debe a una singular combinación entre originalidad, rarezas argumentales y éxito de crítica y público. El suyo es un universo generalmente dislocado, transformado por realidades fantásticas o paralelas, las cuales usa como recurso para reflexionar sobre la identidad personal y el sentido de la vida, dos grandes temas que le han dado para abordar otros igualmente esenciales, como el amor, la muerte, el acto de crear y las relaciones del individuo con la sociedad.

Anomalisa (2015) tiene también estas características. Es la historia de Michael Stone, un experto en servicio al cliente que va a Cincinnati a dictar una conferencia. En el hotel conoce a Lisa y al parecer su mundo cambia. Y es que su mundo es como el de la mayoría de sus personajes, en eso sí no hay mucha novedad: son seres grises, insatisfechos con sus vidas, inseguros y con problemas para relacionarse con la gente.

La novedad en esta propuesta de Kaufman no está tanto en que recreó su relato a partir de la técnica del stop motion, la cual resulta atractiva estéticamente por el particular acabado “realista” de sus marionetas, escenarios y decorados, sino que la originalidad deviene de un recurso que fue posible usar, justamente, porque se trataba de una película animada: el doblaje de las voces. Con este elemento pudo transmitir, con ingenio y contundencia, la forma en que el protagonista percibía el mundo y lo que cambió cuando conoció a Lisa.

La historia se desarrolla en día y medio, pero con eso es suficiente para dar cuenta de una vida de frustraciones e insatisfacciones. Desde el primer momento, cuando un hombre le toma la mano en el avión y con la cháchara del taxista que lo lleva al hotel, todo es para Michael Stone una serie de eventos incómodos y desagradables. Pero ese poco tiempo y esas situaciones, incluyendo la promesa de un feliz cambio, son suficientes para hacer un breve aunque elocuente tratado sobre el sinsentido existencial, y no solo el que soporta este hombre, sino el que puede acechar a millones de personas en el mundo contemporáneo.

Es una película ingeniosa en sus recursos argumentales y metafóricos, un alegato contra el conformismo de la vida diaria, que termina resignándose apenas al triste lamento de una vida sin lustre. Por eso es un relato tan estimulante como incómodo, que deja un buen sabor por el cine y un mal sabor por la vida.

Brooklyn, de John Crowley

Enferma de hogar

Oswaldo Osorio


Una de las formas en que el idioma inglés se refiere a la melancolía es, traduciendo, enfermo de hogar. Así es como se siente Eilis, la bella e introvertida protagonista de esta película. Cruzó el Atlántico desde su natal Irlanda para buscar un futuro en Estados Unidos, pero hacerse a una nueva vida no será fácil. Y de esto es de lo que se ocupa este sosegado y emotivo relato, de acompañar a esta joven en su viaje físico y emocional camino a redefinir su vida en la llamada tierra de las oportunidades.

Para 1951 el país americano todavía era el Nuevo mundo frente a las condiciones y posibilidades que había en algunos europeos, como Irlanda. Era el lugar perfecto para para que cualquiera pudiera reinventarse, más aún si se contaba con juventud. Pero antes habría que pasar la dura prueba de la “enfermedad de hogar”, de la soledad y el anhelo de estar junto a los seres queridos.

Pero para Eilis tal vez fue menos traumático porque, aun en su timidez y recato, tiene un don de gentes que le permite caerle bien a todo el mundo, lo cual le facilita la vida. De hecho, una de las particularidades de esta historia es que durante casi todo el relato no hay un conflicto fuerte que ponga a prueba a la protagonista (y con ella al espectador), todo lo contrario, cada vez parece irle mejor. No obstante, la sensibilidad y sutileza con que está construido el relato y la relación entre los personajes, permite deslizar agradablemente la atención e interés en lo que le depara la vida a esta joven.

El gran conflicto aparece muy avanzada la historia y, sin necesidad de revelar importantes detalles de la trama, tiene que ver con el dilema que representa para Eilis tener su corazón dividido entre esos dos mundos separados por la inmensidad del Atlántico. El amor, la amistad y el trabajo son esas anclas que atan a las personas a un lugar. Pero tenerlo todo también puede ser un problema, porque el exceso puede ser tan abrumador como la carencia. Entonces aquí la heroína se enfrenta a un problema que parece insoluble.

