2012, de Roland Emmerich

El mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar…

Por: Iñigo Montoya

Este director alemán ya es sinónimo de megaproducción y de cine de catástrofe, dos categorías que están siempre asociadas con el cine más esquemático y de más alto rendimiento económico. Godzilla, El día de la independencia, El patriota, 10.000 y El día después de mañana son sus últimas producciones que lo corroboran. Para contar sus ganancias por película se necesitan nueve cifras, para hacer una crítica profunda es suficiente sólo un par de párrafos y para entenderlas  apenas es justo un coeficiente intelectual básico.

Glauber Rocha decía que para hacer una película sólo necesitaba una idea en la cabeza y una cámara en la mano. Emmerich precisa un kit completo de efectos y el mismo empolvado esquema de siempre. Así se pudo ver en esta nueva cinta, en la que cambia al monstruo radioactivo, la invasión alienígena o el desorden climático por una catástrofe en la corteza terrestre causada por una inusual actividad solar. Lo demás es pura destrucción y grandilocuencia apocalíptica.

Personajes, claro que los hay, pero también son viñetas reutilizadas provenientes del esquema aplicado antes. Está el héroe-ciudadano promedio, el magnate patán, el científico humanista, el burócrata inescrupuloso, el loco, el presidente negro, el tonto novio de la ex esposa, etc. Todos machos desesperados por sobrevivir y salvar a sus crías, y que se reúnen solos para tomar decisiones.

Entretenida, sólo por momentos, en especial cuando se hace el esfuerzo de olvidarse que se está viendo más de lo mismo. Incluso que eso que se está viendo lo acaba de ver unos minutos antes en la misma película, pues la mayoría de secuencias de acción simplemente se reducen a los protagonistas huyendo mientras, apenas a unos centímetros detrás de  ellos, se desmorona el mundo.

París 36, de Christophe Barratier

Acordeón, torre Eiffel y camiseta a rayas

Por: Iñigo Montoya

Los tres elementos del título son algunos de los lugares comunes que nunca perdonan las películas que visitan a la Ciudad Luz como un lugar común de cine. Esta película, por supuesto, los tiene. Así como tiene adicionalmente una larga retahíla de otros lugares comunes que sacan de un cajón todas esas cintas que quieren contar historias evocadoras sobre un lugar evocador y en una época evocadora.

Hace un par de años pasó por la cartelera una película inglesa casi idéntica, Mrs. Henderson presenta. Porque además el argumento se muestra como otro lugar común: el entrañable teatro que está a punto de cerrar por problemas económicos, pero que es rescatado por el amor y el empeño de sus propios artistas y empleados, quienes luchan por sobrevivir en medio de un ambiente enturbiado por cuestiones políticas.

Con tantas recurrencias en sus elementos, inevitablemente se hace una película extremadamente predecible y amañada en la forma en que busca crear sensaciones en el espectador, especialmente emocionar y conmover: separando al padre de su hijo, matando a un personaje querido, construyendo un amor imposible, creando repentinos y fantásticos éxitos, en fin, puro chantillí cinematográfico, blanco y blando, subido y meloso.

El lector, de Stephen Daldry

La nazi que me amó

Por: Iñigo Montoya

Distintos sabores pegados al paladar deja esta película. Distintas ideas de lo que nos quería decir dan vueltas en la cabeza. Eso es bueno para el cine. Lo primero que hay que decir es que resultó inevitable no empezar a verla con muy buena disposición por lo que significaban los nombres detrás de ella, en especial su director, a quien le debemos dos películas a las que seguramente de cuando en cuando volveremos a recurrir: Billy Elliot y Las horas. Claro, también está Kate Winslet, quien siempre sabe escoger muy bien sus proyectos.

Empieza con una de esas historias que todos los hombres, secretamente, disfrutamos en honor a nuestras fantasías adolescentes: la relación entre un joven y una mujer mayor, una relación casi estrictamente sexual. Ésta es la primera de las tres partes en que se divide la película. Es un poco extraño ver un relato donde luego de media hora no presente ningún conflicto, escasa evolución de personajes y sólo un tanto la construcción de la relación. Aún así, la forma en que está contado permite ser atractivo y crea cierta expectativa por el futuro de la pareja.

La segunda parte es un juicio en el que el contexto histórico de la Alemania de los años cincuenta cobra protagonismo, así como las reflexiones de tipo moral a partir de la relación  que tienen los personajes. Y la tercera es un estado más avanzado de esa relación, cuando ya los personajes prácticamente son otros, pero unidos por el pasado y, si bien ya no por el sexo o la atracción, sí por un secreto que los une más que cualquier contacto físico.

