Celda 211, de Daniel Monzón

El buen chico y Malamadre

Por: Oswaldo Osorio

Hay géneros cinematográficos que están determinados por el espacio en el que se desarrolla su historia. El western es el más claro ejemplo de ello. De acuerdo con esto, hay quienes hablan del género “carcelario”, que si bien resulta un poco exagerado llamarlo género (a lo sumo puede ser un subgénero), es cierto que el lugar y los personajes que forzosamente lo habitan pueden definir un esquema y unas características generales presentes en los relatos a los que se le aplica tal rótulo.

Esta cinta española, aunque en esencia es un thriller, contiene estos elementos del cine carcelario y, como ocurre con todos los filmes que apelan a un esquema, lo importante es cómo combinan tales elementos y aplican el esquema, lo cual aquí se hace de forma ingeniosa y precisa para conseguir un relato visceral y contundente a partir de un espacio y unos personajes harto conocidos.

El guardia que en su primer día de trabajo queda en medio de un motín y, para salvar su pellejo, se hace pasar por un preso nuevo, es una premisa que de entrada resulta original y prometedora, aunque hay que aclarar que su origen es la novela homónima del periodista Francisco Pérez Gandul. A partir de este planteamiento, lo que viene es una doble confrontación, un doble conflicto que le da el sabor adicional a esta película de “cárceles y motines”. Por un lado, el tire y afloje entre los internos y las autoridades carcelarias, una historia ya vista mil veces; pero por otro, el encuentro entre el recién llegado y el líder de la cárcel, Malamadre.

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