Independientemente de cuál sea la decisión de esta joven, lo esencial de esta cinta es que hace posible viajar por un amplio rango de sensaciones y sentimientos con los que el espectador se identifica. En especial porque son planteados de forma sensible e inteligente a través de una historia narrada con sutileza y buen gusto, eso sin contar las posibilidades estéticas que ofrece su ambientación en los estilizados años cincuenta. Una historia que hace más énfasis en sus personajes que en una elaborada trama, así como en sus estados de ánimo, las implicaciones de sus decisiones y la relación entre personas.

Theeb, de Naji Abu Nowar

La ley del más fuerte

Oswaldo Osorio


Entre la simpleza de su argumento y las implicaciones del doble conflicto que plantea, esta película desarrolla un hipnótico relato que revela un universo casi inédito. Ese universo es la vida de los beduinos en el desierto de Jordania durante la coyuntura histórica de la Primera guerra mundial. Con estos elementos el debutante Naji Abu Nowar consigue contar una historia cargada de tensión narrativa y fuerza dramática con gran economía de recursos.

Su argumento, entonces, se reduce a la necesidad de sobrevivir a los peligros de una travesía por el desierto; mientras que el conflicto de contexto es la confrontación entre revolucionarios y la inferencia de los ingleses en su país, y el conflicto íntimo es el de Theeb, un niño que, por vez primera, sale al mundo y debe sortear riesgos y tomar decisiones cruciales por sí solo como nunca antes lo había hecho.

De manera que se trata de una película construida a partir del esquema de cine de aventuras y articulado sobre el concepto de la pérdida de la inocencia. Reduciéndola racionalmente así, a sus códigos y elementos, la verdad es que resulta una cinta realmente simple, no obstante, la combinación de esos elementos básicos converge en una historia potente y una narración envolvente, esto porque remite a unos instintos esenciales, incluso contradictorios, de la naturaleza humana, como el sentido de supervivencia, la fraternidad y el deseo de venganza.

La cámara casi nunca se desprende de Theeb y lo acompaña en esa transición en que su mundo se agiganta y con él su percepción de la vida y el rango de sus sentimientos. Entonces el niño pasa del limitado círculo de su tribu al insondable espacio del desierto, un mundo exterior que, además, está experimentando importantes cambios políticos, lo cual intensifica el conflicto del protagonista. Y aunque su edad y el primitivo entorno del que proviene apenas si le permiten establecer comunicación con ese nuevo mundo que le llena los ojos, son las decisiones que toma lo que da cuenta de su transformación, de su inocencia perdida.

La sencillez de sus esquemas argumentales y narrativos también está presente en su concepción visual, la cual solo es eficaz y funcional para lo que requiere la historia. Sin embargo, es el paisaje del desierto el que asume el protagonismo y la posible belleza de la imagen, con su apabullante claridad, esa inmensidad que reduce la figura humana y la sinuosidad de las dunas y las escarpadas formaciones rocosas.

El descubrimiento del mundo cruel y disfuncional de los adultos desde la mirada de un niño casi siempre propicia relatos  atractivos y refrescantes. En esta película se puede ver eso, y aderezado con el exotismo de un paisaje y una cultura muy singulares, resulta aún más atractivo. Además, está protagonizado por un personaje con el que hay una inmediata empatía, lo cual asegura la conexión emocional con la historia y el compromiso de seguir sus aventuras hasta el final.

Deadpool, de Tim Miller

De súper héroes antihéroes

Oswaldo Osorio


Con un cine plagado de súper héroes como nunca antes en la historia, la sensación de estar viendo al mismo personaje y la misma película es cada vez más frecuente, lo cual se intensifica con el sistema de franquicias, que es cuando se producen varias entregas de la misma saga, siendo Marvel y los X-Men los que están a la cabeza de esta práctica.

Deadpool, de hecho, es otro X-Men más, pero uno muy particular, pues si bien en el Universo Marvel hay muchos súper héroes con el carácter de antihéroes, como The Punisher o Wolverine, con este mutante malhablado llevan el concepto a territorios más indecorosos y rastreros. Las alusiones sexuales, la irreverencia y la ambigüedad ética de este súper héroe son su marca de distinción frente a sus estirados y prestigiosos colegas.

