Siete cabezas, de Jaime Osorio Márquez

Ni cine de género ni de autor

Íñigo Montoya

foto_-_siete_cabezas

El páramo (2011) es una de las películas más destacadas que se han hecho en Colombia en los últimos años, esto bajo el criterio del buen equilibrio que consigue entre un cine que logró conectar con un público amplio y sus cualidades cinematográficas reconocidas por la crítica en general. Es una película que juega hábilmente con la atención del espectador, insinuándole que se trata de una historia de horror, pero que poco a poco y con precisión va transformando el relato en un thriller sicológico.

Con Siete cabezas este director parece que quiso permanecer en ese territorio atmosférico del horror, la tensión y el thriller sicológico, pero esta vez ya no pensando tanto en los esquemas y recursos del cine de género sino más bien en los gestos y la contención del cine de autor. Porque también esta historia se desarrolla en un apartado lugar (un parque natural), sometido a extrañas y amenazantes fuerzas que parecen acechar a sus protagonistas.

¿Pero quiénes son los protagonistas? ¿El callado y misterioso guardabosque o la mujer embarazada y su esposo que se encuentran realizando una investigación? El punto de vista pasa de un lado a otro y por eso resulta difícil identificarse con alguna de las miradas: la bióloga que parece sospechar algo y sobre quien el relato trata de insinuar que se cierne un peligro o el ambiguo guardabosques, que no se sabe bien si es víctima o victimario, y tampoco termina convenciendo esa explicación de la condición que padece, la cual es del todo contraria, por lo extrema y singular, a ese tono realista y de cotidianidad que plantea todo el relato.

Entonces el director hace un doble juego con el relato y el espectador, donde ese tono propio del cine independiente o de autor (silencios y planos largos, ausencia de un conflicto evidente, imágenes sugerentes y acciones triviales) se contradice un poco con las imposturas del cine de género,  con los efectismos de la música, las falsas pistas y la aparición de un extremo motivo desestabilizador que padece el protagonista.

De manera que la película no termina siendo ni cine de género, porque no consigue los efectos del cine de horror o del thriller, ni tampoco una historia que diga algo significativo o potente de sus temas y personajes. Es cierto que consigue crear una atmósfera de extrañeza y opresión, pero eso solo es el ambiente propicio para que sucedan o nos cuenten unas cosas que nunca pasan ni nos dicen.

El páramo, de Jaime Osorio Márquez

Con el miedo adentro

Por: Oswaldo Osorio


La industria de cine se soporta sobre los géneros cinematográficos. Esto porque es un cine de fácil identificación para el público y, por lo tanto, muy popular. Y entre los géneros que más gustan están el thriller y el horror. Esta película parece estar a mitad de camino entre ambos, que se diferencian por la naturaleza del conflicto o de la amenaza que se cierne sobre los protagonistas, pues mientras en el thriller esa amenaza es representada por el hombre mismo, en el horror se trata de fuerzas sobrenaturales.

Justamente la premisa de esta película está en crear la duda sobre si se trata de un thriller o de una película de horror. Es decir, si de lo que se tienen que defender esos nueve soldados es del mal que proviene de los hombres o de inexplicables y misteriosas fuerzas. El problema es que para hablar de esta cinta hay que despejar esa duda, y saber esto puede dañar la expectativa para quienes no la han visto.

El primer elemento que proporciona el relato se decanta por un cuento de horror: el espacio donde se desarrolla la historia, una base militar perdida entre la niebla de un páramo se convierte en el protagonista indispensable por vía de uno de los principales esquemas del género, el de la “casa –base- embrujada”. Son las características de este lugar y el misterio que rodea lo que ocurrió en él, lo que dispara los miedos de los protagonistas y la permanente aprensión del espectador.

La fotografía, naturalmente, sabe sacarle provecho a este espacio y a las circunstancias definidas por el miedo de estar sitiados. La blanca espesura de la niebla es registrada por planos amplios en los que se pierden y confunden las figuras, convirtiéndose así, al mismo tiempo, en angustia y amenaza; mientras que al interior de las instalaciones los planos se cierran, se juega permanentemente con el desenfoque y la luz escasea, todo esto para enfatizar la atmósfera claustrofóbica y la idea del “sin escape” que pesa sobre todos. Así mismo, una cámara siempre nerviosa y en movimiento lo registra todo en  tono documental, para darle más realismo, y con planos subjetivos, para hacer sentir las emociones de los personajes de forma más vívida.

Pero el relato avanza y, concretamente, solo se puede ver a un misterioso y turbador personaje que luego desaparece, dejando a esos hombres con la sugestión de una oscura amenaza que los acecha. Y ahí es cuando se desata el verdadero infierno, pero es el infierno que estos hombres llevan por dentro, el cual es en buena parte consecuencia de sus acciones y del remordimiento que estas les producen. Además, en este sentido el filme deja ver de fondo una acusación sobre los desmanes de la milicia en este país. Aunque es claro que su intención principal no es la de elaborar una historia con un trasfondo muy profundo ni complejo, sino apelar a la emoción directa del espectador por vía del cine de género.

La esperanza desaparece entre la niebla, la moral se va desmoronando y la paranoia se apodera de todos. Cuando ninguna amenaza exterior se manifiesta y la cordura de los soldados progresivamente se despedaza, nos damos cuenta de que el thriller sicológico se apoderó del relato, que aquí el hombre es un lobo para el hombre y que en adelante todo será una sola hecatombe.

La gran virtud de esta película es que en ningún momento la tensión que crea sobre el público desaparece. Primero, con su bien elaborado engaño para hacer creer que se trata de un cuento de horror, y luego, con la descarnada forma en que va transformando a sus personajes y se va deshaciendo de ellos uno a uno, algunos de forma angustiante y otros de manera cruel, incluso truculenta.

De manera que esta cinta cumple a cabalidad su cometido, que no es otro que producir en el espectador emociones fuertes por medio de los recursos del horror y el thriller. Y esto lo hace gracias a un guión simple pero bien elaborado, a unos actores de gran fuerza y contundencia en la encarnación de esos duros personajes y a la hábil construcción de un espacio dotado de un ambiente lleno de tensión y de zozobra, como la película misma.