Carancho, de Pablo Trapero

Vivir la vida entre colisiones

Por: Oswaldo Osorio

Un carancho es un ave carroñera, pero también con una particular belleza y hasta con cierto aire de dignidad. Estas características también describen al protagonista de esta historia, incluso a la película misma. Una potente y angustiante pieza hecha a partir del realismo en la puesta en escena, la adversidad, el dolor y unas vidas que buscan la redención.

Pablo Trapero es uno de los héroes del Nuevo Cine Argentino, ese movimiento de finales de los noventa que se presentó como la única renovación del cine latinoamericano en décadas. Películas suyas como Mundo grúa (1999), El bonaerense (2002) y Familia rodante (2004), dan cuenta de ese intimismo en la mirada y del retrato de la cotidianidad que definían este movimiento.

En sus siguientes películas, como es natural, hubo transformaciones, pero sin abandonar un universo ya identificable, esto es, historias de gente común que lucha con su existencia, casi siempre por malas decisiones, y contra un mundo, no tanto hostil, sino más bien que no los tiene en cuenta. Todo esto mirado con una vocación realista que simpatiza con la cotidianidad de sus personajes y que se toma su tiempo para recrearla.

En Carancho hay mucho de estos elementos, solo que, como en sus últimas películas (Nacido y criado, 2006; Leonera, 2008), la vida ya no es tan común y corriente. En este caso, si bien comienza como todas, se va tornando en una especie de thriller (con intriga, corrupción, crimen de por medio y toda la cosa), pero sin abandonar nunca ese tono de naturalidad, realismo y ritmo quedo.

El protagonista en cuestión es un hombre vencido de antemano (y en esto molesta un poco que sea interpretado por Ricardo Darín, quien ya no hace otro rol distinto a este), quien lucha por salir de una mala racha y -obviamente- encuentra a una mujer cuyo amor le ayudará a lograrlo. Y digo “obviamente” porque es casi inevitable que los relatos echen mano del recurso del amor para modificar el estado de las cosas, la cuestión es cómo lo hacen.

En este caso funciona de forma verosímil, pues el romance resulta tan problemático como la vida misma, pero aún así, este hombre, que se dedica a buscar accidentes de tránsito para cobrar a las aseguradoras, consigue que el amor se ponga de su parte y le ayude a salir a flote, eso muy a pesar del ambiente opresivo que siempre enfatiza las atmósferas de la película y del mal presagio de tragedia que atraviesa la historia.

Este relato íntimo y naturalista, a medida que pasa el tiempo, va cobrando intensidad, y casi inadvertidamente se le van sumando amores, dolores, corrupción y muerte, tanto que al final parece otra película, porque todo se ha transformado en un denso y tensionante thriller.

Pero la virtud de esta cinta está en que esa transformación de ninguna manera es abrupta o inconsistente con lo planteado, sino que, progresivamente, se hace más intensa, y justamente es esto lo que potencia a los personajes  (al perdedor herido y a la mujer con un secreto), quienes tienen tantas posibilidades de ir hacia la redención como hacia el precipicio, solo en el plano final se sabrá.

Dos hermanos, de Daniel Burman

La familia no se escoge

Por: Oswaldo Osorio

Un hermano puede ser un extraño íntimo. Porque los hermanos pasan buena parte de sus vidas juntos y, por lo general, la vida entera en contacto permanente, pero de todas formas, en lo profundo, pueden ser unos desconocidos entre sí o, incluso, es posible que cada cual diga que, de no ser hermanos, nunca aceptaría al otro como amigo. En esta película ocurre algo parecido. Dos personalidades contrarias, unidas por la sangre y por la soledad de la cuasi vejez, que al mismo tiempo conviven y se enfrentan, se deprecian y se aman.

Pero esta cinta va más allá de lo tediosa que parece su historia por la descripción inicial de sus componentes. Es cierto que está hecha de la pura cotidianidad de unos personajes en general ordinarios, quienes además protagonizan una historia en la que tampoco nada extraordinario ocurre, pero es en la mirada del director y lo que, a la larga, termina mostrándonos de ellos y de su relación lo que puede hacer la diferencia.

Daniel Burman, su director, fue uno de los protagonistas del Nuevo Cine Argentino, el cual se dio desde mediados de los años noventa y se constituye en el único movimiento de renovación en el cine latinoamericano en cuarenta años. Es un dato significativo, porque da indicios de que estamos ante un cineasta con carácter y experiencia. Tal vez sea quien más éxito ha tenido de su generación y de ese nuevo movimiento, que aún no se ha hecho viejo. Sus películas tienen unas temáticas y un tono muy similar a ésta, son historias que denotan casi una obsesión del director por las relaciones familiares, con todo lo que ello implica: los afectos, la variedad de personajes, la emotividad, la identidad o la falta de ella, entre otras cosas.

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