Gordo, calvo y bajito, de Carlos Osuna

O la dudosa liberación de un pusilánime

Por: Oswaldo Osorio


El cine colombiano todavía está en un periodo de “primeras veces”. Esta es la primera vez que se hace un largometraje con la técnica de la rotoscopia (filmar o grabar actores reales y transformarlos en dibujos animados). Y para hablar de esta película es necesario empezar por este aspecto técnico porque es lo que, de entrada y en su promoción, define esta propuesta cinematográfica y, por eso, determina algunos de sus aspectos más importantes, en especial el tono de la película y la caracterización de los personajes.

Así que lo primero que el espectador seguramente se preguntará es ¿Por qué hacer una película así y qué le agrega o le quita esta técnica tan particular a la historia que querían contar y a las ideas que se proponían plantear? Como principal ventaja, se puede anotar el atractivo visual que supone dicha técnica. Las formas delineadas y el color se imponen como valores plásticos que pueden ser un deleite para quien se sepa conectar con este tipo de representación. Además, ese juego de contraste y complemento entre los espacios realistas y los personajes dibujados realmente siempre ha conseguido un efecto plástico muy eficaz y sugerente.

Por otra parte, para una historia que depende tanto de la interpretación de los actores y de las emociones y estados de ánimo de sus personajes, en especial de su protagonista, esta técnica francamente limita todo el trabajo que un actor pueda hacer. Salvo por la “actuación de la voz”, lo que se refiere a las facciones, gestos y lenguaje corporal, son reemplazados por unas coloridas masas en permanente mutación, rayadas con nerviosas líneas que insinúan las formas. En otras palabras, lo que gana en expresión plástica lo pierde en expresión dramática.

Ahora, en cuanto lo que nos cuenta, este filme en esencia es la historia de liberación de un “perdedor”, un hombre con un trabajo de mierda, abrumado por la soledad, con serios problemas de autoestima y del que todos se aprovechan. Aunque por momentos corre el riesgo de ser una historia de superación personal (habla de autoconfianza, de valorarse a sí mismo, de dejar atrás el lastre del pasado, etc.), este aspecto termina matizado por el patetismo con que es planteado el personaje, que a veces funciona como comedia y otras como un ser entrañable con el que el espectador termina por simpatizar.

Por otra parte, aunque es cierto que el relato da cuenta de una transformación, este hombre no lo logra por sí mismo, sino que parece ser los guionistas los que le solucionan todo: le dan una chicha, un grupo de apoyo, un amigo con poder y eliminan a sus adversarios de oficina. El gordo, calvo y bajito solo responde con lo justo y aprovecha la oportunidad, sin que sea realmente una liberación del pusilánime que siempre será.

En una cinematografía que siempre se ha pasado de conservadora, son necesarias y refrescantes propuestas como la de esta película. No obstante, siempre queda la duda de si una decisión estética tan extrema fue tomada a priori por capricho y por apostarle a la novedad, o si realmente le aportaba verdaderamente a la idea. Así mismo, esta historia de un “perdedor” deja la ambigua sensación de si se trata de un obvio cuento de superación personal, una cinta con el tufillo de comedia de televisión o el emotivo y divertido relato de un hombre que se libera de sus limitaciones. En últimas, tal vez sea un poco de todo eso.