Hermosa venganza, de Emerald Fennell

Revancha inocua

Oswaldo Osorio

promising

En estos tiempos de fuertes movimientos sociales y de opinión, como el Black Lives Matter o el Me Too, la corrección política se impone en casi todos los escenarios que los abordan. Buena parte del mundo, llevado de la mano por los productos mediáticos estadounidenses, está tomado conciencia de las desigualdades e inequidades que históricamente han padecido ciertos grupos sociales. Pero esta “conciencia” es, muchas veces, solo por la posición que se debe asumir de cara a la opinión pública.

Las cuotas de inclusión o el lenguaje incluyente son muestra de esto. No obstante, ocurre con frecuencia que las razones para tener en cuenta tales posiciones son apenas un asunto de imagen, mientras en la práctica las cosas pueden seguir igual. Pero podría decirse que, al menos, es un comienzo. Es por eso que manifestaciones cuestionables moralmente o incorrectas políticamente escasean en los pronunciamientos sobre tales temas, en especial en esos productos mediáticos, como la música, la televisión y el cine, principalmente.

Tal vez por eso esta ópera prima ha llamado tanto la atención, porque alguien, la directora y guionista Emerald Fennell, se atrevió a decir en voz alta, incluso regodeándose de ello, lo que muchas personas solo piensan o reprimen: responder al acoso con violencia y al abuso con intimidación y revancha. Su heroína, Cassie, se impuso la misión de vengar la muerte de una amiga, quien se quitó la vida luego de ser abusada por un grupo de compañeros de universidad, para lo cual lleva una doble vida en la que anda a la caza de depredadores sexuales.

Y no es que sea muy original este planteamiento, hay muchos ejemplos, ya Abel Ferrara en Ms. 45 (1981) lo había mostrado de forma descarnada, o en Dulce venganza (2010) se pudo ver en clave de thriller de acción; pero lo que le dio notoriedad a esta versión es que está concebida con el reflexivo tono y el acabado del cine independiente, fue apadrinada por la productora de Margot Robbie y, claro, se ve de otra forma en el propicio contexto del Me Too y en el actual e insuflado ánimo del empoderamiento femenino.

Por eso, durante casi todo el relato puede haber una sensación de complacencia ante este revanchismo (eso para quienes consideren que la venganza es el camino), así como resulta muy atractiva la personalidad calculadora y determinada de Missie, para lo cual es fundamental la convincente actuación de Carey Mulligan. Sin embargo, al final, si se examina lo que ella hizo, parece inocuo, solo sofisticadas bravuconadas (a su ex amiga, a la decana, al abogado, al escritor), también burdas (quebrar los vidrios de una camioneta) o acciones fuera de campo que dejan la duda de lo que pudo haber hecho. En suma, parecía más dedicada al aleccionamiento (incluso del mismo espectador) que al efectivo castigo.

Entonces, lo de joven prometedora del título original (Promising Young Woman) se le puede aplicar tanto al personaje como a la cineasta. Ya porque la única revancha resulta pírrica al lado del precio que su protagonista tuvo que pagar como por ese grito de incorrección política sobre el tema que parecía proponer esta historia, pero que, en últimas, resultó solo en la tibieza del regaño que se le hace a un cachorro: “Eso no se hace, perro malo, malo”.

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