El Color que Cayó del Cielo, de Richard Stanley

Matices de una locura cósmica

Por: Mario Fernando Castaño

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Esta película de 2019 está basada en un relato de 1927 escrito por H.P. Lovecfraft, su adaptación se sitúa en tiempos actuales, pero su color permanece indefinido, misterioso y casi indescriptible.

Escapando del caos urbano una familia se traslada a una casa rural en Arkham, Massachusetts, impulsados por la calma que necesita la madre de la familia para recuperarse de una delicada cirugía. Su nueva cotidianidad se ve alterada por la caída de un meteorito y a partir de allí el entorno comienza a tomar un color que no es definido (de hecho, en el relato original al no poder hacerlo le llaman simplemente “el color”), los animales se comportan y se ven diferentes y tarde o temprano afecta a los integrantes de la familia, de ahí en adelante todo es una espiral hacia la locura.

Su director, Richard Stanley, no había estado involucrado de lleno en una producción cinematográfica desde el año 1996, con La Isla del Dr. Moureau, y ya desde hace tiempo venía con la idea de hacer una adaptación de este relato, un reto muy ambicioso por cierto, ya que varias cintas han intentado dar forma a los escritos de Lovecraft, algunas han logrado arañar la superficie, como En la boca del miedo (1994), The Endless (2018), Event Horizon (1997) o El faro (2019); mientras que otras lo hicieron con nombre propio, como es el caso de Re-Animator (1985). Y es que la idea de contar en imágenes este universo lovecraftiano solo pocos lo han logrado y una de las razones es porque se intenta describir lo indescriptible buscando enfocar la raíz del miedo hacia lo desconocido.

Curiosamente esta producción realizada por SpectreVision, que ya tiene películas que se atreven a dar un giro dentro del género del horror, como son Mandy (2018) o Daniel Isn’t Real (2019). No necesitó de un gran presupuesto y, aunque su CGI (efectos visuales) no es el mejor, la materialización del extraño ambiente, su fotografía, la forma en que el bosque va tomando una oscura presencia, la música con esos sintetizadores ochenteros casi etéreos y, sobre todo, sus efectos prácticos al hacer su aparición las criaturas propias de este subgénero del terror que evocan películas como The Thing (1982) de John Carpenter, nos llevan a aceptar una realidad alterna que solo pertenece a los sueños y pesadillas del padre del terror cósmico.

Uno de los grandes aciertos es el haber unido al equipo de actores a Nicolas Cage, acá él se encuentra en su ambiente y se da gusto al desatar su locura como en la ya citada Mandy o Mom and Dad (2018), pero esta vez de una manera más dosificada, mostrando en principio a un padre abnegado que poco a poco se transforma, literalmente, en un ser desconocido.

Pero lo que definitivamente llama la atención de esta obra, es cómo el conjunto de todos estos elementos se armonizan para definir en imágenes la esencia del mensaje que siempre quiso dejar Lovecraft en sus páginas, y es el de dar a entender a los seres humanos que somos demasiado egocéntricos y creemos tener el poder total de todo lo que nos rodea, incluso de nosotros mismos, aunque en realidad no somos relevantes para nadie, ni para ningún motivo o propósito, somos simplemente una brizna en este vasto universo vagando sin rumbo  a través del cosmos en un pedazo de roca llamado Tierra, un todo habitado por seres que no pertenecen al tiempo por haber estado siempre, somos un sueño que está sepultado en medio de otros sueños olvidados por dioses, convirtiendo nuestras vidas en simples azares de un destino sin sentido o finalidad y que al no tener la capacidad de entenderlo caemos inmersos en una locura que nos devora a sí mismos reduciendo todo hasta la esencia de nuestro ser…simples átomos de colores indefinidos.