Luego de ser creado en 1998 y después de veinte años como un personaje secundario de Marvel, este súper héroe mercenario es relanzado en 2008, haciendo énfasis en su incorrección política y violencia extrema. Desde entonces, comienza a ser una historieta de culto que justo llega a este estatus en la época de esplendor de los cómics en el cine. Hacer la película solo era el siguiente paso obligado, pero tampoco había mucha fe en él como para que fuera una súper producción.

Sorprendentemente, y a pesar de ser clasificada para adultos, se convirtió en un éxito de taquilla. La razón más probable de esto es, justamente, que con esta película no se da esa repetición de la que me quejaba al inicio del texto. Aunque sea por vía del mal gusto, el exceso de violencia o la chabacanería, decididamente es una propuesta diferente. Pero también lo es por otros aspectos más estimulantes, como la ruptura de la cuarta pared (le habla al público), las constantes alusiones a la cultura popular, el ingenioso humor negro y la auto reflexividad acerca del Universo Marvel y de su propia naturaleza de súper héroe.

Deadpool es mitad The Punisher mitad Bugs Bunny, dijo el editor en jefe de Marvel. Por eso el relato se mueve pendularmente entre las secuencias con momentos de violencia que rayan con el gore  y situaciones o diálogos dislocados y graciosos. Su cruzada para atrapar a Ajax, su némesis, es solo una excusa argumental para desplegar la pirotécnica personalidad de este atípico súper héroe. Con este material, finalmente resulta una película entretenida y atractiva por sus variaciones en relación a este tipo de cine.

Sobre la monotonía de sagas como Iron Man, Spider Man, X-Men o Avengers, para un espectador menos conformista se imponen estos súper héroes disfuncionales, como lo fue en su momento Kick-Ass, como ocurre ahora con Deadpool y esperemos que en algún momento les dé por producir una película sobre un personaje como Rorschach. Con este tipo de súper héroes aumentan las posibilidades de hacer filmes menos predecibles, más ingeniosos argumentalmente y menos uniformados en sus planteamiento éticos.

El hijo de Saúl, de László Nemes

El horror en fuera de campo

Oswaldo Osorio


Esta no es solo otra película sobre el holocausto nazi, porque tiene una propuesta que marca la diferencia en el dispositivo formal que aplica a su punto de vista. No obstante, este dispositivo si bien es su gran apuesta narrativa y formal, también puede ser un lastre para la conexión con el espectador, una cuestionable decisión a priori que se impone a cualquier otra necesidad argumental o dramática de la historia.

El dispositivo es contar toda la historia con una cámara siempre puesta sobre el hombro o el rostro del protagonista, apenas muy eventual y caprichosamente muestra lo que este mira. A pesar de esta autoimpuesta limitación, el relato puede dar cuenta de la maquinaria asesina de los nazis en un campo de concentración. Solo con algunas imágenes que se cuelan por el rabillo del lente, y con el fuera de campo, es posible revivir la crueldad y absurda inhumanidad de aquella histórica situación.

La película no plantea una trama convencional, apenas una excusa argumental para dar cuenta de aquel horror: el protagonista se obceca en buscar a un rabino para darle sepultura a quien parece que es su hijo. En su desesperado deambular por conseguir lo que desea, lleva desordenadamente al espectador a cada uno de los pasos del macabro proceso de exterminio, en el que se puede constatar que lo más macabro de todo es la participación de los mismos judíos, como Saúl, en toda la operación.

Y esto es lo más interesante del filme y la clave de su propuesta, que no se ven a los judíos de todas las películas, esa masa de víctimas que sufren vejaciones mientras esperan la muerte, sino que solo están los sonderkommando, judíos que hacen de obreros de todo el proceso asesino. Esta debe ser la razón para esa decisión formal, por medio de la cual el espectador siempre es testigo de esa actitud fría e indolente de este tipo de judíos ante lo que allí sucede.

Uno de los inconvenientes de esta propuesta es que lo nazis, como en muchas películas, son de nuevo villanos de historieta, pues quedan reducidos a un cliché en ese fuera de campo que construye casi la mitad del relato. Otro de los inconvenientes es la monotonía de la imagen, casi siempre concentrada en el impertérrito rostro de Saúl, al punto que gran parte de la información se conoce es por el audio y por los diálogos.

