Monster, de Hirokazu Koreeda

Aproximaciones a la verdad

Oswaldo Osorio

La verdad es un determinante en la forma de percibir el mundo y para tomar decisiones. El problema es que la verdad puede ser un conocimiento inacabado, una verdad relativa o apenas una versión que compite con otras verdades. Los personajes, la historia y hasta la misma estructura narrativa de esta película están definidos por la pregunta sobre qué es o cuál es la verdad. Con esta premisa como punto de partida, Koreeda de nuevo propone una reflexión sobre las relaciones humanas y la sociedad contemporánea, esta vez a partir de un relato que juega con la intriga y la manipulación de la información.

Y no es que el más destacado director japonés de este siglo (Nuestra hermana pequeña, De tal padre tal hijo, Un asunto de familia) haya hecho un thriller, aunque algo tiene de eso, pero lo que al final se impone es el drama familiar y social en el que se ven envueltos una madre, su hijo y un maestro. Todo empieza con una agresión del maestro al niño, pero ahí es donde inicia también la engañosa percepción de lo que es la verdad y el juego del relato por mirar desde distintos puntos de vista y develarnos verdades relativas de lo que podría ser la verdad absoluta (y este texto va a hacer lo propio, esto para quienes no hayan visto la película).

Usado desde Orson Welles y Kurosawa, el recurso de contar una situación desde distintos puntos de vista no se agota, aunque a veces resulta agotador ver una y otra vez la que parece ser la misma historia, pero con variaciones que la hacen más compleja, que la enriquecen y hasta sorprenden. En este relato el recurso cumple su cometido, aunque con una eficacia apenas funcional, como para desarrollar esa idea de la relatividad de la verdad. Es así como vemos la versión de la madre, del maestro, los niños y un poco de la directora de la escuela. A veces resulta algo torpe con el montaje, así como ciertos énfasis con algunos momentos o detalles (el encendedor, por ejemplo, o sembrar el burdo estereotipo de un mal padre).

Pero lo importante es que se cumple el objetivo principal, que es crear ese relato siempre en tensión entre los personajes y la fuerte incertidumbre sobre lo que verdaderamente sucedió y sobre lo que motiva u ocultan todos, especialmente los niños. El resultado es que, si bien como relato global su ejecución no es muy pulida, cuando nos detenemos en cada personaje, su comportamiento, sus miedos y reacciones, la película, como ya nos tiene acostumbrados este director, está llena de sutileza y sensibilidad. El contraste entre la forma como ven a cada personaje y como realmente son, potencia la historia y su premisa, por lo que impele a reflexionar sobre aquella vieja aliteración de “Nadie sabe lo de nadie”.

Siempre ver una película oriental maravilla por esa dicotomía entre todo lo que nos parecemos en unas cosas y lo distintos que somos en otras, lo cual puede corresponder a la división entre naturaleza humana y cultura. Esta dicotomía se hace más evidente y valiosa con autores como Hirokazu Koreeda, quien sabe muy bien cómo describir la esencia de esa condición humana, haciendo que sus historias sean universales, pero de igual forma ofreciendo un preciso retrato de su país en la actualidad, por lo cual también son relatos muy particulares.

Nuestra hermana pequeña, de Hirokazu Koreeda

Familia y flor del cerezo

Oswaldo OsorionuestrahermanaUna historia sin conflicto aparente, sin sobresaltos, sin un único protagonista, sin un tema evidente, sin giros argumentales y, aun así, es una historia encantadora y envolvente, de una sutileza casi hipnótica, en la que se llega a aprender tanto de la cotidianidad y el espíritu de la cultura japonesa como solía hacerse con las películas de Yazujiro Ozu. Un cine donde las relaciones sociales, los lazos familiares, el disfrute por la comida y la armónica relación con el contexto inmediato no produce más que sosiego y admiración.

Hirokazu Koreeda es un director que ya habitualmente cuenta con el aval de los prestigiosos festivales en los que se ha destacado, empezando por Cannes. Por eso es posible que en estas latitudes se tenga noticia de él y hasta lleguen sus películas a nuestras carteleras. Otros títulos suyos, como Nadie sabe (2008), Milagro (2012) o De tal padre tal hijo (2013) giran en torno a los mismos temas, en especial las relaciones filiales y el miedo o las consecuencias de la desintegración de la familia.

La diferencia con Nuestra hermana pequeña (2015) es que aquí no hay toda esa serie de sucesos dramáticos y hasta rebuscados que alimentan los filmes citados (madres que desaparecen, niños que cruzan el país para buscar un hermano, cambio de bebés en un hospital). Aquí lo dramático ya está en un distante pasado (muertes, divorcios, infidelidades, abandonos) y solo quedan cuatro hermanas que tratan de convertirse en una feliz y amorosa familia, a despecho de las decisiones de sus padres.

Toda la historia, entonces, es sobre la llegada y acople de una joven de quince años a la casa de sus tres hermanas medias tras la muerte del padre de todas. Una historia que se ha visto demasiadas veces, pero que normalmente se explota dramáticamente a partir del choque de personalidades o las dificultades de la recién llegada para encajar. En esta, en cambio, la joven no solo llega a ajustarse armónicamente, sino que se convierte en motivo de alegría y satisfacción para sus hermanas.

Este planteamiento permite concentrarse en otras posibilidades, tanto de estos personajes como de la comunidad a la que pertenecen, distintas a las altisonancias del drama de las emociones. Incluso, como siempre, llama mucho la atención esa suerte de distancia emocional que siempre se evidencia en esta cultura. A pesar de los fuertes sentimientos que se van estrechando, todo contacto afectivo se soluciona con una inclinación y, si acaso, hacia el final alcanza a haber algún abrazo. No obstante, es en los detalles y en las acciones donde se demuestran estas profundas emociones entre los personajes: preparar licor de ciruelas, compartir una comida, dar un paseo por un túnel de flores de cerezos o decidirse por la familia antes que por una dudosa relación sentimental.

Se trata, entonces, de una bella y delicada película que no le hace concesiones a las convenciones de una narración convencional, a las tramas rebuscadas, a los giros sorprendentes o al furor del drama emocional, pues confía en sus personajes y en esos sutiles sentimientos que va construyendo a partir de su cotidianidad, de las pequeñas acciones y de un amor mutuo que no requiere de exaltadas manifestaciones para que cualquier espectador se identifique con su fuerza y su pureza.