Miss Bala, de Gerardo Naranjo

Personas de usar y tirar

Por: Oswaldo Osorio


La diferencia entre el cine de gangsters y el cine con gangsters es que el primero es un género cinematográfico regido ética y narrativamente por uno o varios personajes de la mafia como protagonistas, mientras en el segundo éste es otro personaje más que interviene en la trama. Esta película es del segundo tipo, y ahí radica su principal virtud: le interesa dar cuenta del mal momento por el que pasa hoy México con su guerra de carteles, pero no desde el punto de vista de los mafiosos.

Y es que el cine de gangsters, especialmente el de Hollywood, tiende a glamurizar y hasta idealizar a estos personajes. Incluso así lo hace El infierno (Luis Estrada, 2010), otra exitosa y bien lograda película mexicana que aborda el tema.  Pero en esta cinta de Gerardo Naranjo la protagonista es una víctima de los narcos, una pobre aspirante a reina que termina atrapada en una espiral de intimidación, violencia y corrupción.

A partir de este personaje queda expuesta la mafia desde afuera pero de muy cerca. El viaje de esta joven es una azarosa travesía por el modus operandi de la mafia y un descarnado retrato de la moral que la sustenta, que no es otra que la de la arbitrariedad, la violencia y el imperativo del dinero como el valor que rige sus acciones, las cuales nunca llevan consigo el peso de la culpa.

Entonces Miss Bala nunca tiene la menor posibilidad ante ese mundo, sin alma ni conciencia, que se le viene encima. Es, literalmente, una esclava a ojos de todos y ante su impotencia. Porque no es que sea una mujer cobarde o escasa de recursos, todo lo contrario, por eso mismo es que logra sobrevivir, pero es que la fuerza de la corrupción y la moral arbitraria de estos hombres es tal que la necesitan y la toman y lo hacen porque pueden. La usan y la tiran.

El cambio de punto de vista de este universo, es decir, desde la perspectiva de una de sus víctimas, redefine la mirada de este tipo de historias y personajes. La ausencia de la violencia explícita o de drogas ya es un fuerte indicio de que su director quería concentrar su reflexión, no en lo más impactante y cinemático del tema, sino en la naturaleza de estos personajes y su efecto en las personas y el entorno.

De la misma forma, este nuevo punto de vista redefine también la narración, tanto en lo visual como en la puesta en escena, porque es la visión, podría decirse, como desde una “subjetiva subyugada”, guiada además por largos planos secuencia y un énfasis documental. Por ejemplo, la escena del cruce de armas por la frontera fue realizada con cámara robada, logrando así no solo un mayor realismo, sino que, de paso, quedó en evidencia lo fácil que es el tráfico ilegal desde Estados Unidos, el mercado que lo posibilita todo.

Sin pretensiones de tratado sociológico o de cine de denuncia, esta película de forma inteligente da cuenta de la gravedad de la situación de corrupción y violencia en México por vía del narcotráfico y todo lo que se mueve en torno suyo. Como pocas veces con este tema, las víctimas hablan del problema, aunque lo hacen en silencio, soportando y resistiendo, hasta que terminen de ser masticadas y luego escupidas.


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