De manera que esa es la gran paradoja de esta película, que su audaz propuesta es lo que la define y marca la diferencia con todo lo que antes se ha hecho, pero también es una decisión formal que trae consigo serias restricciones. Aun así, es innegable la potencia de este relato y el diferencial punto de vista que plantea del holocausto, una vuelta de tuerca que trae algo nuevo a un tema y un arte en el que parecía que ya todo estaba dicho.

Carol, de Todd Haynes

Sumisa y libertaria

Oswaldo Osorio


El amor prohibido es uno de los conflictos más fuertes que cualquier historia pueda tener. Y tal vez lo es más, o al menos de una forma más compleja, cuando lo es por cuestionamientos morales. Esta es una historia de amor de una sutil intensidad, amordazada por las convenciones sociales en una época en la que el amor de una mujer por otra se consideraba una enfermedad.

El puritanismo de principios de los años cincuenta en los Estados Unidos es el contexto social en el que vive Carol, una sofisticada mujer que se está divorciando y que tiene una hija. Pero su sofisticación, más allá de su aspecto y sus maneras, está en la forma en que piensa y afronta su mundo. Para la época y en esa sociedad, donde la mujer aún estaba sometida a muchas reglas y al juicio de su marido, ella encarna cierta integridad y fortaleza con lo que quiere para sí, pero sin ser abiertamente trasgresora o libertina.

Ese equilibrio que logra esta ama de casa de clase alta, entre su determinación para defender lo que es y su rol como madre que se acopla a las convenciones sociales, es lo que resulta más atractivo en el personaje que interpreta Kate Banchett. En medio de esas dos actitudes, se puede ver todo un rango de emociones y estados de ánimo que dimensionan aún más al personaje: La fortaleza y claridad con que afronta la audiencia de su divorcio, la independencia con que decide hacer ese viaje, la sumisión para no perder lo que más quiere en la vida o la ternura de su relaciona con Therese.

De otro lado, es inevitable no ver esta cinta como otra versión de una bella y reflexiva película de este mismo director: Lejos del cielo (2002), en la que, en un similar contexto social y temporal, se habla también de un amor prohibido, esta vez por diferencias raciales y sociales. Por eso Carol se presenta como una variación a aquella, repitiendo sus buenas cualidades, su cuestionamiento por las convenciones morales e, incluso, ese acabado en la imagen y la puesta en escena.

En este sentido, se tratada de una hermosa propuesta que se apuntala en la estilización de la moda y los decorados de los idílicos años cincuenta. Un universo material que la fotografía, por medio de la luz y la composición principalmente, sabe aprovechar, dando como resultado una imagen bella y sutil, como sus dos protagonistas y la historia de amor que viven.

En una época en que la tolerancia de género es un asunto casi de moda, sobre todo en Hollywood (no son gratuitas sus seis nominaciones al Oscar), una película como esta se agradece, porque si bien aborda el tema con algunos de sus problemas y cuestionamientos, no lo hace de forma simplista y burda, como es usual, sino que propone una delicada pieza, cargada de romanticismo y singular belleza visual.

La habitación, de Lenny Abrahamson

Nacer a los cinco

Oswaldo Osorio


Como ya todas las historias están contadas, la diferencia siempre la hace el punto de vista, el tono y la intención. En esta película esos tres aspectos son definitivos para hacer de ella, no la dramática y macabra historia sacada de la vida real que pudo haber sido (y que ya hemos visto antes), sino un relato centrado en asuntos más sensibles y esenciales de la naturaleza humana, como los potentes vínculos entre seres queridos y la visión del mundo que hay desde y después de una experiencia traumática.

Advertencia: para quien no haya visto la película ni el tráiler, en adelante el texto revelará información significativa del argumento. La película se disfruta más si no se sabe nada de ella.

Y es que la historia empieza dando poca información sobre la madre y el hijo que la protagonizan, así como sobre las razones de su confinamiento en esa habitación. Esto sirve para crear una creciente intriga y, sobre todo, para desarrollar la relación entre ellos y dar cuenta de esos potentes vínculos, que son los que sostienen dramáticamente la cinta hasta el final. También es crucial para dar cuenta de la forma en que el niño conoce y entiende el mundo, su mundo, ese que confrontará luego con el real.

El relato está claramente dividido en dos partes, la primera, es esta ya descrita que se desarrolla en la habitación; y la segunda, viene luego de ese clímax del escape, la cual resulta igual de problemática tanto para la madre como para el hijo. Para ella por vía de las dificultades para superar el severo trauma que le causó estar confinada y abusada durante siete años de su vida; mientras que para él se trataba de descubrir el mundo real, lo cual fue como haber nacido con la consciencia que ya se tiene a los cinco años.