Tal vez sea esta articulación en tres partes tan distintas y casi independientes lo que causa cierta desorientación con el filme, pero esto es fundamental en ese sentimiento de incertidumbre e interés por los personajes que cruza todo el filme. No es una obra maestra, ni una historia que con contundencia nos plantee unas ideas, pero es innegable la fuerza que por momentos consigue con sus personajes y las circunstancias que atraviesan su relación, así como lo momentos realmente emotivos, tristes y hasta inquietantes que su director es capaz de construir con los recursos del cine.

Secretos del poder, de Kevin Macdonald

La política y el cuarto poder

Por: Íñigo Montoya

Cuando uno ve esta película es inevitable pensar en Los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), aquella mítica película donde Robert Redford y  Dustin Hoffman encarnan a la pareja de periodistas del Washington Post que destaparon el Watergate e hicieron dimitir a Richard Nixon. Una película sólida, un escándalo político sin precedentes y un buen ejemplo de investigación periodística y denuncia.

Esta nueva película, protagonizada por Russel Crowe y Ben Affleck, tiene todos esos ingredientes. Si bien su argumento parte de la ficción (está basada en una serie de la BBC del 2003), lo que plantea y denuncia no está muy alejado de la realidad. Se trata de una verdad que todos conocen y que ya Oliver Stone en JFK (1993) la ponía como el principal móvil para el asesinato del presidente Kennedy: el negocio de miles de millones de dólares que se mueve tras la industria armamentista, una de las tantas razones por las que Estados Unidos no ha parado de guerrear desde mediados del siglo pasado.

Kevin Macdonald plantea una historia envolvente y narrada con precisión, la cual, sin embargo, no consigue apasionar en ningún momento. Parece más una exposición fríamente calculada de los hechos y sus aristas, adobada con una serie de lugares comunes: el periodista talentoso, desarreglado e irreverente, la bella aprendiz, la editora con carácter recio pero al fin cómplice de los héroes de la imprenta y el blog, el político envuelto en un escándalo sexual, el asesinato que es la punta del iceberg de una gran conspiración, las forzadas secuencias de acción protagonizadas por el periodista que no tiene perfil para ello, y finalmente, los giros sorpresa para que todos queden sorprendidos y convencidos de lo fabulosa que es la película.

Será una película que seguramente le servirá a los profesores de periodismo para evadir la responsabilidad de dar clase, y tal vez algún estudiante despabilado logre inferir algunos principios de la investigación periodística y reflexionar sobre el estado actual del oficio. Pero sin duda será más provechoso que, en esas dos horas que le dedicará a esta cinta, lea un buen artículo sobre su profesión, o mejor, que se vea el clásico de Pakula, así aprenderá no sólo de periodismo, sino también de historia gringa y de cómo se hace una buena película sobre este ingrato oficio.

Harry Potter y el Prícipe Mestizo, de David Yates

Aventuras de magos adolescentes

Por: Íñigo Montoya

Confirmo con esta sexta entrega que para que a uno le guste la saga de Harry Potter es condición haber crecido con él, de lo contrario, sólo podrá ver en ella una predecible historia de fantasía, empaquetada en deslumbrantes efectos y sin fuerza alguna en sus conflictos ni originalidad en sus argumentos.

Todo en Harry Potter, y en especial en esta última, son promesas sin cumplir. Promesas de que algo horrible y peligroso pasará, pero siempre ha sido la amenaza de un nombre, Voldemort, que más bien poco hemos visto, y cuando lo vimos, no pareció tan amenazante ni malvado. En el Prícipe Mestizo sólo hacen gastar su nombre impronunciable de tanto pronunciarlo pero nunca se le ve, salvo cuando era un niñito que prometía ser malo.

Para ajustar, la nueva película se gasta casi todo su tiempo y argumento en jueguitos de adolescentes: “Si me quiere, no me quiere, si me quiere…” Los antagonistas de la película son opacados por otros conflictos a los que el relato pone más énfasis, conflictos que tienen que ver con quién besa o será novio de quién. Al final, un ridículo clímax donde, como siempre, todos hacen todo por Harry Potter, salvándolo en el último instante y los problemas se solucionan “como por arte de magia”.

No sé, ni pretendo averiguar, si lo libros son así de leves e inconsistentes narrativa y argumentalmente, pero el caso es que a un público adulto y a los espectadores inteligentes, esta saga, y en especial esta última entrega, les queda debiendo mucho, sobre todo en estos tiempos en que el cine infantil está llegando a unos grados de elaboración y complejidad impresionantes, al punto de poder satisfacer a grandes y chicos. Hay mucho más por decir de esta cinta, pero dejaré este texto en punta, justo como terminó la película, a la manera de una seriado semanal.

