Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan

Ante el horror de la guerra

Por: Oswaldo Osorio

Siempre se ha dicho que la historia la cuentan los vencedores, pero en el cine ocurre lo contrario con mucha frecuencia. Porque una película es también un instrumento para saldar cuentas con el pasado, para reivindicar o exorcizar un acontecimiento e, incluso, para acusar y denunciar. Desde estas perspectivas es que se debe mirar esta película china, la cual reconstruye la invasión de los japoneses a la ciudad de Nanking, en 1937, donde se cometieron las peores atrocidades que solo la locura y el absurdo de la guerra suelen propiciar.

Salvo por los primeros minutos, no se trata de una película bélica, porque las siguientes dos horas es más una historia de prisioneros de guerra y de campos de concentración, donde no se da la lógica de dos bandos enfrentados, sino más bien la abusiva relación entre víctimas y victimarios. En este sentido, la apuesta del director es arriesgada, pues hace de su cinta una sucesión, cada vez más intensa (y tal vez interminable), de vejaciones y crueldades cometidas por el ejército japonés contra la población china.

Las cifras históricas hablan de trescientas mil personas asesinadas y veinte mil mujeres torturadas y violadas. La película pinta un épico fresco en blanco y negro con variedad de protagonistas y cargado de dramatismo. Pero en su relato se presenta una paradoja, y es que la excesiva y, por momentos, monótona sucesión de brutalidades, contrasta con la mesura y el sentido ético para con las imágenes de crueldad. Si bien las atrocidades nunca se detienen (con el riesgo de tener con ello un contraproducente efecto de anestesiamiento del espectador), es cierto que en la mayoría de los casos lo maneja de forma sugerente y hasta poética.

Aunque casi toda la película está concentrada en el ensañamiento de los japoneses y el padecimiento de los chinos, el relato reserva una importante cantidad de secuencias y un protagonista clave para hacerle contrapeso a este cuadro de inhumanidad. Un oficial japonés mira atónito e impotente el horror que su gente está causando. Es la conciencia silenciosa de los agresores, son los ojos del humanismo que trata de comprender la razón de aquella salvaje sinrazón. Pero el resultado de esta confrontación de argumentos necesariamente es desesperanzador.

Es posible que esta película se encuentre con muchos detractores, pues su apuesta por enfatizar y reiterar el sufrimiento de las víctimas puede cansar o molestar, incluso ser leído como sensacionalista. No obstante, en general se trata de una potente pieza cinematográfica que habla con intencional grandilocuencia, tanto en sus imágenes como en el drama que propone, sobre un episodio que representa muchos otros de la historia de la humanidad, en los que el hombre es un lobo para el hombre y que por eso nunca hay que olvidar.



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