Es importante para el tono del relato ese contrapunto entre el drama del marchitamiento de la madre y la emoción y desenfado del renacimiento del niño. Esos sentimientos en contravía hacen de esta segunda parte una experiencia tremendamente emocionante por razones opuestas. Además, este conflicto de la oposición de estados de ánimo es solucionado con un recurso ingenioso argumentalmente y potente en su significado simbólico y emotivo, que es cuando el niño de nuevo le salva la vida a su madre.

Hay que resaltar, hablando del punto de vista, que este aspecto es la decisión más importante en esta película y lo que marcó más la diferencia. Centrarse no en la crueldad del cautiverio y menos en el criminal que lo perpetró, sino en la compleja relación entre madre e hijo y en su dura transición al mundo real, fue definitivo para hacer de este filme esa obra llena de fuerza y emotividad, sólida en un relato que siempre está intrigando al espectador y que literalmente descubre el mundo con otros ojos.

Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino

Agatha Christie va al Oeste

Oswaldo Osorio


Con su habitual pericia –que ya es una marca personal- para crear estilizados personajes y precisos pero extensos diálogos, Tarantino vuelve al western, esta vez condensando (o forzando) todo el cinetismo y visualidad que lo caracterizan prácticamente en un único espacio. El resultado es un parsimonioso y violento thriller, con cierto tufillo a las novelas de misterio de Agatha Christie, en el que lleva al extremo algunos de sus gustos y manías estilísticas, para bien o para mal.

Y es que los más fanáticos de su estilo tal vez agradezcan esos excesos en los diálogos y la violencia, que transcurren también en un excesivo metraje de casi tres horas. Pero por otra parte, probablemente no sea tan atractivo ese excéntrico banquete de cine para espectadores no iniciados en su cine o menos cultores de él.

Casi toda la historia se reduce al encuentro y confrontación entre diez personas en un refugio en medio de una dura tormenta. Toda una coreografía de nueve hombres que van y vienen en ese espacio reducido y con una mujer en medio, quien es el origen de todas las suspicacias. Y todo esto está en función de la vieja pregunta de las clásicas novelas de misterio: ¿Quién es el asesino? O en este caso, ¿Quién o quiénes son los cómplices?

En medio de eso, realmente no hay mucho más, por lo que el peso e interés del relato recae principalmente en la trama, esto es, lo que va pasar y lo que ha pasado, la relación entre los personajes y sus verdaderas motivaciones y objetivos. Además del principal distintivo de este director, los diálogos, esas construcciones recargadas e ingeniosas al tiempo, en medio de las cuales están diseminadas micro historias que adoban el relato y les da volumen a los personajes. Bueno, pero otro tipo de espectador podría ver esto solo como palabrería que da rodeos en una situación protagonizada por hombres que realmente eran de pocas palabras.

Por eso el cine de Quentin Tarantino se debe leer más desde la cinefilia, la estilización y el pastiche que homenajea y recicla, en este caso a un género, el western. La presencia de Enio Morricone en la banda sonora es prueba de ello, porque es el músico responsable de definir el sonido de la música del oeste, aunque sea un italiano que hizo sus composiciones para espeguetti westerns hace cincuenta años. Afortunadamente, Morricone no se repitió, sino que, por el contrario, se mostró inédito y audaz con su propuesta musical.

Si bien en esta trama y sus diálogos se encuentra también la oposición entre blancos y negros, tan presente recién terminada la Guerra Civil Estadounidense, la carga política que se le ha querido conferir al filme se reduce al simple planteamiento de opuestos propios de aquel contexto histórico y a un par de frases que algunos han querido polemizar al ubicarlas en el momento actual. Pero como siempre, ética e ideológicamente es otra película indefinida, incluso inofensiva, de este autor. Lo suyo es la cinefilia, no la política.

El problema con esta película es que, si solo hay una elaborada trama con sus consabidos diálogos, pero sin algo de peso para decir y, peor aún, carente de la visualidad e ingenio con las imágenes de sus otras películas (a causa del espacio limitado), tal vez solo sea una película apropiada para fanáticos y seguidores de este mediático director.