Up, de Pete Docter, Bob Peterson

¿Qué tan alto se puede llegar?

Por: Iñigo Montoya

La última película de Pixar demuestra que si bien no siempre puede llevar más arriba sus propuestas, generalmente se mantiene a la altura de la ya lejana y fundacional Toy Story. Sin crear las historias pretenciosas o alejadas de lo que debería ser el cine infantil (Shrek 2 y 3), las de Pixar suelen ser cintas encantadoras, divertidas, sólidas y entrañables.

Todas esas cualidades se pueden ver en este nuevo filme, en el que sobresale la pericia para elaborar narraciones envolventes y precisas, así como un humor fresco e ingenioso que no tiene que recurrir al mal gusto o al doble sentido. Así mismo, sus personajes en pocos minutos ya se ganan la simpatía del espectador y consiguen ser construidos con una complejidad que parecería excesiva para una cinta infantil, pero que funciona perfectamente para ser entendidos por todos.

Visualmente la animación en 3D es ya poco lo que sorprende, y ahora cualquiera puede hacerla, por eso es que ya la competencia entre productoras y películas no es en la técnica sino en la habilidad para contar historias, transmitir sensaciones y construir universos. El plus lo pone la otra tercera dimensión, la que proporcionan las nuevas gafas con las que se consigue tal efecto y que, si bien cada vez es una experiencia más común, definitivamente hace una gran diferencia con aquellas películas (o teatros) que no cuentan con esta tecnología.

Ángeles y demonios, de Ron Howard

De best seller a carrera  de observaciones

Por: Iñigo Montoya

Otra película cuyo máximo valor es haber sido un libro vendido por millones, una razón que, la más de las veces, resulta ser más bien digna de desconfianza. Lo que es masivo, por lo general, está hecho de fórmulas probadas, esquemas y estereotipos, adosado con algo de sensacionalismo. ¿Y qué más sensacionalista que un complot en el seno del Vaticano o la muerte de un Papa, más aún si hay sospecha de asesinato?

Esta película es un thriller policiaco en el que la intriga, los crímenes y los espacios en que se desarrolla tienen el atractivo adicional de estar relacionados con la historia de la Iglesia Católica y todos sus secretos y leyendas, un suculento material para crear una historia policiaca y darle un contexto que la haga parecer muy sesuda y muy profunda.

Pero nada de eso. Apenas la superficie de esa historia, sus diálogos y causalidades, están construidos a partir de ese complejo material, pero el corazón de la historia, lo que le importa a su director, es contar un relato de intriga y misterio a partir de un esquema harto elemental y conocido: Un asesino que deja indicios de sus futuros crímenes y un investigador que siempre va un paso atrás y que sólo en el último momento consigue llegar a tiempo.

Por eso la dinámica dramática y narrativa es tan simple como el hecho de que después del primer crimen sigue el segundo y después el tercero, como una carrera de observaciones, mientras los héroes y espectadores recorren el camino ya trazado y conocido hacia el predecible final, donde siempre tratan de hacer un giro insólito, al que es fácil de adelantarse, simplemente es desechar las falsas pistas obvias y pensar en el menos pensado.

En definitiva, es una gran producción, llena de todo eso que bien sabe hacer Hollywood: persecuciones, explosiones y grandes efectos, creada para entretener y cautivar la atención mientras ocurren las cosas, pero al empezar los créditos finales, ya nada queda en el seso del pobre espectador, eso a pesar de la palabrería y referencias históricas con que se arropó este simple thriller de “Sigo las pistas que el asesino me dejó para capturarlo, y lo capturo.” 

X men los orígenes: Wolverine, de Gavin Hood

El arma X diseñada para los fans

Por: Iñigo Montoya 

Secuelas, precuelas, viruelas y triquiñuelas. La industria del cine no se cansa de exprimir una veta que le dio éxito y fortuna. Pocas sagas han hecho que realmente valga la pena su existencia, por el bien de su historia, sus personajes y sus creadores, pues muchas de ellas terminan por cansar al espectador que, cuando ve cada entrega, se siente como cuando sucumbe en la televisión a esas telenovelas a las que les alargan el final para mantener la caja registradora contando.

Guardadas las proporciones, algo así ocurre con la saga de los X-Men. Muy interesante la primera parte, realmente buena la segunda y ciertamente decepcionante la tercera. Ésta nueva entrega, que si bien llega de cuarta su historia sucede antes de lo que cuenta la primera (por eso se llama precuela), sin ser la gran cosa ni  otra cosa desastrosa, sólo viene a reciclar esquemas y fórmulas que ya bien conocemos de sus tres hermanas, y por eso, termina siendo más de lo mismo sin ningún plus que llame la atención.

