Enola Holmes, de Harry Bradbeer

Sherlock para adolescentes empoderadas

Oswaldo Osorio

enola

Las historias cambian con los tiempos, de acuerdo con los vientos que corran en las ideologías y mentalidades de cada cultura. Aunque en el globalizado mundo de las noticias instantáneas, internet y Netflix, las corrientes de pensamiento, sobre todo en occidente, tienden a unificarse y recorrer ese mundo, con mayor o menor velocidad, defendiendo o combatiendo ideas y cambiando la manera de pensar de generaciones enteras.

Hace apenas cincuenta años asuntos relacionados con el racismo, el feminismo o la diversidad de género estaban excluidos de toda consideración. Así mismo, cuando aparece, hace ya más de un siglo, era impensable ver a Sherlock Holmes como un personaje arrogante y sexista. Pero a principios del siglo XXI, cuando se empieza a publicar la serie de libros de Las aventuras de Enola Holmes, escrita por Nancy Springer, y ahora con el estreno en Netflix de la adaptación de su primer volumen, esos vientos son diferentes, luego de medio siglo de liberación femenina y en pleno auge del empoderamiento de las mujeres.

La ficticia hermana del ficticio personaje (ella no existe en las novelas de Conan Doyle, aunque sí su hermano), es una joven entrenada por su propia madre con todas las habilidades del mismísimo Sherlock. Cuando su progenitora desaparece y sus hermanos llegan para internarla en una institución para señoritas, ella escapa y comienza a resolver su primer caso, encontrar a su madre y, de paso, otro más, encontrar a un joven marqués también desaparecido.

El relato está contado en clave de historia de misterio y aventuras… para adolescentes. Es decir, el punto de vista siempre es el de la joven Enola quien, incluso, rompe la cuarta pared para comentar su propia historia, pero no de la forma reflexiva o transgresora como suele verse en el cine, sino más bien juguetona e irónica, o sea, más Fleabag que Godard.

Igual ocurre con la trama, definida por situaciones en función de poner a prueba todas las habilidades y conocimientos de Enola, pero con un argumento y soluciones que se ajustan, un poco caprichosamente, para su lucimiento. Tanto es que esa trama se decanta más por el caso del marqués que por el de su madre, aunque tienen alguna relación. Esto tal vez porque es una historia más atractiva, por la conexión y el flirteo que se propicia entre los dos adolescentes, eso muy a pesar de que la trama de la madre tiene un tema de mayor peso y profundidad: la lucha -a sangre y fuego si es necesario- por los derechos de las mujeres en plena era victoriana. En ese sentido, es una lástima ver aquí a Helena Bonham Carter haciendo una caricatura de su papel en Las sufragistas (Sarah Gavron, 2015), dónde sí es posible ver la sangre, fuego y temple de esas mujeres.

La puesta en escena nos sumerge en esa época, pero con una estética más cercana a Disney que a Guy Ritchie, y sin duda seguimos atentos las aventura de Enola, a pesar de su ligereza y de ser un poco complaciente (con el personaje y con espectador), pero al fin de cuentas resulta entretenida y construida orgánicamente, no tanto para un crítico que prefiere películas adultas, sino para las nuevas generaciones que necesitan normalizar maneras de pensar, con productos de la cultura popular como este, para continuar con su camino hacia tiempos más libres e igualitarios.