No Other Land, de Hamdan Ballal, Yuval Abraham, Basel Adra, Rachel Szor

La resistencia debe ser paciente

Oswaldo Osorio

Esta es una película necesaria, pero no única, ni tampoco la mejor sobre la violencia y desplazamiento forzado contra el pueblo palestino, no solo en la franja de Gaza, sino en todo el territorio del que eran dueños antes de 1947. Hay muchas películas que hablan al respecto, sobre todo documentales, y se han realizado con mayor frecuencia en los últimos veinte años, desde que las cámaras digitales y los celulares han sido más asequibles. Entre ellas se pueden destacar 5 cámaras rotas (Emad Burnat, Guy Davidi, 2012), por la contundencia de su premisa y el proceso del que da cuenta, o también Israel Palestine on Swedish Television 1958–1989 (Göran Olsson, 2025), un compendio de archivo que revela los pormenores y la longevidad del conflicto.

La diferencia con No Other Land es que ganó el premio Oscar a mejor documental en 2025, lo que significó una mayor promoción y exposición mediática, incluso la posibilidad de que llegara a carteleras como la nuestra, cosa que no había pasado con todas las demás. También la noticia del posterior arresto de uno de sus directores (uno palestino, por supuesto), contribuyó a visibilizar más la película. Lo triste, o mejor dicho, lo aterrador, es que esta exposición, en términos prácticos, no significa nada, porque el exterminio de la mano de hierro de los israelíes hacia los palestinos parece que nadie lo puede detener, ni sus amigos ni sus enemigos. Ya sabemos, con rabiosa y angustiante impotencia, que la justicia y la presión mundial funciona más para unos que para otros.

Este documental cuenta el seguimiento que el joven Basel Adra (el director arrestado) hace de los desalojos de palestinos por parte del ejército de Israel en pequeñas poblaciones de Cisjordania, incluyendo la suya. También habla de su resistencia, la de su padre y coterráneos ante estas prácticas sistemáticas para arrebatarles sus tierras y luego crear asentamientos judíos. Lo acompaña un periodista de Israel, lo cual podría ser una forma de equilibrar la mirada o legitimar el alegato de las víctimas, pero esto solo funciona parcialmente.

Y es que la presencia de Yuval Abraham (que también dirige) no da una especial perspectiva del lado judío, a pesar de que él se presenta como una suerte de simpatizante de la causa palestina y reprueba lo que hace su gobierno. Aun así, las conversaciones que ambos sostienen alcanzan a darle cierta hondura y sentido reflexivo al conflicto, en especial cuando el palestino pone en evidencia que realmente nadie, por más simpatizante que sea, alcanzará a dimensionar su situación, pues no es suficiente con desear el fin del conflicto (como los ridículos tiktokers que hacen bailes en pro de gaza), sino que es un asunto de resistencia, la cual que requiere de mucho dolor, tesón y paciencia.

Al igual que casi todos estos documentales sobre el tema, este no posee unas especiales virtudes en términos visuales, pues gran parte del material es ese registro hecho de manera aficionada y en el fragor del momento, ya sea de las protestas, los arrestos o los desalojos. Igual ocurre con el montaje, que tiene la eficiencia de lo funcional para dar cuenta de la historia, incluso todo esto es más cercano al reportaje periodístico que al documental cinematográfico. Aun así, la relevancia y actualidad del tema le da el peso suficiente para ser una película de resistencia, que no se quiere quedar callada y que, aunque su grito parezca sordo, sigue siendo esa película necesaria de la que hablaba al principio.

El ídolo, de Hany Abu-Assad

Más allá del cine

Oswaldo Osorio

elidolo

Esta película cruzó medio mundo hasta nuestras salas, no tanto por sus valores cinematográficos, sino más bien por su tema, su aleccionadora historia de éxito y, sobre todo, por sus connotaciones políticas. Y es que tanto la historia en que se basa como el mismo relato, están apuntalados en asuntos que no necesariamente tienen que ver con virtudes artísticas, ya sean musicales o cinematográficas.

En ella se cuenta la historia de Mohammed, quien desde niño, junto con su hermana y dos amigos, trata de forjarse una carrera como cantante. Pero el problema es que no estaba en Nueva York, ni siquiera en El Cairo, sino en Gaza, en medio de la represión y limitaciones impuestas por Israel, así como de la opresión y censura de un régimen conducido por el fundamentalismo islámico.

Podría pensarse que el nombre que se forjó el director palestino Hany Abu-Assad con valiosas y contundentes películas como La boda de rana (2002), Paradise Now (2005) y Omar (2013), sería la razón para que se distribuyera este filme, pero la verdad es que, a diferencia de estos tres títulos, esta nueva película parece hecha por un cineasta corriente y oportunista. Su historia de triunfo y superación, idependientemente de  estar basada en el célebre cantante que participó en el concurso Arab Idol, está planteada y desarrollada con el mismo tono sensiblero y populista propio del famoso reality show internacional.

En término emocionales, el relato está diseñado para tocar las fibras del espectador con recursos la más de las veces fáciles y gratuitos: un personaje entrañable que padece una fatal enfermedad, un tibio amor que sirve de motivación o la solidaridad de los amigos que solo aparece cuando el relato lo requiere. Es cierto que todo esto está estructurado de forma precisa y eficaz, pero no por ello se debe pasar por alto lo manipuladora y efectista que está concebida la puesta en escena y su narración.

Decenas de personas han pasado alrededor del mundo por este popular concurso, pero la particularidad de este participante es su origen y las difíciles condiciones que tuvo que superar para conseguirlo. Pero especialmente, tanto el personaje como la película, consiguen una inusitada trascendencia por las implicaciones políticas. No era un joven el que cantaba, sino todo un país oprimido ante el silencio del mundo entero. No solo es una película sobre una historia de éxito y superación, sino el relato épico y emotivo de una nación victimizada que pudo hacer de este episodio un símbolo de su lucha y dignidad ante la comunidad internacional. Sigue siendo cine, pero no tanto en su valía como un medio de expresión, sino más bien como un vehículo para impactar emocionalmente al gran público.