Woverine aquí hace de chico rudo y solitario, justo y políticamente correcto. Por eso se parece más al estereotipo del héroe de acción que a la naturaleza ambigua e intrigante de todo X-Men. Y encima pasa lo predecible, con la chica, con su hermano, con el coronel que los manipula, en fin. Por eso se trata de una cinta que, para los que no son fans, sólo alcanza a ser entretenida y con la cuota necesaria de secuencias de acción y efectos especiales.

Antes que el diablo sepa que has muerto, de Sidney Lumet

Hermanos de sangre

Por: Iñigo Montoya

Hay directores con los que no se debe pensar dos veces ir a ver sus películas. Lumet es uno de ellos, por muchas razones: ha hecho poco más de cuarenta películas, aún a los 83 años sigue siendo lúcido y contundente, es autor de un inigualable puñado de clásicos (Doce hombres en pugna, Perros de paja, Network, Tarde de perros, Sérpico, El veredicto) y su cine siempre está poniendo en cuestión la ética y moral del sistema y del hombre contemporáneo.

Esta película, como su título lo indica, es un descenso a los infiernos, o al menos una promesa de que eso le pasará a sus protagonistas. Lo más impactante de esta historia  es que está protagonizada por hombres ordinarios, ciudadanos de bien, comunes y corrientes, con esposa, hijos, familia tradicional, corbatas y cuentas por pagar. Pero es este último aspecto el que termina por conducirlos a desmoronarse en un abismo de corrupción y culpa.

Tanto los dos hermanos que, para salir de sus apuros económicos, deciden atracar la joyería de la familia, como el mismo padre de ellos, terminan envueltos en una intrincada trama de desesperación, culpa, desconfianza y asesinatos. Es por eso que el contraste entre el ambiente de normalidad de sus vidas, su trabajo y su casa, en relación con la espiral criminal en que se ven envueltos, es el lo que lleva a este relato a revelarnos la vulnerabilidad a la que puede estar expuesto el hombre actual, sumido en su vida consumista y llena de vicios con los que se busca paliar la infelicidad.

 La película está narrada de forma fragmentada y dando saltos temporales y de puntos de vista, pero no tanto porque está de moda este tipo de relato, sino porque –y éste debería ser el criterio siempre- el énfasis que se le quiere dar a la historia tiene que ver con las decisiones morales que toman los personajes en relación con los demás, quienes, y aquí es donde se concentra la contundencia de este drama, son los integrantes de la misma familia.

Aunque no se trata tampoco de una obra maestra, estamos ante una película estimulante en su narración y que nos deja pensando en sus personajes y en esas decisiones morales que toman, así como las consecuencias de esas decisiones. Es un thriller moral protagonizado por muy buenos actores de Hollywood que, con películas como ésta, hacen la diferencia con tanta películita de robos y asesinatos que nos llega de esa factoría.  

Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda

Nunca hay que olvidar

Por: Iñigo Montoya

El director de la bienamada La lengua de las mariposas vuelve con una historia que tiene mucho en común con aquel conocido título. La infancia, la guerra civil española, el papel de la iglesia y la educación, así como un desenmascaramiento de la represión y la intolerancia de un sistema totalitario, son los elementos esenciales con los que está construida esta película. 

Pero quien crea que va a ver una película emotiva y divertida como La lengua de las mariposas o muchos de los otros títulos de este director español, mejor que se prepare para una mirada un tanto más áspera y dramática. Durante toda la historia la familia protagónica es prácticamente asediada por un sacerdote, que es el maestro del niño. 

Basada en una novela de Alberto Méndez, la película no es nada generosa con la mirada que hace de este sacerdote y la institución a la que pertenece. Se trata realmente de un “villano de película”, y justamente este esquematismo le quita un poco de solidez a una cinta que sabe construir muy bien sus otros personajes, así como una atmósfera de zozobra y opresión que es planteada como una frontal denuncia a la historia española. 

Aún así, se trata de un filme de gran fuerza en cuanto a sus planteamientos: la denuncia al sistema, el retrato de una familia librepensadora y la recreación de una oscura época que España no se cansa de hacer objeto de sus películas.

La guerra civil española terminó hace sesenta años, y siguen haciendo películas sobre ella, pues son concientes de que nunca hay que olvidar. Algo que deberían tomar en cuenta aquellos que piden a gritos que no se hable más de los problemas colombianos en el cine.